Norristown, PA – La migración es el acto de cambiar de residencia. En nuestra sociedad, es un acto que se hace por superación personal o por sobrevivencia, por decisión propia u obligados por una situación extrema. “El ser humano tiene derecho a buscar su bienestar y su felicidad donde sea”. Salir, atravesar el peligro, la incomodidad, el sufrimiento, sostenidos por la ilusión, confiando en la esperanza de estar mejor.

La decisión de migrar aquí no fue fácil para mi familia. “Dejar atrás, sin olvidar”. Me imagino cómo fue para los primeros colonos ingleses dejar su país para buscar mejor suerte en América. Se sabe que, en 1620, Inglaterra vivía una época muy complicada, como en casi toda Europa, la gente moría por enfermedades simples, la posición económica y la clase social eran muy importantes, se era un fino burgués o un triste plebeyo. Era común que las adolescentes se casaran con adultos millonarios para no sufrir una vida de pobreza. Muchos eran perseguidos por sus creencias religiosas.

Estas son situaciones que, desafortunadamente, aún ocurren en muchos países hoy en día. Al igual que yo y mi familia, aquellos hombres y mujeres decidieron buscar un nuevo mundo. Los colonos se embarcaron en el famoso Mayflower, un barco holandés de 30.5 metros (100 pies) de largo por 7.6 de ancho (25 pies); casi del mismo tamaño que el avión 747 que nosotros abordamos para viajar aquí. Ellos llegaron tras un viaje de 66 días; el nuestro duró solo 6 horas.

El equipaje de los colonos era liviano, con sólo algunas cosas que cabían en un costal de manta o en pequeños baúles de madera. Mi equipaje, tal vez no era escaso, pero, al igual que ellos, hubiera querido empacar lo intangible y esencial: el lugar donde residía mi origen, mis raíces, mi cultura y la razón de mi identidad; pero que, por ahora, no era el mejor lugar para estar. El consejo era viajar ligeros, pero no por el peso de la maleta, sino de la carga emocional, aquella que pesa más que la nave misma en la que se emprende el viaje.

Después de un trayecto de penurias y adversidades, llegaron a las costas de Massachusetts 102 colonos, cansados y debilitados. Era fin de año, con temperaturas frías, sin comida y sin la posibilidad de plantar cosecha. Así, sin la oportunidad de descansar, se dispusieron a construir su hogar. Nosotros llegamos a principios del año, también agotados, sintiendo mucho frío y sin la posibilidad de ir a un puesto de tacos; pero al igual que ellos, desde el primer día nos pusimos a trabajar.

La llegada del invierno fue devastadora para los colonos; muchos murieron por la falta de alimentos frescos, los otros sobrevivieron dentro del barco con el poco alimento envasado en latas. Es cierto que, cada uno vive su propia lucha de adaptación, y en mi caso fue tratar de adecuarme al lugar, al clima, al idioma, a la comida y a la rutina de la sociedad. En marzo, época de primavera, los recién llegados recibieron un regalo, la visita inesperada de dos nativos americanos, Samoset, de la tribu Abenaki, y Squanto, de la tribu Wampanoag, quienes, al ver la situación de los inmigrantes, decidieron ayudarles junto con el resto de su clan.

Los colonos recibieron asistencia para aliviar sus enfermedades, les apoyaron para construir sus viviendas, les enseñaron a cultivar maíz, a extraer savia de los árboles de maple, a pescar, a cazar, y a reconocer plantas venenosas. Sin duda, una experiencia sanadora y alentadora. Tal vez no igual, pero con el mismo significado, fue como me sentí con mucha gente de aquí; los vecinos, la cajera, el vendedor, el chofer, todos ellos amables y respetuosos. Nunca nos sentimos discriminados.

La Historia cuenta que en noviembre de ese mismo año, los colonos tenían ya una pequeña pero sólida comunidad, y una muy buena cosecha. Estaban tan felices que organizaron una cena: pavos rellenos de frutas y verduras, mazorcas de maíz asadas, puré de papa, tartas de calabaza y salsa de arándanos, fue lo que se sirvió ese día. El banquete se compartió con los nativos de esta nación. Agradecieron por lo servido en la mesa, por los nuevos amigos y, sobre todo, por estar vivos, el mayor reto de ese año.

El primer Día de Acción de Gracias de mi familia y el mío fue simple, solos en casa (aún no teníamos a quién invitar), sentados a la mesa frente al primer pavo cocinado en nuestro nuevo hogar. Me sentí como aquellos colonos, agradeciendo por este lugar que nos recibió bien y por la gente que nos ayudó. Me sentí bendecida. “Todos quienes decidimos emigrar, siempre tendremos un Mayflower, un Samoset y un Squanto en nuestras vidas”. ¿Cómo recuerdas a los tuyos? El Día de Acción de Gracias (Thankgiving Day, en inglés) fue proclamado oficialmente como el último jueves de noviembre, por el presidente Abraham Lincoln en 1863, para agradecer por la comida en la mesa y los logros alcanzados durante el año.

1 COMENTARIO

  1. Rosalba, un mensaje muy profundo y alentador para todas las familias migrantes que llegan con sus sueños llenos de esperanza. Y me hizo recordar mi primer año que pase Acción de Gracias, y ahora la adopte como una bella tradición.

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