Foto ilustrativa. El pan de muerto es el pan tradicional en la celebración del Día de Muertos en México.

Norristown, PA – Una de las festividades más celebradas por la comunidad hispana que vive en EE. UU. y en todo el mundo es el Día de Muertos;una mezcla de celebraciones prehispánicas y católicas, donde se recuerda y se honra a los seres queridos que ya no están entre nosotros.

Los cementerios se visten de fiesta cuando llegan los visitantes a honrar la última morada de sus familiares. En un acto solemne, los sepulcros se adornan con veladoras cuya luz brillante ilumina las flores de cempasúchil.

Las lápidas parecieran los mástiles de barcos, en medio de un mar amarillo anaranjado, que trajeran las almas de los difuntos. En esta espera nocturna se vela y se reza bajo el aroma y el humo fragante del incienso, creando un ambiente entre mítico y sagrado.

En los hogares, las ofrendas a los muertos se colocan bajo el mismo rito. Se suele poner un altar simulando una pirámide, el puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos que se decora con “papel picado” de colores, donde se posan las ollas de barro con los guisos favoritos de los festejados, y cuyas fotografías se colocan como si estuvieran sentados a la mesa, en espera de degustar el banquete. Un evento mágico que hace recordar a los abuelos, con quienes solíamos compartir estas fechas con una taza de café o de chocolate caliente y un buen pedazo de pan de muerto, un manjar típico de la tradición mexicana, cuyo origen se remonta a la época prehispánica.

Se dice que, durante los sacrificios humanos, el corazón de las doncellas se colocaba en una vasija con amaranto, para después ser consumido en un acto de agradecimiento a los dioses aztecas. Durante la Conquista, los españoles, horrorizados por el ritual, sustituyeron el corazón real por uno hecho a base de harina de trigo, espolvoreado con azúcar roja, al que llamaron el pan de los muertos o simplemente “pan de muerto”. Este se caracteriza por tener una bolita en el centro, representando el cráneo de la doncella, de donde se extienden cuatro cordones en forma de un hilo de gotas, semejando las lágrimas de las víctimas, dirigidas hacia los cuatro puntos cardinales. En algunos países de Latinoamérica se elabora algo semejante, como un postre con formas humanas para celebrar estos días, como las “guaguas de pan” de Ecuador o “ñatitas” en Bolivia.

Las festividades del Día de Muertos comienzan el 1 de noviembre, de acuerdo con el calendario católico; sin embargo, en algunos lugares de México se comienza antes. El 28 de octubre se espera a aquellos muertos en accidentes o fallecidos de forma trágica; el día 30, a los niños que fallecieron sin ser bautizados (o del “limbo”), el 1 de noviembre dedicado a todos los niños o todos los santos, y el día 2, a los adultos o fieles difuntos.

En 2003, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) declaró el Día de los Muertos como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Coincido que festejar el Día de Muertos es una celebración por la vida misma, para tomar las cosas con la mejor sonrisa y reír porque nada es eterno. Disfrutemos mientras dure, ya que aquí, para morir nacemos.

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