El presidente, Donald Trump, visita este martes el condado de Cambria, en el centro de Pennsylvania, y la euforia de sus fieles en esta plaza que pasó a ser firmemente republicana en 2012 es contagiosa. Lo que tal vez han olvidado es que esta visita a pocas semanas de las elecciones demuestra que las líneas de defensa del mandatario se hunden.

“Cuando llegue noviembre habrá que rezar, votar y luego rezar un poco más”, aconseja un predicador radiofónico evangelista desde el altavoz de una gigantesca camioneta Ford que se ha dado cita junto con otro centenar de vehículos en Johnstown para efectuar un “Paseo Patriótico MAGA”, siglas de “Make America Great Again”, el lema de campaña de Trump que tomó prestado de Ronald Reagan.

Los ánimos y la energía contrastan con la plomiza mañana de otoño y con el deprimido escenario elegido para la concentración: el estacionamiento de un complejo de grandes superficies clausurado por la crisis del comercio minorista.

“Lo que hemos visto hasta el momento es que el condado sigue siendo territorio republicano, de eso no hay duda. Trump habla al corazón de lo que preocupa a nuestros votantes: la economía, la seguridad y la vida”, explica a Efe la presidenta del Partido Republicano en el condado, Jackie Kullback.

La euforia de banderas se debe a que Trump ha anunciado que este martes, nada más recibir el visto bueno de su médico para volver a hacer campaña tras su convalecencia por la COVID-19, celebrará un mitin en el aeropuerto de la ciudad, una de las capitales del corazón metalúrgico y minero del llamado Cinturón del Óxido.

CAMPAÑA EN CRISIS

Pero el hecho de que el presidente dedique sus valiosas últimas semanas a hacer campaña en un región que debería tener asegurada es un síntoma de que sus estrategas temen perder no solo las zonas suburbanas de los extremos sureste y suroeste, como los condado de Luzerne o Lackawanna, sino también el fiel centro rural, industrial y evangelista del estado.

Cambria ha visto desde el último mandato de la presidencia de Barack Obama un éxodo de más del 5 % de la población y unos índices de desempleo y pobreza que duplican a los del resto del país.

La región industrial y minera puso sus esperanzas en Trump en 2016, pero el milagro económico que el presidente prometió, con un refuerzo de la industria minera y manufacturera, no se ha cumplido y la decadencia de este condado continúa.

No obstante, las banderolas y pancartas de Trump salpican los pueblos de los alrededores, aunque algunos se limitan a colgar carteles “pro-vida”, una muestra de que para una gran parte de los votantes conservadores estadounidenses sólo hay un asunto que determina su voto: la posición de un candidato frente al aborto.

“Los otros quieren matar bebés. Trump pondrá fin a esos disturbios que promueven los demócratas. Él es el único guiado por Dios”, señala Miller, para quien Trump es un enviado divino que va a salvar al país de la decadencia moral.

«Mueren más niños por los abortos que por el coronavirus. No es más que una gripe como ha demostrado Trump», asegura antes de saludar a un asistente que viste una máscara en la nuca para calentarse la calva.

Un cambio a favor de los demócratas y de la papeleta Joe Biden-Kamala Harris en el condado de Cambria podría ser síntoma de un terremoto en el que miles de republicanos hayan decidido tras cuatro años de Trump que prefieren la moderación de Biden, pese a su etiqueta de demócrata.

SIN PENSILVANIA NO HAY REELECCIÓN

Quedan tres semanas para las elecciones del 3 de noviembre y Pennsylvania, un gigantesco estado del que dependen 12 votos electorales decisivos, es el escenario de un incesante trajín político.

El exalcalde de Nueva York y perro de presa de Trump, Rudy Giuliani, visitó el condado de Luzerne el fin de semana y Joe Biden viajó al condado de Erie. Una diferencia de pocos votos en cualquiera de estos condados podría significar la Presidencia.

Biden rompió este fin de semana con gran parte de su partido al prometer que no acabará con la fracturación hidráulica, el «fracking», una técnica de extracción de hidrocarburos que antes de la pandemia generaba trabajos e ingresos en el estado y que es una línea roja para muchos votantes en esta zona.

El corazón de Pennsylvania vive en una realidad propia que comparte con otras zonas rurales: las emisoras las ocupan predicadores evangelistas, el aborto y los hidrocarburos son los únicos temas que ameritan una discusión política y el gobierno federal gasta dinero en anuncios de carretera con el eslogan “los zombis no planean con antelación, tú sí puedes”, en lugar de educar sobre la contención de la pandemia de coronavirus.

No obstante, en algunos pueblos escondidos entre interminables extensiones de bosques enrojecidos por el cambio de la hoja en otoño, han comenzado a aparecer carteles en apoyo a Biden y la batalla de la ideas se ha trasladado a las medianas de las carreteras.

“El falso Joe Biden apoya los abortos, es un hipócrita enfermo de su fe católica”, señala un tétrico cartel adornado con muñecos mutilados y rodeado de pancartas de Biden en uno de estos pueblos agrícolas y mineros de Pennsylvania.

Si el presidente no consigue ganar Cambria en noviembre, con toda seguridad perderá el estado al permitir un hueco en lo que se ha llamado la “T” republicana, ya que esa es la forma que adopta el mapa del estado si se le suprimen los fortines demócratas en las esquinas inferiores que ocupan Philadelphia y Pittsburg. Sin esa «T» no habría Trump.

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