Desde el 2013, la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE) ha venido eligiendo la palabra que define la experiencia colectiva vivida durante el año que termina. En esta octava ocasión eligieron la palabra “confinamiento” como la palabra del concluido año 2020. En el 2013 la Fundéu eligió la palabra “escrache”, luego le siguió “selfi” (2014), “refugiado” (2015), “populismo” (2016), “aporofobia” (2017), “microplástico” (2018) y “emojis” (2019).

La Real Academia Española en su más reciente actualización de noviembre del 2020, ha modificado la entrada de la voz “confinamiento” para ajustarla a la realidad que millones de personas en todo el mundo han vivido con motivo de la pandemia del COVID-19. También, como alternativa al anglicismo “lockdown”, usado para designar la reclusión forzada de la población en sus hogares. La RAE definió confinamiento como “aislamiento temporal y generalmente impuesto a una población, una persona o un grupo por razones de salud o de seguridad”.

Esta palabra nos dejó una marca indeleble en el alma. A pesar del dolor que representa, nos sensibilizó el corazón y nos hizo más solidarios. Estos pasados nueve meses del 2020 hablaron alto, preciso y continuo. Esta palabra que nos encerró sigue tintineando en sonoras expresiones; unas de angustia, por la pérdida de familiares y amigos, otras, por la aguda soledad de tantos, y aun otras, por los encuentros y reencuentros que abrieron nuevas ventanas de grandes posibilidades.

La palabra es siempre lo que nos queda, ya sea en el escondite de la vergüenza o en el espejo de la conciencia. A veces nos desgarra, a veces nos exalta y otras nos desnuda. Nos deja lampiños, como recién nacidos, y sílaba a sílaba nos va poblando la historia, las costumbres, las ideas. Va hilvanando el lenguaje que nos distingue, que nos define, que nos potencia. Los sordomudos hacen de sus manos un sonoro y espectacular abecedario que nos impresiona, los ciegos imaginan maravillas que los videntes pasamos por alto.

“Todo está en la palabra…”, decía Neruda, el poeta de América. Sin la palabra no tendríamos historia ni historias, ni conciencia. Sin la palabra ni siquiera habría Dios: solo tinieblas, vacío, silencio. Por eso, la palabra es vida que nos inspira, ancla que nos afirma, camino que nos reinventa. La palabra es Dios que nos crea.

El 2020 nos quitó muchas cosas, pero no la palabra. La palabra es imposible de erradicar. Ni miles de pandemias podrán silenciar la palabra. Solo nuestro miedo, disfrazado de silencio, puede hacernos invisibles, y el miedo es un tigre de papel, ante la más tenue expresión de la palabra, desaparece.

Ya vimos que el confinamiento del 2020 nos hizo más resilientes, más cercanos. Aprendimos a extrañarnos, redescubrir el inmenso valor de los que siempre están cerca. Descubrimos el poder que hay en la convergencia, aunque sea virtual. Esto nos perfila para vivir un 2021 sabiendo el poder que tenemos en la palabra. Que presentes o ausentes, la palabra nos une, nos reconecta y que en cada uno de nosotros Cervantes despierta.

Desde las heladas tierras de la Patagonia y Tierra del Fuego ruge la palabra. Entre las elevadas montañas de los Andes la palabra canta con quena y tambor. Desde el inmenso Amazonas respira la palabra su expresión autóctona. Desde el paradisiaco Caribe la palabra impulsa su tainismo y negritud. Aquí, en nuestra América estadounidense, desde Los Ángeles hasta Boston, desde El Paso hasta Filadelfia, desde Chicago hasta McAllen, desde Seattle hasta Orlando la palabra colorea nuestras comunidades latinoamericanas.

Este 2021 nos urge a que cada latinoamericano encarne la palabra cervantina. Que se haga real en las decisiones que afectan nuestra gente. Que nos levantemos con nuestra eñe y nuestros acentos y que los Juanes, Pedros, Marías, Ángeles y Cármenes sean las caras de nuestras alcaldías, representantes estatales y federales. Que no quede la menor duda; nuestra palabra tiene alma, historia y cultura. Tenemos veinte banderas que representan la misma palabra.

Vuelvo y coincido con Neruda, “Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de la tierra de las barbas, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”.

¡Que hable la palabra!

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