Seguidores del entonces presidente Donald Trump se enfrentan con policías fuera del Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021, en Washington. (Foto: AP/José Luis Magaña/Archivo)

Como todos los años, este 4 de julio los estadounidenses han celebrado a lo largo y ancho del país la Declaración de Independencia. Es posible que muchos hayan aprovechado simplemente para tomarse un largo weekend de vacaciones, otros para hacer visitas urgentes a familiares, y otros para hacer reparaciones caseras. Pero, en principio, el objetivo principal de este feriado es ofrecer un tiempo para reflexionar sobre los puntos centrales de esa Declaración: la protección de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

En los casi dos siglos y medio transcurridos desde aquel 4 de julio de 1776, cuando tras dos días de revisión intensa la Declaración fue firmada por los delegados de las 13 colonias en la Casa de Gobierno de Filadelfia, muchos estadounidenses han ofrecido sus bienes, sus talentos, su inteligencia, y otros más incluso sus vidas, para defender los ideales cincelados en esa Carta. El amor al trabajo, la generosidad y el compromiso de millones de colonos, de nativos y de inmigrantes, por hacer realidad “sueño americano” fue lo que cimentó, durante casi 4 siglos, las bases de esta gran nación.

Sin embargo, a pesar de todos los logros y conquistas que la convierten en la democracia más antigua del planeta y la más poderosa economía mundial; no debe dormirse en sus laureles, y el llamado a la reflexión y a la memoria que se cristaliza cada 4 de julio no debería ser frivolizado. Las conquistas en las libertades individuales y de emprendimiento, y en la libertad de conciencia para buscar el mayor bien individual y el mayor progreso social, se pueden perder con mucho mayor rapidez de lo que costó adquirirlas. Para la muestra baste recordar la asonada al Capitolio en 2021.

Hoy el concepto de libertad ha sido extremizado por muchos, que han empezado a creer que un modo de ser libre es hacer lo que quiera, olvidando que hacerlo exige un espacio de negociación, de respeto y de encuentro cuando mis deseos afectan a terceros. Si a mí me gusta oír música a muy alto volumen todo el fin de semana y a mi vecino, en cambio, le gusta leer y dormir, entramos en el primer choque de libertades en el nivel más básico.

A otros niveles la visión de país de un partido difiere en mucho de la visión del partido opositor. Es allí cuando el ejercicio de la democracia se convierte en una minuciosa filigrana de debates, acuerdos, concesiones, pérdidas, ganancias y equilibrios. Pero para ello es indispensable creer siempre en la buena fe propia y del otro. Creer siempre que, aunque por caminos y con sistemas distintos en la forma, mi rival político, al igual que yo, solo quiere buscar el mayor bien y progreso para los suyos y para la sociedad. Sin esta base de confianza recíproca, el tejido social comienza a descoserse y las columnas que sostienen a una nación empiezan a agrietarse.

Los fundadores de este gran país eran hombres de fe, y actuaron “delante de Dios”. Como lo testifica el Discurso de Gettysburg inscrito en el Jefferson Memorial: “que esta nación bajo Dios pueda ver un renacimiento de su libertad”; o la inscripción del piso de la rotonda: “He jurado sobre el altar de Dios eterna hostilidad contra toda forma de tiranía”. O como lo especifica el lema oficial de esta nación: “In God we trust”, o “en Dios confiamos”, impreso en el papel moneda, que sigue al lema “E pluribus unum”, “y de muchos hizo uno”, frase sacada de la misma Biblia, (Efe 2:14). Por tanto, no podemos ignorar que cuando nuevos grupos sociales tratan de excluir a Dios de todas las esferas de la vida pública, también están yendo en contravía del alma misma que dio vuelo a esta tierra que ha sido bendecida.

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