Presidente argentino Alberto Fernández. (Foto: EFE/Caroline Brehman)

Buenos Aires, Argentina- Hace unos años, en plena sesión de la Organización de Estados Americanos (OEA) que se realizaba en Washington, Arturo McField Yescas en su carácter de embajador de Nicaragua, renunció a su puesto con un discurso en el que denunció atrocidades y  violaciones a los derechos humanos por parte de gobierno dictatorial de Daniel Ortega, de hecho fue catalogado como “traidor a la patria” por quien maneja los hilos de un país devastado por la corrupción, pero así y todo siguió adelante con su lucha por una Nicaragua libre y se animó a más diciéndole hace unos días a EL PAIS que Rosario Murillo, esposa de Ortega, “Dirige una diplomacia sin alma ni cerebro”.

Lejos de amilanarse con  las consecuencias de sus palabras, McField siguió adelante en pos de la libertad de un pueblo que no se merece las barbaridades que están sucediendo, utilizando su boca y sus palabras, tal vez con miedo pero con la paradójica valentía de los que entiende que la mejor forma de terminar con una dictadura es luchar contra ella en todos los parámetros posibles, incluso perdiendo sus derechos de embajador.

La ventriloquía es el arte de modificar la voz para imitar  otras voces u otros sonidos, el ventrílocuo es capaz de dar voz a un muñeco de modo que al proyectarse parece originarla efectivamente en el propio muñeco. Y así, como en Estados Unidos Charlie McCArthy recorrió el país de punta a punta junto a su muñeco Edgar; en la Argentina hubo un personaje similar que cautivó a chicos y grandes. Se trataba de Mister Chassman y su muñeco Chirolita, los que se hicieron famosos por la perfección de su trabajo. Chirolita era quien decía lo que en ese momento no se podía decir.

¿Y a qué viene esto? A que en la recientemente finalizada Cumbre de las Américas realizada en Los Ángeles, el presidente argentino Alberto Fernández pareció rendir un homenaje a los muñecos Edgar y Chirolita. Moviendo su boca para decir lo que tanto la vicepresidente argentina Cristina Fernández de Kirchner, como los presidentes de regímenes dictatoriales como el de Venezuela, Nicolás Maduro; de Nicaragua, Daniel Ortega; de Cuba Miguel Díaz Canel y de México Andrés Manuel López Obrador, no se animaron a decir sino por medio de quien pareció representarlos aun a costa de las consecuencias que podrían recaer en su país, si pensamos que la Argentina está pasando por uno de sus peores momentos a nivel general y sobre todo en lo que a economía se refiere, y se encuentra en plenas tratativas con el Fondo Monetario Internacional para refinanciar una deuda de por sí impagable, y que crece a medida que cada día amanece.

Los guapos de pacotilla sentaron a Alberto Fernández en sus rodillas y le hicieron decir que en sus países está todo bien; que se respetan los derechos humanos, que no hay presos políticos, que no son ni por cercanía una dictadura, que sus respectivos pueblos no se mueren de hambre, que los descomunales registros de inflación no son tales, que la paz y la concordia izan la bandera todas las mañanas y que todo lo que se dice en el resto del mundo sobre ellos es mentira.

Como los muñecos no tienen sentimientos, Fernández ni siquiera se ruborizó. Es más, terminó su función y se fue a descansar mientras envidiaba la valentía de McField y  recibía los tibios aplausos de ciertos peligrosos amigos de las mentiras.

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