Foto ilustrativa, Assad Tanoli (Pexels)

El expresidente Herbert Hoover, quien gobernó a los Estados Unidos de 1929 a 1933, solía asegurar que «los niños son el recurso más valioso que tiene una nación». Creo que la afirmación es profundamente cierta, y viene a colación para hacernos meditar sobre lo que le estamos dando a nuestros niños hoy, sobre nuestra herencia, y el mundo que les estamos dejando para mañana.

El miércoles 14 de este mes, un menor de 6 años fue baleado sobre la avenida Baltimore de West Filadelfia, mientras su padre era asesinado a tiros frente a sus ojos. La traumática experiencia de este menor le dejará heridas profundas, que posiblemente lo convertirán en un adulto disfuncional por buena parte de su vida si no recibe ayuda psicológica y profesional rápidamente.

Según cifras de las autoridades, este es el menor de edad número 55, en recibir disparos en lo que va del año en la ciudad. Es decir, que cada dos días un menor en Filadelfia va a conocer en su cuerpo el fuego de las balas. Y los indicadores no parecen mejorar; por el contrario, muchos ciudadanos temen que las cosas estén empeorando.

Al mismo tiempo, otro drama humano se desenvuelve en la frontera sur del país. Miles de menores sin acompañante siguen llegando a tocar las puertas de la nación, y si bien tras el cambio de gobierno sus condiciones se han humanizado levemente, sigue siendo un drama de dimensiones intolerables; y la continuidad del fenómeno y la hemorragia de menores desde sus países de origen, solo permiten confirmar que, en ambas riberas del Río Grande le estamos fallando a nuestros niños.

Los peligros que enfrentan estos menores en su larga travesía son ampliamente conocidos. El más evidente, el de ser víctimas de toda clase de engaños y abusos; desde ser robados de su poco dinero o posesiones, hasta ser maltratados, abusados física, psicológica y sexualmente, ser secuestrados, prostituidos e incluso vendidos a los “coyotes” que los ofrecerán al mejor postor en el aberrante mercado del comercio de humanos.

Y si solo por ventura divina, muchos sobreviven a este infierno y logran llegar a la frontera sur del país; todavía les espera un largo drama viviendo en un centro de detención del ICE, donde los informes e imágenes de prensa los muestran hacinados en habitaciones con paredes de plástico dentro de grandes carpas de lona, mal alimentados y tratando de protegerse del frío con inhumanas mantas de aluminio.

Solía afirmar el reverendo Henry Ward que «los niños son las manos con las que tocamos el cielo». Pero lo que la realidad nos muestra hoy es muy diferente, y es un grito que clama ante cada uno de nosotros. O hacemos algo por defender la integridad, la pureza y el sueño del futuro que aletea en el rostro de estos menores, o su inocencia violentada, su salud emocional y mental agredidas harán peligrar el futuro de nuestra sociedad. Es urgente que reaccionemos y hagamos algo por nuestros niños antes de que sea demasiado tarde.

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