(Foto: Ilustrativa/Vincent M.A. Janssen/Pexels)

Buenos Aires, Argentina –Nikita Kruschev, dirigente de la Unión Soviética entre 1958 y 1964, dijo alguna vez ante una pregunta del periodismo sobre la función de los políticos “Los políticos son iguales en todas partes. Prometen construir un puente incluso donde no hay río”

Tal vez aquella sentencia sirva como la palabra mágica para inspirar este relato, con toques de certezas y también de ciencia ficción.  

La figura de “Prometedor serial”, es la base que los ubica en un lugar demasiado elevado, más allá de sus propias aptitudes.

El político aquí, allá y en cualquier parte, es el modelo de perfección para soñar una vida cómoda y sin sobresaltos, independientemente de la situación del país que lo cobije.

En épocas de campañas, dichos personajes se ponen el mejor traje, contratan al mejor fotógrafo y posan para llenar la ciudad con carteles llenos de sonrisas hipócritas, con promesas que nunca van a cumplir y para ensuciar los ojos de quienes se chocan con las mismas mentiras de siempre.

Otros caminan por las calles que nunca más van a pisar y golpean a tu puerta para decirte que están a disposición de todos y cada uno de tus problemas, pero es mentira. Levantan en sus brazos a tanto niño que se cruce, besan con odio oculto a los ancianos que ni siquiera le solían extender la mano, y se fotografían con dios y con el diablo, nada que después no puedan quitarse con una ducha con jabón y con perfume de quién sabe qué parte del mundo.

Esta realidad cambia radicalmente al otro día de las elecciones que los tienen como protagonistas. De perder, se habrá asegurado algún puesto importante en cualquiera de las dependencias de las que abundan en cualquier administración. De ganar, habrá llegado al súmmum de su gloria personal, y en un abrir y cerrar de sentimientos, se olvidará de los niños, de los ancianos, de las promesas y todo lo que ya no le sirva. Ni siquiera un rayo paralizador de mentes podría hacerlo mejor.

Empezará aquí la etapa de nombrar a amigos en cargos para los que no serán aptos; a viajar a lugares que nunca podría visitar si fuera uno como nosotros; a cobrar salarios astronómicos, viáticos, gastos de representación y quién sabe qué más. Llegará la hora de levantar el brazo para aprobar leyes que ni siquiera leyó, para bajar el pulgar al mejor estilo Nerón si las propuestas llegan de la oposición (más allá de que sean necesarias para el crecimiento del país).

A los políticos no les interesa si el pueblo se muere de hambre, si sus salarios no alcanzan para cubrir las necesidades básicas; si las escuelas dan o no clase; si el mundo se derrumba mientras ellos se enamoran del poder.

Distinto es el pensamiento del expresidente de la República Oriental de Uruguay, el humilde y a veces sabio “Pepe” Mujica que dijo alguna vez “El poder no cambia a las personas, solo revela quiénes verdaderamente son”.

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