Marcha en Buenos Aires contra la rampante inseguridad en las calles. (Foto: redes)

Buenos Aires. AR – Hoy te matan, en un asalto a tu hogar, por un auto, por celos, por un teléfono, por una mirada. Te matan porque está de moda, porque suma estrellas de lata, porque juegan a la ruleta rusa sin importarles a quién va la bala. Matan por la ceguera, por la droga, por el alcohol, por el placer de hacerlo.

Recién le tocó a un hombre que venía de vacaciones con su familia, a un chico del interior del país que repartía empanadas para pagarse los estudios, a una pareja de ancianos que trabajaron toda la vida para poder disfrutar de la tranquilidad que prometía la vejez. Le tocó a tu vecino, a tu amigo, a tu conocido, a cualquiera

Lamentable, pero en esta película, siempre parecen ganar los malos.

Las estadísticas no mienten, hablan a las claras de un fenómeno que no distingue de orígenes ni fronteras. Pasa acá y pasa allá, en mayor o en menor medida: la inseguridad se ha apropiado del mundo y se ha convertido en otra pandemia dentro de la pandemia.

Un informe revelado a fines del 2020 por la ONG mexicana Seguridad, Justicia y Paz, hace hincapié en que América Latina tiene a 42 de las ciudades más violentas del mundo entre las primeras 50. Dice el mismo informe, que México precisamente, cuenta con las cinco ciudades con más homicidios por cada 100.000 habitantes. Brasil ocupa un lugar importante con cinco y también figuran Venezuela, Colombia, Honduras, El Salvador y Guatemala, entre las que cuentan con mayor número de muertes, aunque en menor medida.

En cambio, hay países que sin llegar al “promedio” tienen un alto número de muertes diarias, que se han incrementado en el último año como consecuencia del COVID 19, y Argentina es uno de esos casos emblemáticos.

Los registros criminales aportados por los entes oficiales dejan clara una situación que no por conocida deja de ser sorprendente, y tal vez la prueba más irrefutable de estos trágicos números se vea en los noticieros de la televisión, donde en la apertura de la programación, se muestran un sinnúmero de robos, asaltos y muertes, que son producto de la locura que describimos en el titular.

Un hecho que provocó el incremento de tanta delincuencia suelta, fue aquel decreto presidencial que, siguiendo las recomendaciones de organizaciones internacionales de derechos humanos, hizo que cientos de presos por cualquier causa (asesinatos, robos menores, salideras bancarias, violaciones y otros) quedaran en libertad “transitoria”, para evitar el hacinamiento e insalubridad en las cárceles y para no poner en riesgo la vida de los reclusos. El caso tuvo una gran repercusión y, tal vez en Argentina como en ningún otro lado, ha generado mucha polémica. De hecho, el mismísimo presidente Alberto Fernández tuvo que salir a asegurar públicamente que su gobierno no estaba fomentando una liberación generalizada de presos, sino que se trataba de una cuestión humanitaria. Incluso, y como si hiciera falta, publicó desde su cuenta personal de Twitter un mensaje que decía “es conocida mi oposición a ejercer la facultad del indulto”.

Si bien, esta medida también se hizo efectiva en algunos países latinoamericanos como Brasil y México (y en otros como Estados Unidos, Italia y Reino Unido), pareciera que en ninguno de esos países tuvo tanta respuesta desfavorable de parte de los “beneficiados”, ya que muchos de ellos demostraron cabalmente por qué estaban guardados en el lugar que les había asignado la justicia.

Lo que también llamó la atención en el ámbito nacional argentino, es que debido a la falta de elementos de seguridad y a los altos costos de los mismos, la mayoría de los excarcelados no contaban con los elementos mínimos de seguimiento de sus movimientos en libertad, algo que colmó de improvisación a la escena.

Precisamente, el Departamento Penitenciario Nacional de Brasil informó al respecto que, con base en los informes generados por los gobiernos estaduales, fueron liberados alrededor de 30.000 presos, y que buena parte de ellos “no llevaban tobilleras, lo que dificultaría la ubicación de los mismos”. Caso similar y preocupante.

La prueba de ello es que la mayoría reincidieron en el delito, y algunos de los tantos fueron nuevamente capturados y puestos a disposición de la ¿justicia? La pregunta es: ¿cómo harán cuando la pandemia se calme, para decirles a los que han delinquido que deben volver a las cárceles de las que fueron habitantes durante gran parte de sus vidas? ¿Quién saldrá a buscarlos? ¿Irán casa por casa? ¿Recién ahí se darán cuenta que era necesario tomar otras determinaciones antes de las liberaciones masivas?

En tanto, las estadísticas crecen y los números de la violencia se agrandan a cifras alarmantes. Basta con revisar las cifras del 2018, 2019 y 2020 para darnos cuenta de que estamos en un momento muy difícil de nuestra historia.

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