Donald Trump prendió fuego al mundo político de Estados Unidos en 2016 y el asalto al Capitolio de sus seguidores que manchará para siempre su legado.

“Adiós, los queremos, volveremos de alguna forma”, dijo Trump a sus seguidores, en los últimos minutos de su Presidencia.

La ausencia de Trump en la investidura de Biden -el primer presidente saliente en 152 años que no asiste a la toma de posesión de su sucesor- reflejó el creciente aislamiento que ha vivido desde la insurrección de sus seguidores el 6 de enero, por la que el Senado está a punto de someterle a un segundo juicio político.

Fue un final explosivo para el extraordinario mandato de Trump, que ha dividido el país y al mundo como quizás ningún otro mandatario estadounidense y ha profundizado unas fracturas políticas y sociales que seguirán abiertas durante mucho tiempo.

Guiado toda su vida por una fuerte necesidad de aprobación, el mandatario se dejó la piel en decenas de mítines durante una larga e intensa campaña, pero no logró revivir las opciones que tenía a principios de este año, cuando confiaba en una holgada reelección gracias al buen desempeño de la economía.

Desgastado por la cifra astronómica de muertes por la pandemia, la peor crisis económica del país desde la Gran Depresión y un movimiento popular contra el racismo, Trump se convirtió tras las elecciones de noviembre en el undécimo presidente de un solo mandato de la historia de EE. UU., algo que no ocurría desde la derrota de George H. W. Bush en 1992.

Sin embargo, se negó a aceptar el resultado de los comicios, y lanzó un desafío sin precedentes que culminó en un episodio de violencia que ya es emblemático de su periodo en el poder.

EL INSURGENTE EN LA CASA BLANCA

Trump siempre se perfiló como un enemigo del aparato político del país, incluso cuando él lo dirigía: en su imaginario y en el de sus seguidores, el llamado «Estado profundo» siempre estuvo controlado por los demócratas y sus presuntos «infiltrados» en la burocracia del Gobierno.

El exempresario, de 74 años, seguía percibiéndose como alguien ajeno a los engranajes de lo que definía como la «ciénaga» de Washington, a pesar de que, desde que llegó al poder, alimentó los intereses de muchos de los más poderosos de ese aparato, incluidos grupos de presión que ayudaron a su campaña de reelección.

Al bajar las escaleras mecánicas doradas de la Torre Trump en 2015 y anunciar su campaña presidencial, el entonces magnate inmobiliario se convirtió en la peor pesadilla del Partido Republicano, pero esa formación acabó por amoldarse al mandatario, dejando por el camino algunas de sus figuras y prioridades clave.

Desde que llegó al poder en enero de 2017, Trump abrazó la provocación como forma de Gobierno y herramienta de distracción, atacando a los medios de comunicación y poniendo a prueba a las instituciones del país, cuyos tribunales tramitaron cientos de demandas contra muchas de sus políticas.

El mandatario revolucionó Washington a golpe de Twitter -hasta quedar permanentemente suspendido de la red social este mes- y regularmente manipulaba o exageraba los hechos, con unas 30.000 mentiras o afirmaciones falsas a lo largo de su mandato, según el recuento del diario The Washington Post.

Con el lema «Estados Unidos primero», Trump puso patas arriba la relación con aliados de Washington como Canadá y la Unión Europea, protagonizó un histórico acercamiento con Corea del Norte que luego se estancó, y convirtió a China en su peor enemigo con una guerra comercial.

Su ascenso al poder fue una reacción al mandato de su némesis, el expresidente Barack Obama, al que Trump dirigió ataques racistas desde 2011 y cuyo legado se esforzó en destruir desde la Casa Blanca, al retirarse del acuerdo nuclear con Irán y del pacto de París sobre el clima, además de congelar el deshielo con Cuba.

Aunque Trump deshizo muchas de las regulaciones de Obama y nombró un récord de jueces conservadores en tribunales federales, incluidos tres en el Supremo, no consiguió cumplir una de sus promesas de campaña clave: derogar la reforma sanitaria de 2010, conocida como «Obamacare».

Trump pasó casi todo su mandato bajo investigación: primero fue la pesquisa sobre la trama rusa del fiscal especial Robert Mueller, que concluyó en 2019 sin grandes consecuencias; y luego, el juicio político del mismo año, que absolvió al presidente de dos cargos por sus presiones a Ucrania.

Su segundo juicio político, por su responsabilidad en el asalto al Capitolio, podría concluir con su inhabilitación para ocupar cargos públicos en un futuro, si el Senado así lo decide.

US President Donald J. Trump waves as he walks on the South Lawn of the White House as he arrives in Washington, DC, USA, 03 May 2020. Trump returns to the White House after a trip to Camp David, Maryland. EFE/EPA/Oliver Contreras / POOL

EL ASCENSO DE UN MAGNATE

Nacido en 1946 en Nueva York de una familia descendiente de emigrantes alemanes, Donald John Trump se licenció en Economía Financiera y a los 28 años tomó el relevo de la empresa inmobiliaria de su padre para adentrarse después en el sector de los casinos, con un ascenso en ocasiones complicado y marcado por las deudas.

Productor de los concursos de belleza Miss Universo y Miss América, Trump estrenó la década pasada su propio programa de televisión, «El aprendiz» («The Apprentice»), donde varios candidatos competían por un empleo en su corporación, algo que alimentó su fama e impulsó su carrera presidencial.

Con una fortuna personal estimada en unos 2.100 millones de dólares, Trump está casado con la modelo eslovena Melania Knauss desde 2005, con la que tiene un hijo. Con anterioridad, estuvo unido a la deportista Ivanna Winkerlmayr, con la que tuvo tres hijos, y con la actriz Marla Maples, con la que tuvo una hija.

Con información de Efe

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