(Foto: Ilustrativa/Pexels)

Buenos Aires, Argentina– La obviedad dice que quien cierre los ojos ante la adversidad se perderá un millón de miradas de personas increíbles, llenas de sentimientos y de manos con estrellas; quien cierre sus oídos dejará de oír palabras tan dulces como caramelos; y quien se maltrate con los recuerdos se privará de conocer el amor de su vida, que siempre estará esperando su oportunidad. ¿Cómo? ¿Qué cuántas veces se puede sufrir por amor? Muchas, cientos, miles, todas las que sea necesario hasta aprender definitivamente a jugar el juego más lindo del mundo.

El 14 de febrero se celebra el día de los enamorados en varios países donde San Valentín empieza a hacer de las suyas desde muchos días antes. Reservas en los mejores restaurantes, planificación de viajes sorpresa, un ramo de rosas rojas y todas las promesas de amor que anduvieron dando vueltas durante todo el año y que por una cuestión u otra no encontraban lugar en la pista de aterrizaje de los corazones ajenos.

¿Es el amor el sentimiento más grande que pueda existir? Desde Romeo y Julieta hasta nuestros tiempos, la vida nos ha puesto a prueba a cada momento. Disyuntivas diarias dentro de un mundo convulsionado por cuestiones sociales y políticas que distorsionan las ideas hasta de los más románticos. La mente funcionando a mil kilómetros por hora buscando el raciocinio necesario que nos haga felices de una buena vez.

La vida que pasa con pruebas constantes y descarnadas, que nos exige respuestas instantáneas.

¿Llorar o reír? ¿Frustración o alegría? ¿Abrir o cerrar los ojos?

“El amor es la solución a todos los problemas” dicen algunos sabios. Y también es ilusión, es la aceptación de las frustraciones, es la vacuna que nos hace estar inmunes al odio y sus consecuencias, es la fuerza que nos hace vomitar el “Te quiero” estancado en las tripas.

Los ejemplos sobran y hacen fila: “Desde ya te digo que no le dejaré el más mínimo lugar ni al conformismo idiota ni a la obscena perseverancia de no buscarte. Tampoco dejaré que te vayas de mis recuerdos, porque nada puede ser más fuerte que la antipatía de perderte” escribe desconsolado el enamorado apesadumbrado y lleno de amor.

El amor, repiten hasta el cansancio los fabuladores, no sabe de pronósticos, ni de reglas de tres simple. Sabe de espontaneidad y de momento imaginados para los demás. Sabe de encuentros clandestinos y de mensajes subliminales. Sabe de destinos encontrados y de finales abiertos. Sabe también de agradecimientos mutuos, de presentes, de cuentos de hadas, de silencios con gusto a café con leche y de la confirmación de que las ilusiones que nacen de la nada invariablemente terminan en algún par de ojos esperanzados.

Celebremos entonces, con el amor de nuestras vidas (no importa el sexo), con la familia que tanto lo merece, con el dueño del supermercado que mantiene nuestra cuenta hasta fin de mes y con todos los habitantes del planeta, porque según reza una canción argentina “siempre, el amor es más fuerte”.

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