Filadelfia, PA– Prácticamente, ya estamos finalizando el primer cuarto del Siglo 21. ¿Qué significa esto para la comunidad boricua y latinoamericana de Filadelfia?

Empecemos por mi gente, los boricuas. Esta pregunta exige una breve reflexión histórica. Los puertorriqueños comenzamos a llegar a esta ciudad a partir de la última década del Siglo 19. Ya para la primera década del Siglo 20 había en Filadelfia una minúscula comunidad puertorriqueña de unos 100 ciudadanos (Censo 1910). Desde entonces, esta comunidad boricua fue creciendo vertiginosamente a lo largo del Siglo 20 hasta alcanzar los casi 135 mil puertorriqueños (estimado del Censo 2017). Representando así cerca del 68% de la población latina en Filadelfia.

Esta comunidad boricua ha tenido varios períodos migratorios significativos. Los dos más recientes y evidentes fueron el periodo entre el 2006 y 2016 y el éxodo a causa del Huracán Maria en 2017.

Luego tenemos mi otra comunidad latinoamericana. Donde los mexicanos representan el 8.3%, siguiéndole los dominicanos con un 7%.  El restante 16.7 lo representan las demás nacionalidades de Centro y Sur América. En total, toda la comunidad latinoamericana, incluyendo a los puertorriqueños y mexicanos, representamos un 15% de la población de la ciudad.

Tenemos una presencia demográfica importante y visible, pero no tenemos el poder político para hacer que porcentaje tenga la representación política que por justicia nos corresponde. Especialmente, dentro de la comunidad puertorriqueña el número de participación electoral es deplorable. Nuestra comunidad puertorriqueña tiene el privilegio de la ciudadanía estadounidense, sin embargo, desconoce el potencial político que esto representa.

Nuestros políticos se han concentrado más en garantizar su reelección que promover la participación de la comunidad boricua y latinoamericana. Es hora de que desarrollemos una agenda común que incluya el desarrollo de una infraestructura política que represente nuestros intereses y sea sensible a las necesidades sociales, culturales y políticas de nuestra gente. Tenemos que aprender a navegar por esa complicada red electoral y levantar nuevos líderes a todos los niveles del espectro político.

Si miramos el cuadro de la representación política en cualquiera de los tres niveles gubernamentales (municipal, estatal y federal) nuestra representación es débil y endeble.  Estamos a vísperas de concluir el primer cuarto de siglo de este tercer milenio.  No podemos darnos el lujo de continuar en esta invisibilidad que nos ha dejado dando tumbos como si fuéramos deambulantes que nadie toma en cuenta y solo nos buscan cuando necesitan elevar alguna plataforma política.

De ahí la suprema importancia de inscribirse. Una vez inscritos informarnos y educarnos en cómo funciona este sistema electoral y luego salir en masa a votar. La baja participación del voto se traduce en una comunidad invisible, que por esa invisibilidad queda exenta de los servicios y beneficios que otras comunidades que sí participan y están muy bien representadas en las esferas del poder político.

En este sistema electoral no necesariamente se vota para ganar, sino para dejar evidenciado que existimos y que somos una fuerza capaz de hacer temblar a cualquier candidato.  No votar implica no existir en el espectro de la distribución de poderes y beneficios para nuestra gente.  Tenemos un poder político que no hemos sabido capitalizar. De los latinos en Filadelfia por lo menos un 12%  tienen el poder del voto. Estamos pagando impuestos y no tenemos la representación que nos toca por derecho democrático.  No tenemos esa representación porque hemos preferido la abstención electoral. Hemos preferido no involucrarnos y dejarnos a la suerte de la intemperie.

Para eso no vivimos aquí. Vinimos porque queríamos mejores oportunidades para nuestras familias. Pero, si nos quedamos con los sueños cruzados, esperando que un golpe de suerte cambie nuestra suerte, perpetuaremos la invisibilidad y no podremos exigir lo que no supimos ejercer.

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