Pete Velasco Crédito Fundación César Chávez

Cuando llegué a La Paz en 1994, rápidamente recluté a Abe Bonowitz para que viniera a trabajar conmigo. Le mentí diciéndole que solo serían unas pocas semanas, que después, se alargaron mucho más. Abe era muy trabajador y yo necesitaba alguien como él; muchos conocen a Abe por el gran trabajo que ha hecho para abolir la pena de muerte.

Instalándome en La Paz, descubrí que el hermano Pete Velasco se había jubilado y ahora él y su esposa Dolores estaban a cargo de cuidar la tumba de César, que estaba en los terrenos de la sede del sindicato. Fue maravilloso trabajar allí con Pete y otros, que me recordaban a mí y a mis días de juventud.

Una tarde, después de la cena, Abe, el hermano Pete, su esposa Dolores y yo estábamos sentados en un porche frente a la casa de Pete en la sede, y hablando de los viejos tiempos; …y por un momento pensé que podría ser un buen momento para revisar una fecha de gran importancia para mí.

 –Pete, recuerdas en 1970, cuando te conocí por primera vez, ¿y cuando me negué a pasarte la sal y te llamé con todos esos adjetivos racistas?, –le pregunté.

Lentamente se volvió hacia mí y me dijo: –Sí, recuerdo ese día en “40 acres”, claro que sí.

 –Bueno, quiero decirte que lo que me enseñaste ese día, fue una de las lecciones más importantes que he podido aprender en mi vida. Hice una pausa, pensando en algo más profundo para agregar.

El hermano Pete respondió, primero volviéndose para mirarme directamente a los ojos, y con su voz suave y mesurada y con su acento filipino me dijo:  –¡Y todavía tienes muchas lecciones importantes que aprender! 

Al principio me quedé cortado: aquí estaba el hombre desafiando de nuevo. Para entonces, muchos me consideraban ya un líder fuerte y capaz. Y de nuevo aquí, estaba este filipino mesurado y sabio, devolviéndome a la tierra y a la realidad.

Entonces, sonreí, luego solté una carcajada y dije: –¡Sí, hermano Pete, aún tengo muchas cosas por aprender!

En los años transcurridos desde entonces, en verdad, he aprendido mucho y sigo aprendiendo.

El hermano Pete se enfermó más tarde ese año, y expresó a mí y a la Junta del sindicato que quería ser enterrado junto a César. La Junta vino y me dijo que Pete no podía ser enterrado junto a César y que debía decírselo, ya que la tumba de César era propiedad de la Fundación. Abogué por el caso de Pete, pero sin éxito. Todos los líderes del movimiento se apartaron y me dejaron la ingrata tarea de dar la noticia más difícil al “Brother Pete”. Amaba, y aún sigo amando a Pete hasta el día de hoy.

Me rompió el corazón y lo sigue haciendo hasta el presente, que tuviera que decirle a mi buen amigo y maestro que no podía ser enterrado junto a César.

Unos meses después, iba de camino a San Diego desde Los Ángeles con una buena amiga, Lisa Bellomo, para ver actuar a nuestros amigos del espectáculo “Cultural Clash”, (‘Choque cultural’), cuando recibí en el auto una llamada, donde me decían que Pete había muerto. Me entristecí muchísimo. Lisa conocía a Pete y era una buena amiga con quien estar en ese momento. Mi hija Aviva y yo habíamos ido a visitar al hermano Pete en el hospital unos pocos días atrás. Lo recuerdo sosteniendo y apretando mi mano con fuerza. En ese momento pensé: él no quiere irse, y necesito abrazarlo fuerte para que pueda quedarse.

Entonces, Lisa puso en su reproductor de CDs una canción perfecta para ese día y ese momento; la canción de Joan Osbornes ¿Y si Dios fuera uno de nosotros? La canción parecía hablarme sobre el hermano Pete. En verdad, vi el rostro de Dios muchas veces y de muchas maneras en este hombre. Le pedí a Lisa que repitiera la canción varias veces, y terminé pidiéndole prestado el CD; … luego usé el texto de este poema para escribir algunas palabras de amor y de despedida al admirable hermano Peter.

Monumento Nacional de César E. Chávez

Los católicos normalmente rezan un rosario la noche antes del funeral. Me pidieron que dirigiera la ceremonia de homenaje a mi buen amigo y maestro. Rezamos el rosario en memoria del hermano Pete, y luego cantamos canciones y dimos testimonios en su honor. Llenamos una enorme carpa con cientos de miembros y simpatizantes del sindicato. Esa noche y frente a todos ellos leí mi versión personal de “Y si Dios fuera uno de nosotros”.

Enterramos al hermano Pete al día siguiente en un pueblo cercano, pero bastante lejos de la tumba de César. Hoy extraño a muchos filipinos parecidos al hermano Pete, que eran mis amigos. Y cuando digo les extraño, es que los extrañaré para siempre.

¡Larga vida al hermano PETE!, ¡mabuhay! (Lengua filipina para ¡viva!)

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