Voluntarios con la ayuda del restaurante Rayuela crearon un sistema de cocina y entrega de alimentos a personas afectadas económicamente por las medidas de restricción y movilidad tomadas por el Gobierno para combatir el coronavirus en el centro histórico de Ciudad de Guatemala. Las filas de más de 100 metros de personas en su mayoría vendedores ambulantes se vuelven habituales, los voluntarios que reciben donaciones, ofrecen un promedio de 600 a 700 almuerzos al día. EFE/Esteban Biba

Volvemos a mirarnos la cara. Volvemos a contarnos la misma historia. Extrañamos la prisa loca de vivir. Extrañamos las innumerables e insípidas visitas a las tiendas.

Caemos en el circulo vicioso de la rutina, ahora más marcada y persistente. No sabemos qué hacer con el tiempo que nos sobra. Hemos sido acorralados por nuestras propias indisciplinas.

Parece que se nos olvidó conversar. Le huimos a la intimidad de la palabra. Al punto de quedamos mudos ante la expresión del otro buscando respuestas y empatía. Nos sentimos extraños en nuestro propio hogar, algunos hasta en su propio cuerpo. No se escucha el bullicio de quien entra o sale del baño. Aquel bullicio ahora es silencio. Nadie se levanta despavorido por llegar temprano al trabajo o a la escuela.

El mundo se nos achicó. Nos desocuparon de las tantas tareas que creíamos inexorables. Comenzamos a notar que las mañanas son más apacibles. Notamos que el sol centellea en la mañana y las gotas de lluvia tintinean en la ventana.

No nos damos cuenta que en esta pausa la vida nos llama a cuentas. Nos toca la alarma de la interioridad. Nos despierta a que nos demos cuenta de que hay gente cerca y más allá de nuestro entorno. Nos restriega en el fangal que hemos vivido y que hemos construido a base de engañosos sueños y falsas verdades.

La vida siempre pausa y esas pausas son augurio de cambios. Ante esos vientos hay que re-capitanear el velero. Darnos cuenta de que no somos islas, somos una comunidad continental latinoamericana radicada aquí en esta nuestra ciudad. Que si queremos cambios que beneficien a nuestra comunidad latina tenemos que hacerlos nosotros mismos.

Deberíamos, como pueblo, entender los procesos políticos y la maquinaria política de esta nuestra ciudad. Entender el juego del sistema electoral y participar activamente. La bajísima participación electoral latina en Filadelfia es muestra de esa realidad. También, la pobrísima calidad de liderazgo de nuestros representantes electos no estimula a la comunidad a envolverse en hacer los cambios necesarios.

Tener representantes que llevan décadas en posiciones gubernamentales y que nuestra comunidad latina siga lidiando con los mismos dilemas de siempre, no es aceptable. Se han dedicado a mantener sus reelecciones, pero no a como potenciar nuestras comunidades y hacerlas más visibles y más activas en las decisiones que le afectan. Como verán esta pausa me lleva a reflexionar y preguntarme: ¿…y después… cuando volvamos a la “normalidad”, seguiremos con la misma pasividad e indiferencia? ¿Seguiremos dejando que sigan decidiendo por nosotros? ¿Seguiremos mirando, impasiblemente, como nuestros sueños se estrellan contra otros sueños? ¿Seguiremos eligiendo a los mismos políticos que están más interesados en sus propias agendas y no en una agenda comunal e inclusiva?

Ese “después” que titula este comentario, debe ser un “después” en donde nos tenemos que reencontrar para retomar lo que quedó pendiente. Debe ser un “después” donde comprendamos que nuestra agenda es la misma, que somos una multicultural comunidad latina de documentados e indocumentados. Hay que romper con esa segregación que nos hace huérfanos los unos de los otros.

Empezar ese “después” agarrados de la solidaridad y dispuestos a establecer una agenda común que nos represente a todos y a todas. Antes que nos acomodemos a la vieja “normalidad” de la indiferencia y el individualismo.

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