Foto ilustrativa LED Supermarket, Pexels

(…) Pensé por un minuto y les expliqué a mi mamá y a Bob lo que pasaba con los Anaya, y que deberíamos ir a hablar con esa trabajadora social. Le pedí a Bob que se pusiera una camisa elegante, corbata y su chaqueta y llevara una libreta amarilla de abogados. Le dije que no debía hablar, sino solo escribir en silencio todo lo que se decía. Íbamos a crear la imagen de que Bob era abogado sin decirlo, porque si mentíamos, infringiríamos la ley y podríamos ser procesados.

Mi mamá, que me conocía, me recordó que controlara mi temperamento.

En cuestión de minutos nos dimos cuenta de que eran ya cerca de las p.m., y que la oficina de asistencia social cerraría a las 5. Copos de nieve ligeros ya empezaban a caer, y anunciaban la tormenta.

Eché un vistazo a Bob…, se veía bien; era un chico esbelto, de cabello rubio pajizo, de buena presencia. Tiempo después, trabajo con la United Farm Worker’s Union, en California, y se convirtió, de hecho, en abogado.

Marchamos por la calle y pronto estábamos llegando al Departamento de Bienestar. Nuestros pasos y nuestros corazones empezaron a rezumar indignación. Al llegar al mostrador de recepción dimos el nombre de la trabajadora social a quien queríamos ver.

Su oficina estaba a pocos metros, del lado izquierdo del pasillo. Todas esas oficinas habían sido antes habitaciones del hospital, y yo lo conocía bien, de cuando mi madre trabajaba allí.

La trabajadora social nos invitó a pasar a su oficina y le presenté a Bob; por lo que recuerdo, parecía tener veintitantos años, con gafas y cabello castaño claro.

Comencé a explicar nuestra preocupación por la tormenta que se acercaba y la situación de la familia Anaya. Y efectivamente, Bob, mi socio en su rol de presunto abogado, empezó a documentar todo y todo parecía más oficial, tal y cual un defensor que registra una declaración.

Ella argumentó sobre las regulaciones del estado y yo comencé a hablar más alto y más despacio, inclinándome hacia ella desde mi silla y explicándole que era inhumano cortar la electricidad a una familia pobre con una tormenta de nieve acercándose. Mi reputación local como militante empezaba a tener su efecto. Yo era como una barra oscura de dinamita que podía explotar en cualquier momento. Y ella parecía un ciervo, cuando un auto le encandila los ojos y no sabe bien por qué lado escapar.

Finalmente, le exigí que hablara con su supervisor. Me di cuenta de que se estaba poniendo nerviosa cuando casi tropieza con el bote de basura de su oficina, mientras salía hacia la oficina de su jefe.

Bob y yo nos sonreímos y cuchicheamos sobre lo que pensamos que podría pasar.

Regresó diciendo que ya se había tomado la decisión de que se cortaría la electricidad en la casa de los Anaya.

Me puse un poco más “obstinado”, y de repente sonó su teléfono… ella respondió, y me dijo que mi madre estaba en la línea.

No era la primera vez que funcionarios públicos de Las Ánimas llamaban a mi madre para quejarse de su hijo militante. Le habrían pedido que me calmara y que llevara mi oscuro trasero latino a casa.

Mi madre, efectivamente, me pidió que regresara a la casa y que no hiciera nada que me metiera en problemas. Además, estaba en juego la asistencia pública que ella misma estaba recibiendo.

Tranquilice a mi mama, le dije que pronto volveríamos a casa. Evidentemente, de las oficinas de asistencia social habían llamado a mi madre para pedirle que amarrara al doberman de su hijo.

Le devolví el teléfono a la trabajadora social y continué subiendo el volumen de mi voz mientras me levantaba, mirando por encima del escritorio, y entonces lancé mi última maniobra defensiva, cerrando la visita con estas palabras.

“Si cortas la electricidad a la casa de los Anaya, estarás cometiendo un pecado y posiblemente estarás matando a esta familia. ¡Y si les cortas la electricidad, me llevaré a toda la familia Anaya y a otros, y haremos una demostración frente a tu casa esta noche para que todos puedan ver lo cruel que eres…!”

Me volví hacia Bob y le pregunté si había grabado toda la conversación.

Asintió con la cabeza y luego me dio confirmación verbal, al tiempo que miraba fijamente a la Trabajadora Social, mientras guardaba su bolígrafo.

Cuando nos levantábamos para irnos, le recordé, mientras le apuntaba directo con mi dedo índice, que iríamos a su casa esa noche si cortaban la electricidad.

Pero ya en la calle, no estaba contento con el resultado…; no se habían echado para atrás y no sabía qué le diría a John Anaya. No se habían dejado intimidar por mis bravuconadas.

Estaba seriamente preocupado por la familia de John, y también por mi reputación. Mientras caminábamos hacia la casa, Bob me aseguró que habíamos hecho todo lo que pudimos.

Mi madre se alegró al vernos regresar; pero podía ver la rabia y la frustración en mi rostro, mientras daba vueltas con pasos rápidos por la pequeña sala de casa. Estaba buscando dilatar el momento de tener que llamar a John Anaya y decirle que no habíamos podido hacer nada.

Pasó una media hora mientras trataba de encontrar las palabras con las que darle a Anaya las malas noticias, cuando sonó el teléfono. Mi mamá respondió y me dijo que era Anaya. Caminé despacito los dos metros y medio que me separaban del teléfono, buscando palabras para las noticias que tendría que darle. Lo saludé con un “hola” apagado…, pero antes de que pudiera seguir, John me interrumpió, y empezó a explicarme con gran alborozo, que la trabajadora social acababa de llamar y que dejarían el servicio de electricidad durante 30 días más.

Por mi amplia sonrisa Bob podía imaginar lo que estaba escuchando, mientras yo le explicaba a Anaya lo que habíamos hecho. Nos agradeció profusamente y, solo entonces, me sentí muy recalentado por dentro, mientras la tormenta de nieve hacía que todo fuera blanco y frío allá afuera.

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