Jugar es vital

Recuperemos los juegos tradicionales

Joseph Samson en Pixabay Niños compitiendo en hacer rodar la rueda de bicicletas

Filadelfia, PA – Nuestros niños de hoy en día se divierten de un modo muy distinto al de sus padres y abuelos cuando eran chicos. Al cuidarlos para no exponerlos al peligro, hemos ido limitado poco a poco su posibilidad de moverse, de desarrollar sus habilidades de coordinación y equilibrio indispensables para su desarrollo neurológico, socio emocional y su autoestima.  Sin darnos cuenta, en lugar de hacerles un bien les estamos haciendo un mal. El niño aprende jugando estando en movimiento, preferiblemente al aire libre y rodeado de naturaleza. El trepar, subir, bajar, correr, girar, son ejercicios importantes para su desarrollo para medir riesgos y enfrentarse a retos por solucionar.

Observando a los niños de mi cuadra hace unos días, vi que hasta los más pequeños estaban con un celular, sólo dos hermanitas frente a mi puerta trataban de hacer una casa de muñecas con las grandes cajas de cartón que su familia había puesto entre la basura para reciclar y me puse a pensar en lo que jugaba cuando chica y cómo pasaba horas divirtiéndome.

En mi niñez no había tanta tecnología, es decir, no había celulares para jugar online o textear. En cambio nos las arreglábamos para tener en el patio o parque un área lo más grande posible para jugar el avión o mundo como se llamaba en mi ciudad, saltar la cuerda, las ligas o el resorte, esto mayormente para niñas. Las canicas, el trompo, el yoyo, el bolero también llamado balero, emboque o pirinola eran los preferidos de los niños. A los amigos del barrio se les visitaba sin avisar, les tocaba la puerta para salir a jugar a las escondidas, la chapada o la llevas, el puente o la víbora de la mar, policías y ladrones, la gallinita ciega, tumba latas, stop, –( tumba latas, a la chapada o la llevas, juegos similares en Perú) – también volábamos cometa papalotes o chiringas, trepábamos árboles y después de varias horas de pasarla de lo lindo regresábamos a casa, quizás con algunos golpes y rasguños pero felices del tiempo compartido. Claro que la felicidad era mayor si ganábamos en algún juego, pero la experiencia de la convivencia no tenía comparación.

Jugábamos también yacks o el matatero, el juego de memoria usando una baraja, el juego de las sillas, ponle la cola burro,  la lotería, juegos de las manos con canciones. Con Lápiz y papel eran suficientes para jugar: 3 en raya, pueblo-país – stop, el colgadito o ahorcado y armabamos aviones y botes de papel.

Esta forma de diversión nos permitía desde muy pequeños hacer amigos, tener sentimiento de pertenencia al grupo, porque la edad no era una limitación. Había que seguir reglas e instrucciones,  jugar limpio,  respetar al otro, ayudar al más pequeño  y sin darnos cuenta aprendíamos los valores de la conducta  social. Desarrollábamos habilidades y destrezas físicas, agilidad mental, pero sobre todo aprendíamos compañerismo, fraternidad, empatía y unión familiar porque todos estos juegos los compartíamos primero con nuestros hermanos.

El juego en el niño no es solo diversión, es su modo natural de aprender, creando lazos afectivos y de empatía con los demás.

Los juegos infantiles tradicionales son gratis, son muy fáciles de compartir y se adaptan a cualquier momento y lugar. Nos traen recuerdos gratos, de esos momentos con los hermanos, primos, amigos del barrio o la escuela. Nos permiten ejercitarnos físicamente disfrutando al aire libre, donde enfrentamos pequeños retos y miedos quizás por una vida más saludable activa y feliz. Así es como me gustaría que ver jugar a nuestros niños.

272447 en Pixabay El trompo

Como parte de esta ¨nueva normalidad¨ aprovechemos de lo que tenemos, hagamos uso de los juegos tradicionales de nuestra niñez, recuerde cuál era su favorito, enséñeselo y juegue con sus hijos, haga que se comuniquen con los abuelos para que les cuenten cómo se divertían, a que jugaban, en donde lo hacían y con quien. Así no sólo nuestros hijos tendrán como seguir divirtiéndose y aprendiendo, sino que también van a poder recuperar y valorar sus tradiciones. Jugar juntos en familia significa compartir tiempo de calidad, ver a los niños disfrutar al máximo algo que, en la sociedad en la que vivimos es fundamental, fortalecer nuestra identidad.

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