Toda comunidad viva y reflexiva fundamenta su funcionalidad en la experiencia vivida. Esa experiencia vivida, por lo general, se encarna en los sujetos que más han vivido en esa comunidad particular, o sea los de la tercera edad. ¿Por qué? Los y las de la tercera edad tienen un margen de referencia mucho más amplio. Ya han vivido lo suficiente para darse cuenta del alto valor que tiene el ponderar las situaciones antes de tomar acción. Son personas que han aprendido a pensar con la cabeza fría y el corazón enternecido. Claro, valga notar que no se llega a esta madurez solo por el hecho de tener largos años.

Hay jóvenes que poseen una gran información y son muy ágiles en el funcionamiento social, pero la poca experiencia de vida les limita a entender los procesos vividos en el pleno momento de la acción. Por supuesto, esto no los descalifica ni los desvaloriza. Por el contrario, necesitamos de ese ímpetu de la juventud para avanzar en las agendas de nuestra comunidad.  Imagínese usted, si los jóvenes tuvieran la sabiduría de la tercera edad y los de la tercera edad la potencia de los jóvenes, podríamos alcanzar metas inimaginables. 

Por eso la importancia de una comunidad viva y reflexiva. Nuestra comunidad latina es una comunidad viva y con un enorme potencial de desarrollo. Es por eso por lo que necesitamos desarrollar un profundo sentido de reflexión que nos ayude a sacudirnos del miedo y atrevernos a hacernos camino en esta ciudad y avanzar con una agenda que promueva la plenitud de nuestro desarrollo social, económico y político.

Tenemos la población numérica necesaria, tenemos una infraestructura social bastante sólida, tenemos cantidad de emprendedores creando nuevos negocios y proyectos culturales, tenemos poetas y muy buenos escritores, tenemos latinos en importantes puestos del Distrito Escolar.  Lo que no tenemos es un espíritu reflexivo como comunidad.

Hemos alcanzado posiciones importantes en el gobierno, en la academia, en la enseñanza, en los negocios, en el servicio social, pero todos estos logros se han dado en el plano personal e individual. Estos logros no se han traducido en una comunidad próspera e influyente. Hay que decir que esos hombres y mujeres nuestras que han logrado escalar en esas áreas lo hicieron a temple de sudor y sacrificio. No hay duda y los aplaudimos. Pero, tenemos que abrazarnos a la reflexión y empezar a valorar los desaciertos y aciertos que nos han traído hasta aquí. Algunos de esos ya los hemos reseñado en artículos anteriores.

Tal vez tengamos que empezar por lo más obvio, nosotros mismos. Tal vez habrá que sentarse el uno con el otro y empezar a conversar, sobre todo, acerca de los desaciertos. ¿Cuáles? Desde mi óptica les doy algunos: ausencia electoral, competencia desmesurada entre nosotros mismos, brotes de personalismos ególatras entre los políticos que nos representan, comunidades dejadas al amparo de la drogadicción… me gustaría que usted continúe la lista o la complete. Hay que levantar cabeza y urdir el corazón. Tenemos al alcance de nuestros dedos información valiosísima, pero tenemos que asumir responsabilidad, tomar acción y ser proactivos.

En los próximos seis meses tenemos dos eventos que son de suprema urgencia: el Censo y las elecciones 2020.  Lo que pase en las elecciones presidenciales y los resultados que arroje el Censo marcarán la pauta para los próximos 10 años y más. Por eso, quedarse en la casa y obviar estos eventos será un gran desacierto que nos hundirá más en el ya hondo hoyo social en que estamos.

Vayamos mejor al acierto. Esto es, rompamos el tedio de la costumbre, hagámonos contar como nunca. Procuremos que todos seamos contados, documentados e indocumentados. Pero, sobre todo, si usted tiene la posibilidad de ejercer su voto, ejérzalo. Hable con sus hijos que tienen 18 años o cumplirán 18 años antes del 3 de noviembre. Guíeles a que se inscriban. Enséñeles sobre la importancia de esta responsabilidad cívica y ciudadana. Infórmese sobre los procesos electorales y como estos le afectan directamente. Nuestro voto sí cuenta y ese voto puede cambiar nuestra historia.

Los desaciertos nos deben servir para acertar mejor en las decisiones que nos tocan tomar en este futuro inmediato. Por eso una comunidad viva y reflexiva es una donde los adultos y los jóvenes conversamos, nos nutrimos unos a los otros y marcamos la diferencia. Esto es una combinación humana de gran acierto y mucha esperanza.

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