El emprendedor Abe Cruz posa mostrando una prenda deportiva de su marca "Forever Faith" (Fe siempre), durante una entrevista con Efe, en Miami, Florida. (Foto: EFE/Ana Mengotti)

Nacido en Los Ángeles de padre cubano y madre mexicana, Abe Cruz se declara un «superviviente». Estuvo preso por transportar drogas de costa a costa de EE. UU. y hoy, con un libro, una marca de ropa deportiva y su propia criptomoneda, quiere llevar su mensaje de fe a los reformatorios juveniles del país.

«Forever Faith» (Fe siempre) es el lema de Cruz. Esas dos palabras son las que más utiliza y están estampadas en sus sudaderas y camisetas y en la criptomoneda que pondrá en circulación en diciembre para comercializar sus productos y organizar eventos entre los que le siguen.

Se trata de «crear una comunidad donde estemos unidos y mantengamos la mentalidad de campeones, esto es una actitud ante la vida que nos lleva a superar los obstáculos», dice este emprendedor de 40 años.

Su padre se fue para no volver cuando él tenía cuatro años y su madre crio a Abe, a su hermano y hermana, inculcando valores cristianos en un barrio pobre de Los Ángeles.

Cruz repite a lo largo de la entrevista que cree en Dios, pero no es «religioso» y que lo que busca es dar a conocer la fuerza de la fe y de lo que él fue capaz por no perderla nunca, incluso cuando los fiscales de Oklahoma pedían para él 30 años de cárcel.

«La fe va más allá de la religión», declaró en Miami, donde visitó un centro de detención para jóvenes.

Desde que en 2020 salió publicado su libro, «Forever Fe», Cruz quiso transmitir su mensaje a los jóvenes encarcelados.

«En todos los Estados Unidos hay cerca de 2.000 centros, no puedo ir solo a algunos, tengo que ir a todos. Entiendo que tardaré dos años o tres, pero lo vamos a hacer», subraya.

Cruz siente que con eso está cumpliendo una «misión» de Dios y que, si les habla a los descarriados «desde el corazón» y con su experiencia, podrá «salvar a muchos para que cambien su vida».

En su infancia llena de carencias a Abe Cruz lo salvaron los deportes. Era muy bueno en baloncesto y fútbol americano y gracias a eso a los 11 años pudo cambiarse a una escuela católica privada.

El emprendedor Abe Cruz posa durante una entrevista con Efe, en Miami, Florida. (Foto: EFE/Ana Mengotti)

ADICTO AL DINERO

En esa escuela lo acosaban. Tenía un acné terrible, ropa barata y vieja, recuerda Cruz, quien desde niño sintió que «quería más» de lo que tenía.

Acabó siendo «adicto al dinero», no a las drogas que, según dice, nunca ha consumido.

Cuando se le pregunta por qué muchos jóvenes caen en problemas, responde que son varias las razones.

«La educación, la fe, los valores que una familia puede darte no siempre están presentes (…) y cuando uno es pobre tiene poca esperanza en construir una vida nueva y mejor. Tienen muchas necesidades y ven una salida en robar o hacer otras cosas ilegales».

Una lesión de ligamentos acabó con la carrera deportiva de Cruz y redujo sus posibilidades de escoger la universidad donde estudiar.

El ver cómo su hermano y su primo ganaban mucho dinero trabajando para una empresa piramidal (network marketing) y se compraban lujosos carros, lo apartó de los estudios en Wisconsin.

Empezó él también a ganar dinero y a gastar a manos llenas hasta que aquel espejismo de riqueza se desvaneció.

Entonces empezó a trabajar como entrenador en un gimnasio y agente inmobiliario, además de hacer otros trabajos menores, pero le costaba mantener su tren de vida anterior.

Apareció entonces la tentación de su primer trabajo ilegal: conducir desde Los Ángeles a la costa este de EE. UU. con «algo» en el maletero y regresar con dinero.

El emprendedor Abe Cruz posa durante una entrevista con Efe, en Miami, Florida. (Foto: EFE/Ana Mengotti)

UN MAL PASO

Preguntó si dentro del automóvil había un cadáver y le dijeron que viera la película «Scarface». Tras pensarlo mucho hizo su primer viaje, ganó 10.000 dólares y se compró un reloj Rolex, un carro BMW usado y le dio dinero a su madre. Le quedaron solo 900 dólares, así que realizó otros viajes sin problemas hasta que su suerte se acabó en Oklahoma.

Tenía 24 o 25 años y ese mismo día la DEA (Agencia antidrogas) allanó su casa de Los Ángeles, pero no encontró drogas.

Con el dinero que tenía pudo pagarse un buen abogado y pelear el caso durante dos años hasta ver reducida drásticamente la condena.

En la cárcel estuvo 40 días ayunando y orando, hasta que empezó a recibir señales de que debía crear una empresa de ropa deportiva con mensajes inspiracionales y se puso a hacer los primeros diseños.

«Yo vi el futuro y lo escribí en un papel. Me tomaban por loco», dice con una gran sonrisa el hoy empresario, casado y padre de dos hijos, quien al cabo de cuatro años salió en libertad provisional con un grillete electrónico y cinco dólares en el bolsillo.

Para no volver a prisión tenía que conseguir un trabajo en 48 horas. Oró mucho para lograrlo y casi al final del plazo tenía dos, en un gimnasio y en una tienda de suplementos vitamínicos.

Además, conoció a una empresaria con maquinaria para imprimir camisetas que aceptó hacerle a cuenta las 20 primeras de su marca «Forever Faith», de la que hoy viven él y su familia.

Entre sus próximos proyectos está el «crear un programa para dar trabajo a exconvictos» y «hacer una película del libro» para poder llevar más lejos su mensaje de fe.

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