Rápidamente nos acercamos a la fecha de las elecciones primarias, lo que nos invita a reflexionar sobre a qué punto estamos en cuanto a propuestas de gobierno, conocimiento de los programas, madurez de los candidatos y rodaje de las campañas. El deber de informar y argumentar de la manera más objetiva sobre estos temas es un paso necesario hacia su comprensión.

Un tema crucial que ha saltado a la luz en este tiempo es el del financiamiento de las campañas. El hecho de que uno de los candidatos a la alcaldía, Jeff Brown, haya sido acusado de violar las leyes electorales de Filadelfia pone en escenario un tema incómodo para muchos candidatos, y cuestiona la democracia de la potencia mundial.

La única candidata de origen hispano, Maria Quiñones, se dijo obligada a tener que abandonar la carrera fundamentando “las cantidades obscenas de dinero” que ciertas campañas gastan, y contra las cuales ella no puede competir.

Son muchos los politólogos y académicos que vienen advirtiendo sobre el mal camino que está recorriendo la democracia en los Estados Unidos. Por más de tres siglos, la fortaleza de esta nación y la fe en sus instituciones se basaron fundamentalmente en la confianza que tenían los ciudadanos en sus jefes, en sus capacidades para guiar y liderar con honestidad, en su ética de gobierno, en su visión de una América libre y justa donde todos puedan prosperar.

Sin embargo, hoy, organizaciones como el Instituto Internacional para la Asistencia a la Democracia y las Elecciones aseguran que este país es una democracia en retroceso; y una encuesta del Instituto de Política de la Harvard Kennedy School reveló que la mayoría de los jóvenes entre 18 y 30 años cree que la democracia en el país tiene muchos problemas o está en crisis.

Un informe del Pew Center ha encontrado que la inmensa mayoría de los estadounidenses están preocupados o disgustados por la extrema polarización y por el excesivo gasto de dinero en las campañas políticas; pues, la mayoría cree que los donantes de grandes sumas a los políticos tendrán como contraprestación una mayor influencia en el gobierno que cualquier ciudadano común. El estudio también constata que la mayoría de los ciudadanos desearía que se establezcan leyes y límites al dinero empleado en las campañas.

La politóloga Elizabeth Clay afirma que “América está invirtiendo demasiado dinero en política y demasiado poco en democracia”; es decir, argumenta, que con solo una fracción de las astronómicas cifras invertidas en las campañas se podría financiar a organizaciones, institutos y fundaciones que proveen educación cívica, electoral y ciudadana a miles y miles de jóvenes que egresan cada año de las escuelas medias, y que de otra manera tendrían poco chance de formarse en educación política, a la convivencia y al ejercicio democrático.

A Maria Quiñones Sánchez le siguió Dereck Green, quien, denunciando el mismo problema, abandonó la campaña en búsqueda de la alcaldía. Es lamentable que otra figura política surgida de las minorías, con décadas de experiencia en la gestión pública, y en el caso de Maria con una larga trayectoria de desarrollo comunitario, no se puedan aspirar a la máxima carga local porque no puede competir contra los PAC’s abanderizado por anónimos, donde es un misterio seguir el dinero de los grandes donantes.

Grandes franjas de la población trabajadora e inmigrante no podrán contar con alguien que les represente plenamente, que les conozca, que escuche sus aspiraciones, y crea e invierta en ellos, si permanecen en la periferia del poder fáctico, mediático y cívico.

Lo deseable, entonces, es que sea la conciencia de los votantes y su madurez política lo que permita contrarrestar esta nociva tendencia y la deriva de la democracia; que sea capaz de elegir decididamente a los candidatos mejores, dejando de lado a los que gastan millones en propaganda, pero posiblemente no tienen al votante de las comunidades racializadas, ni a sus aspiraciones, como prioridad en sus agendas.

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