Mundo Virtual – En el mundo, el coronavirus a finales de marzo ya provocado ya más de 787.000 casos y más de 37.800 fallecimientos, de acuerdo con las cifras de la Universidad John Hopkins.

Al cierre de esta edición la agencia EFE reportaba que África superaba los 5.000 contagios y las 170 muertes por el coronavirus.

Imágenes que quisiéramos evadir, siguen proyectándose en las pantallas de nuestros televisores, y aparatos digitales.

Se han producido cientos de miles de artículos que reportan la pandemia que parece haber salido de una producción de Netflix.

Hemos leído en las cadenas de nuestras redes sociales una cantidad agobiante de las más diversas teorías respecto al origen y las malignas intensiones de el ahora celebre y maldecido nuevo tipo de coronavirus.

También hemos visto distintos tipos de reacciones, desde las compras de pánico, hasta las serenatas románticas entre los balcones del viejo continente.

Canciones con todo tipo de ritmos, cualquier cantidad de memes, de consejos para sobre llevarla. Así como tratan de sortear la crisis los negocios pequeños y las bolsas de valores de todo el mundo.

Sabemos que empezó a mediados de noviembre, que para diciembre había desatado el pánico en Asia, y que ahora no sabemos hasta cuando permanecerá condicionándonos la vida, porque nos asecha la vida.

Sin embargo, hay muchas otras consecuencias que podrían estarse perdiendo de vista en esta encrucijada mundial, que pareciera una lucha entre el bien y el mal.

Reportes de los analistas internacionales se cuestionan cómo el coronavirus puede favorecer el crecimiento y la consolidación del autoritarismo.  El avance del coronavirus en todos los rincones del mundo ha llevado a numerosos jefes de estado a expandir, en nombre del cuidado de la salud pública, sus capacidades ejecutivas de manera notoria.

Bajo la premisa de luchar contra el avance de la pandemia, distintos líderes mundiales han implementado medidas que amplían drásticamente sus facultades.

Según recopilan diversas agencias de noticias, los ejemplos abundan: el primer ministro de Hungría, Viktor Orban, puede gobernar por decreto bajo un estado de emergencia de duración indeterminada; el gobierno interino de Jeanine Áñez, en Bolivia, ha pospuesto las elecciones; y en el Reino Unido, la administración conservadora tiene ahora la posibilidad de cerrar fronteras y puertos, prohibir manifestaciones y aislar personas por tiempo indefinido prácticamente sin tener que rendir cuentas y sin dar garantías de que no las usarán de manera autoritaria ni las retrotraerán una vez que pase la amenaza.

“Podríamos ver una epidemia paralela de medidas autoritarias y represivas que sigan, o que sean consecuencia de la epidemia de salud”, dijo al New York Times la reportera especial contra el terrorismo y por los derechos humanos de la ONU, Fionnuala Ni Aolain.

Singapur y Corea del Sur han implementado sofisticadas tecnologías para seguir el rastro de ciudadanos que contrajeron coronavirus. De esta manera, pueden identificar los lugares en los que estuvieron y las personas con las que estuvieron en contacto para mitigar la posibilidad de que estos se conviertan a su vez en focos de infección.

Los ejemplos trascienden las fronteras. La llamada Ley Patriótica implementada en Estados Unidos luego de los ataques del 11 de septiembre, la cual amplió la capacidad de las agencias de seguridad gubernamentales para combatir el terrorismo, sobrevivió también en el tiempo.

La prensa también ha sido atacada cuando habla de las deficiencias de los gobiernos, resaltando los caos de Hungría, Venezuela, Nicaragua y México.

Douglas Rutzen, presidente del Centro Internacional de Derecho Sin Fines de Lucro en Washington, condensó el concepto: “Es muy fácil hacerse de poderes de emergencia. Pero es muy difícil deshacerse de ellos”.

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