En el corto plazo sólo tenemos un arma a nuestro alcance para empezar a frenar la pandemia del Coronavirus (Covid-19). No se trata de una vacuna ni de un tratamiento milagroso, ninguno de los cuales es previsible alcanzar en un horizonte inmediato. Estoy hablando de nuestra responsabilidad individual frente a una amenaza colectiva que ha detonado dos tipos de respuestas diametralmente opuestas entre el público estadounidense. 

Por una parte, están quienes han reaccionado con una ansiedad exagerada que se manifiesta en compras de pánico de alimentos y artículos de limpieza. Son las personas que han abarrotado supermercados y han puesto su propia seguridad en riesgo haciendo largas filas en espacios públicos a corta distancia unos de otros. 

Por otro lado, están quienes han desestimado olímpicamente la severidad del riesgo y se comportan como si nada hubiera pasado, a pesar de la evidencia contundente de las más de 200,000 contagios y de una severidad letal más de 10 veces superior que la influenza estacional, que mata 36,000 estadounidenses cada año

Ambos comportamientos –la exageración o el desdén- son inapropiados, pero ignorar o minimizar el peligro puede tener consecuencias mucho más graves. 

Las imágenes de jóvenes abarrotando las playas, bares y restaurantes de varios países con motivo de las vacaciones de primavera son una pésima señal de que no entiende la gravedad de la situación. Es verdad que muchos jóvenes presentan menos probabilidades de complicaciones serias, pero nadie está exento del riesgo.

Por otra parte, es admirable la decisión de algunas cadenas de súper mercados de asignar horarios especiales sólo para personas mayores, las más vulnerables a los más severos síntomas del Coronavirus. La mayoría de los condados suspendió clases, otras ciudades cerraron espacios públicos, unas más decretaron toques de queda.

Lo ideal es alentar más comportamientos responsables como éstos últimos y no conductas que minimizan la seriedad de una de las crisis de salud pública más serias de la era moderna. Un ramo de admiración especial para nuestros trabajadores de salud, que arriesgan la vida en un frente de batalla por demás peligroso. Ellos necesitan las máscaras y los guantes para tener la mínima protección necesaria.

Es claro que muchas autoridades han sido puestas en jaque por la velocidad del contagio. Si inicialmente no dimensionaron el tamaño del problema, la realidad se impuso. Ahora les corresponde lidiar tanto con el aspecto médico como económico: Habilitar respiradores y aprobar las medidas para dar alivio a miles de personas que han perdido temporalmente sus ingresos.

Ningún modelo matemático puede anticipar con exactitud el alcance de la pandemia del Coronavirus porque el desenlace depende en gran medida de las acciones que hagamos o dejemos de hacer de manera responsable e individual.

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