Un joven se manifiesta en contra del colonialismo durante la ceremonia de conmemoración de los 70 años de la Constitución de la isla, hoy, en el Capitolio en San Juan (Puerto Rico). (Foto: EFE/Thais Llorca)

Se conoce popularmente como el “Grito de Lares” a la revolución puertorriqueña por su independencia de España, llevada a cabo el 23 de septiembre de 1868. En el siglo XIX, en América Latina se utilizó la expresión de “Grito” como sinónimo de declaración de independencia. Por ejemplo, el Grito de Dolores (México, 1810), el Grito de Ipiranga (Brasil, 1822), y el Grito de Yara (Cuba, 1868).

La insurrección armada se inició en Lares, un pueblo localizado en el centro-oeste de Puerto Rico que, a su vez, formaba parte de una de las regiones de la economía agrícola comercial de aquella época. Para el tiempo del Grito, su paisaje montañoso, y de frondoso verdor con su clima tropical y de abundante lluvia, estaba muy activo con unas 500 haciendas productoras de café. En toda la isla, junto a la producción de otras mercancías comerciales como la caña de azúcar y el tabaco, las necesidades alimenticias básicas se obtenían de la agricultura de subsistencia, la crianza de ganado y la pesca. El jefe militar del Grito de Lares, Manuel Rojas, precisamente era uno de los principales hacendados cafetaleros.

Tarde en la noche del 23 de septiembre, ante el ejército rebelde de alrededor de mil hombres congregados en su hacienda, Rojas dio el grito de libertad de Puerto Rico. “En la casa de Rojas”, señaló el gobernador español José Laureano Sanz (Informe del 4 de julio de 1869), “recibió la rebelión su bautismo”.

En su discurso revolucionario, como ha documentado Olga Jiménez, Rojas “se dirigió a las tropas que estaban afuera y les habló de la necesidad de derrocar el gobierno en el poder para terminar con sus prácticas de tiranía. Mencionó las contribuciones exorbitantes, de la corrupción de los funcionarios y del deber de ponerle fin a tal régimen de tiranía”. Tras agotar las alternativas pacíficas y las legales permitidas por España, y para conquistar la soberanía nacional propia, los revolucionarios puertorriqueños quisieron acabar con la dominación colonial.

(Foto: EFE/Archivo)

BREVES ANTECEDENTES  

Luego del descubrimiento europeo de América en 1492, Puerto Rico y los demás países antillanos vinieron a constituir el corazón geográfico y el punto de partida histórico de la formación de la América Latina y del Caribe colonial. A pesar de ser los españoles los que impusieron su dominación en todos los ámbitos de las relaciones sociales, en el transcurso de los siglos XVI al XVIII se fue formando y diferenciando con fisonomía histórica propia una sociedad colonial criolla. La composición social colonial se fue configurando mediante la interacción de los indios taínos, los colonizadores españoles y los esclavos de África, articulados en sucesivas estructuras socioeconómicas y con sus aportaciones culturales diversas.

Semejante a lo ocurrido en todas las colonias americanas, Puerto Rico también tuvo sus movimientos precursores emancipadores.  Por ejemplo, la rebelión de los vecinos de San Germán, Ponce y Coamo de 1702-1711. A comienzos del siglo XIX, en la coyuntura histórica de la invasión y ocupación de España por parte de la Francia del emperador Napoleón Bonaparte, en Puerto Rico se organizó un movimiento revolucionario con sede en la Villa de San Germán, encabezado por la élite criolla, para lograr la independencia. Las autoridades españolas le llamaron la “Conspiración de San Germán”, de 1809 a 1812.

Cuando España invadida por Francia estaba necesitada de apoyo financiero y refuerzos, autorizó a las colonias hispanoamericanas a elegir representantes ante el gobierno provisional. Los cabildos o ayuntamientos municipales eligieron al teniente de navío Ramón Power como diputado por Puerto Rico y le impartieron instrucciones para promover su desarrollo económico y cultural, y reclamar mayor participación política.  El cabildo de San Germán planteó que mantendría lealtad mientras no cayera la dinastía de Fernando VII; si este rey dejaba de regir el destino de España, el cabildo reclamaba que a Puerto Rico se le dejara libre para ejercer su independencia.  La llegada de tropas de España y la represión del liderato en diciembre 1811, frustraron el intento de aquel primer intento revolucionario puertorriqueño. También hubo otras tentativas revolucionarias en 1823 y en 1838.

A lo largo del siglo XIX, los puertorriqueños se agruparon en varias tendencias políticas: la conservadora, sostenedora de la dominación española; la reformista, que promovía la administración gubernamental con mayor participación criolla y cambios económicos favorables a la Isla; y la independentista, que luchaba por la soberanía plena puertorriqueña.  Entre 1866 y 1867, comisionados liberales reformistas e independentistas (José Julián Acosta, Francisco Mariano Quiñones y Segundo Ruiz Belvis) denunciaron el despotismo colonial y formularon peticiones económicas de consenso (libertad de comercio, fomento agrícola industrial), sociales (abolición de la esclavitud y del sistema de la “libreta” de jornaleros), y políticas (descentralización administrativa y mayor gobierno propio) ante una Junta Informativa de Madrid. La metrópoli española ignoró las demandas, incumplió una vieja promesa de “Leyes especiales” de carácter autonómico (1837), decretó más impuestos a la colonia y el Gobernador español, usando de pretexto un motín de soldados en junio de 1867, ordenó el arresto de prominentes liberales.

LA REVOLUCIÓN

Para entonces, Puerto Rico era una nación con cuatro siglos de formación y desarrollo histórico y cultural. Contaba con una población de 656,328 habitantes (Censo de 1867) distribuidos en 68 pueblos por todo el País.

En el verano de 1867, en una reunión de alto nivel del liberalismo puertorriqueño el sector reformista acaudillado por José Julián Acosta, Julián Blanco, Calixto Romero y otros optaron por “esperar” a un cambio político “favorable” en España. Pero el sector independentista se decidió por el camino de organizar la revolución. Entre ellos se agruparon el doctor en Medicina Ramón Emeterio Betances, el abogado Segundo Ruiz Belvis, el comerciante Carlos Elías Lacroix y otros. Algunos ya habían sufrido persecución política y destierros por sus actividades abolicionistas e ideas políticas.

Betances y Ruiz Belvis escaparon a Nueva York donde operaba desde 1865 una Sociedad Republicana de Cuba y Puerto Rico, que promovía la independencia de estas últimas colonias españolas en América. Uno de sus integrantes era el exiliado puertorriqueño, doctor en Medicina José Francisco Basora. A la acusación del Gobernador español de que “conspiraban” contra España, ellos respondieron constituyéndose en Comité Revolucionario y respondieron con un “Manifiesto a los Habitantes de Puerto Rico (16 julio 1867)”, de 6 páginas, afirmando otro significado libertador de “conspiración”: “Debemos conspirar sin tregua porque es necesario que un día acabe el régimen colonial en nuestra Isla; porque Puerto Rico finalmente tiene que ser libre”. Denunciaron la tiranía colonial (la inexistencia de un Gobierno puertorriqueño, contribuciones que el pueblo no decide, despilfarro militar, corrupción generalizada de los funcionarios, carencias educativas de todo tipo), exhortaron a los paisanos reformistas a desengañarse con los intereses de la metrópoli, subrayaron la importancia de “mirar nuestros intereses” y afirmaron la unidad y solidaridad revolucionaria antillana.

Segundo Ruiz Belvis falleció a destiempo (nov. 1867) en un viaje de solidaridad latinoamericana que comenzó en Chile. Betances honró su memoria llamándolo el primer mártir de la revolución. Desde la isla vecina de Saint Thomas, este líder envió a Puerto Rico su famosa proclama de los “Diez mandamientos de los hombres libres” (noviembre 1867). Allí destacó: (1) abolición de la esclavitud, (2) derecho de votar todos los impuestos, (3) libertad de cultos, (4) libertad de palabra, (5) libertad de imprenta, (6) libertad de comercio, (7) derecho de reunión, (8) derecho de poseer armas, (9) inviolabilidad del ciudadano y (10) derecho de elegir nuestras autoridades.

En enero de 1868, un núcleo de líderes ubicados en Santo Domingo reconstituyó el Comité Revolucionario. El alto mando que operaba desde el exilio quedó integrado por Betances, Mariano Ruiz Quiñones (hermano de Segundo), Carlos Elías Lacroix, R. Mella, José Celis Aguilera, José Francisco Basora (en NY); y a ellos se unió el arzobispo de Santo Domingo, Fernando Arturo Meriño, liberal que había vivido en Puerto Rico. Bajo el lema “Patria, Justicia y Libertad”, redactaron una “Constitución Provisoria de la revolución puertorriqueña”, destacando en su artículo 2 el objetivo de establecer “la independencia de Puerto Rico, bajo la forma republicana democrática”. Durante los meses subsiguientes del 1868, Betances encabezando el Comité desde afuera (obligado luego a operar desde Curazao y Saint. Thomas) se encargaría de reunir armas y pertrechos militares necesarios para una expedición libertadora. Reubicados en Puerto Rico, Lacroix en Ponce, Celis en San Juan, y Juan Chavarri en Mayagüez, ciudades principales, serían los enlaces con la organización del movimiento por toda la Isla.

El proceso organizativo fue una tarea difícil y compleja, puesto que, en el contexto del despotismo militar colonial vigente, todo tenía que hacerse en el clandestinaje. Poco a poco se fueron fundando “Juntas revolucionarias” en los pueblos y unidades de barrios que se modelaron a base de las sociedades revolucionarias europeas y según principios de los ritos de la masonería, a la cual pertenecían muchos, utilizando seudónimos y claves secretas. Puerto Rico era fundamentalmente rural y la transportación interior se hacía a caballo o en coche, con demoras de días de un lugar a otro; el medio de comunicación más avanzado, el telégrafo, estaba controlado por el Gobierno. Las proclamas se imprimían en islas vecinas, o en imprentas secretas, y se distribuían a escondidas. El Gobierno mantenía una vigilancia constante.

Para septiembre había una porción de “Juntas” en varios pueblos. Los revolucionarios de Lares, Camuy, San Sebastián, y de Mayagüez (en la altura montañosa), mejor constituidos y ansiosos por la acción, decidieron iniciar la revolución el 29 de septiembre. Por indiscreciones y delación, el 21 de septiembre la Junta del pueblo de Camuy, donde se proyectaba dar el Grito, fue descubierta y su dirigente Manuel María González fue arrestado con documentos comprometedores. Para no dar tiempo a una movilización militar del Gobierno, el liderato de estos pueblos decidió la acción armada para el día 23. La documentación conocida sugiere que todo esto ocurrió fuera de sintonía con el Comité en el exterior y los enlaces principales.

En esas circunstancias, no obstante, se formó un núcleo de ejército rebelde de alrededor de 1,000 hombres. Medianamente armados con rifles y revólveres algunos, y con machetes la mayoría, tras proclamar la independencia y encabezados por los generales rebeldes Manuel Rojas y Juan de Mata Terreforte, tarde en la noche del 23 de septiembre tomaron por asalto el pueblo de Lares. Los comerciantes españoles Amell, Ferret y otros que representaban el capital extranjero dominante y las autoridades locales fueron apresados.

En Lares se dio el grito de la libertad de todo Puerto Rico. Se instituyó un Gobierno Provisional de la República de Puerto Rico bajo la presidencia de Francisco Ramírez Medina. El presidente Ramírez proclamó la abolición del régimen de la libreta jornalera y la libertad a todos los esclavos que se sumaran a la lucha y a los mayores incapacitados; e instó a sus paisanos a cumplir con el deber de libertar a Puerto Rico.

En la mañana del 24, una fuerza rebelde de unos 300 o más intentaron tomar el pueblo de San Sebastián del Pepino, y los insurgentes sufrieron varios muertos y heridos.

Hay documentación oficial conocida de alrededor de 650 presos. El gobernador, general José Laureano Sanz destacó el peligro que representaba el Grito de Lares al encontrarse involucrados “individuos de todas las clases que componen esta sociedad”. De la muestra de prisioneros: 39% eran jornaleros, 18% de clases medias, 15% labradores, 10% esclavos, 7% comerciantes, 6.5% artesanos, 4.5% hacendados. En las cárceles de Arecibo y Aguadilla murieron 85 prisioneros por el Grito. Entre los arrestados en Lares estaban Mariana Bracetti y Obdulia Serrano, esposas de los hermanos Miguel y Manuel Rojas, y en el pueblo de Juana Díaz, la morena libre Francisca Brignoni, que abogaba por la libertad de los esclavos: estas mujeres son apenas una muestra de muchas otras, la mayoría anónimas, que también integraban las sociedades secretas o simpatizaban con la causa independentista.

Si hubiesen logrado desencadenar la revolución más coordinada y en puntos diversos a la vez, Sanz informó al Gobierno de España, que probablemente los vencedores serían los puertorriqueños en armas. En Puerto Rico se produjeron manifestaciones populares a favor de la excarcelación de los presos y contra las penas de muerte impuestas a Manuel Rojas, Rodulfo Echevarría, Pedro Segundo García, Clodomiro Abril, Ignacio Balbino Ostolaza, Andrés Pol y Leoncio Rivera. Y en Madrid, Eugenio María de Hostos, Manuel Alonso y otros puertorriqueños prominentes se unieron al reclamo insistente de centenares de mujeres familiares de los presos -según el gobernador Julián J. Pavía-, intercediendo exitosamente con el presidente Francisco Serrano, que acababa de dirigir una revolución antimonárquica en España. El 25 de enero de 1869 el Gobierno decretó una amnistía general. Pero muchos patriotas como Betances, Rojas, Lacroix, Aurelio Méndez, y muchos más se vieron obligados al exilio.

A partir de 1869, permitió la formación de algunos partidos políticos (conservador y liberal-reformista) y la libertad de prensa y reunión (aunque bajo censura y con licencia), y se allanó el camino para la abolición definitiva de la esclavitud y del régimen jornalero precapitalista en 1873.

Nueva documentación del Archivo General Militar de Madrid dada a conocer a comienzos del siglo XXI pone de manifiesto que, al tiempo en que en Cuba se desplegó la Guerra de los Diez Años por su independencia, en Puerto Rico se dio lo que el gobierno calificó de Alteración del Orden de 1868 a 1880: desafíos a la autoridad, nuevas “conspiraciones” independentistas, y resistencia incluso con tomas armadas de plazas de pueblos por la abolición de la esclavitud y del régimen de libreta jornalera. A su vez, fue de 1870 en adelante y hasta el fin de la dominación española en 1898 que en Puerto Rico se vivió una efervescencia cultural y de afirmación puertorriqueña y se intensificaron los reclamos por el gobierno propio en sus vertientes autonomistas e independentistas.

Referencias: Cabrera Salcedo, Lizette. “Patria, justicia y libertad: Grito de Lares, 1868”. Catálogo de exposición. San Juan: Museo de Historia, Antropología y Arte, Universidad de Puerto Rico, 2011.

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