Corey Anderson, hombre de Florida de 18 años arrestado tras amenazar con un tiroteo masivo en una escuela en una publicación en las redes. (Foto: AP/Policía de Hillsborough) Kladys Castellón reza durante una vigilia por las víctimas de un tiroteo el 24 de mayo de 2022 en una escuela primaria de Uvalde, Texas. (Foto: AP/Billy Calzada/The San Antonio Express-News)

Cada vez que hay una nueva masacre escolar en EE. UU., regresa la frustrante discusión y el clamor en los titulares de prensa; que hay que escuchar el grito de la nación, que hay que restringir el acceso a las armas; que hay que impedir que enfermos mentales las compren; y el dolor se va diluyendo entre editoriales, fotos de víctimas, testimonios llorosos y vallas con flores; y una vez más, el fantasma del olvido se apoderara de la sociedad y los gobernantes.

No se habían cumplido 6 meses de la masacre de noviembre en Michigan; y días después de la de Búfalo, considerado un acto de terrorismo doméstico, cuando de nuevo arremete el horror de una matanza. Salvador Ramos, un joven de apenas 18 años segó la vida de 19 niños y 2 maestras en un ataque de furia asesina. Así, el nombre de Uvalde, desconocido y pacífico pueblo de Texas; viene a sumarse a la lista de trágica de Columbine, Virginia Tech, Sandy Hook o Parkland, escenarios de algunas de las más sangrientas masacres escolares del país, pero se suman a cientos más de balaceras en centros de educación.

¿Por qué esta es la única nación que enfrenta el flagelo de las masacres especialmente escolares?

Se podrían aducir muchas razones; entre ellas; que es posible tener acceso a armas de asalto sin controles; que los niños absorben demasiada violencia en los medios, películas, y videojuegos, que el consumo excesivo de alcohol, drogas y otras sustancias nocivas, producen alteraciones en la psique incrementando la impulsividad y la violencia, que las redes sociales incitan a adolescentes solitarios a desafíos diabólicos; y todas ellas pueden ser parte del rompecabezas en familias rotas, en una sociedad cada vez más enferma. Aunque es doloroso y difícil de aceptar, pero absurdo de rebatir, EE. UU. —el país más poderoso del mundo— fabrica en serie, armas, homicidas, suicidas, víctimas y victimarios.  Estamos asediados por una serie de pestes, virus y pandemias que vienen corroyendo desde abajo el tejido social desde hace décadas; y que dejan multimillonarias ganancias a algunos individuos, asociaciones y corporaciones; que la mayoría de los políticos no tienen valor para combatir, y las instituciones y cortafuegos sociales no logran controlar.

Son los lobbies que promueven la venta indiscriminada y masiva de armas –atrincherados tras la segunda enmienda–, a este crimen organizado se suman los cárteles y traficantes, que destruyen la voluntad, la vida y los sueños de millones de personas; la poderosa industria del juego y la pornografía; que destruye personas, parejas, familias y que desata los ímpetus más primitivos de todas las generaciones; la industria multimillonaria de las series y video-juegos, que encadenan la mente y la inteligencia de niños, jóvenes y un número creciente de adultos, diluyendo el sentido del hogar y arrancando la comunicación sana y constante al interior de las familias.

Salvador Ramos, había pasado desapercibido por la vida, su perfil se asemeja a sus antecesores y ya no es el último en perpetrar una ejecución masiva. Hoy ya es parte de la historia, en la lista de verdugos, mensajeros de la insensatez colectiva. Víctima y victimario, “Hecho en América”; dolorosa obra, producto de una sociedad macabra, donde se puede ser provida a “ultranza” y pro-armas “descontroladas”.

Pasamos de la tristeza a la angustia al terminar de ver los noticieros, y después nos “distraemos” con series que vuelven a poner al centro, a la superficialidad, a la “cosificación” del ser humano al degrado, y a la violencia.

Si bien la aprobación de leyes más estrictas para controlar las armas; son el primer gran paso,  ¿cuándo nos decidiremos a bajar a las raíces más profundas del ADN de este síntoma?

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