Evento de campaña con la presencia de Eric Trump, “Fe, Oración y Patriotismo.” 16 de octubre 2020. Hunting Park, Filadelfia. Foto crédito redes sociales

En los últimos meses hemos visto que el asunto de la fe ha sido objeto de grandes polémicas en las campañas electorales del 2020. El proceso de selección para llenar la vacante del Tribunal Supremo es un ejemplo de ello. Los que han visto el proceso senatorial para la ratificación de la jueza Emy Coney Barrett han notado que el enfoque, tanto republicano como demócrata, está en el carácter y fe de la candidata. Las preguntas de los senadores parecen sugerir que ser cristiano es sinónimo de ser conservador, antiabortista y protector del orden establecido. Como si los cristianos fueran un bloque inquebrantable y monolítico que gira hacia una sola dirección. Nada más lejos de la realidad. El problema en todo este enredo político-religioso es que, se está tratando de legitimar agendas políticas usando la fe y la religión como Caballo de Troya.

Por supuesto que esta no es la primera vez que esto se da, tampoco será la última. Una discusión somera sobre este asunto nos ayudará a comprender un poco este revoltijo de ideas sobre la fe, la creencia, el patriotismo y la religión. Antes que nada, deberíamos clarificar estos conceptos para tener una idea correcta de qué es lo que se bate en el seno de nuestras iglesias y de nuestro barrio en estos tiempos de incertidumbre. Parte de la problemática es que la iglesia, por siglos, ha perpetuado la idea de que fe, religión y creencia son sinónimos.

Dejo claro y categórico, la fe no es creencia ni religión, como la creencia y religión no son fe. La creencia es el cúmulo de experiencias vividas por una comunidad, que va hilvanando costumbres, idiosincrasias, y todo eso crea a su vez una cultura. Tal cultura se galvaniza en una historia colectiva y en un hablar colectivo que desarrolla una identidad particular y única, que luego se convierte en patria. Dicha patria da sentido de identidad, pertenencia y propósito. El amor hacia esa patria, la exaltación de esa patria es lo que se conoce como patriotismo. Y el patriotismo puede contemplar a la patria como algo sagrado, casi como el sentido último de la vida. A partir de esa identidad patriótica comienza a desarrollarse una mística y un discurso sobrenatural que busca justificar al colectivo social como algo exclusivo, un designio divino. En ese proceso aparece la religión, la cual dará las pautas doctrinales y morales de cómo relacionarse con la divinidad.

La fe, en cambio, no es un producto del devenir humano, sino una acción soberana del Creador del universo hacia los seres humanos. Es algo así como la chispa que enciende todo el proceso de la actividad humana y natural. En el Nuevo Testamento en el libro de los Hebreos, hay una frase muy interesante sobre la fe, que dice: “fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” Tal vez el autor está dando una pauta clara de que la fe está en otra dimensión, y que esa dimensión está al alcance del ser humano y que a su vez le da esperanza y convicción. Esa esperanza es la certeza de la capacidad humana para vivir el amor, la tolerancia y la paz; y tal convicción nos reafirma que somos imagen y semejanza de la divinidad, una continuidad de lo divino en lo humano.

Por eso, la fe no es un acto religioso, sino la acción de Dios en nosotros, por nosotros y para nosotros. La fe no es propiedad de ninguna religión y mucho menos de ningún movimiento político. Solo Dios tiene la franquicia de la fe y la comparte con todos los seres humanos. Por eso la fe no divide, la fe une y transforma, mientras que la religión señala, juzga y excluye. Quien quiera que use la fe como vara de juicio o pretenda proclamarse como gerente de la fe, está dando una clarísima evidencia de falsedad y engaño.

Los cristianos en esta contienda electoral, deberíamos ser la luz que traiga sosiego y entendimiento. Es triste ver entre los mismos cristianos como el patriotismo, el partidismo y la religiosidad han opacado la fe. La tolerancia y el amor al prójimo se sacrifican por la preferencia a un candidato político. Esta decadencia religiosa la vimos la pasada semana cuando una iglesia de nuestro barrio invitó a Eric Trump para un servicio de “Fe, Oración y Patriotismo.” El solo hecho de que se presente una persona del peso político del joven Trump, tira por la borda la fe, politiza la oración y desvirtúa el patriotismo. Parece que para algunos pastores es más beneficioso tener eventos desestabilizadores como este, que promover la paz, la tolerancia y el amor al prójimo que el Señor Jesús nos dejó diáfanamente revelado.

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