Selva Lancandona en Chiapas México. (Foto: Cortesía/Perla Lara)

El tema del llamado “descubrimiento de América” siempre levanta urdimbres conflictivas. Se nos enseñó, se nos inculcó, se nos remachó que el buenazo de Cristóbal Colón fue el descubridor de las Américas. Sin embargo, los registros históricos y arqueológicos alumbran hacia otros horizontes. La narrativa de que Colón descubrió América estuvo sujeta al imperialismo cultural europeo que quiso reescribir la historia y borrar los eventos migratorios previos a los viajes de Colón. Esto fue parte de la narrativa colonial europea para justificar en su psiquis colectiva el saqueo del resto del mundo y adueñarse de la materia prima para el lujo y rimbombancia de los placeres del “civilizado” occidente.

Volvamos el enfoque, ¿fue Colón el primer europeo en llegar “al perdido paraíso terrenal”, como lo describe el poeta boricua Virgilio Dávila? Según Michael Bawaya, editor de la revista American Archeology, 15,000 años antes de que a Colón se le ocurriera buscar nuevas rutas para la India, ya se registraba evidencia arqueológica de visitantes de Asia que cruzaron el estrecho de Bering a través de una franja de hielo que cubría el mar entre el estado de Alaska y Siberia. Algo así como un “puente de hielo” que conectaba Asia con América del Norte. Muchos animales (caballos, camellos, mastodontes, mamuts, osos pardos, alces) cruzaron el estrecho en busca de alimento. Detrás de los animales, le siguieron los seres humanos, también en busca de nuevas tierras para refugio y alimentación; y así fueron llegando, hasta que poblaron todo el continente americano.

Estos primeros migrantes se conocen como el pueblo Clovis. Llevan ese nombre por un asentamiento que se descubrió en Clovis, Nuevo México. En las últimas décadas del siglo XX, se descubrieron asentamientos de culturas antiquísimas previas a los Clovis, en Texas, Virginia, Perú y Chile, y se conocen como los pueblos pre-Clovis. Las pruebas de ADN sobre estas comunidades indican que un 80 por ciento de los indígenas de las Américas son descendientes directos de los Clovis y los Pre-Clovis.

Selva Lancandona en Chiapas México. (Foto:  Cortesía/Perla Lara)

También, hay evidencias arqueológicas de que 500 años atrás, antiguas comunidades europeas visitaron Canadá antes de que Colón pusiera pie y espada en las arenas americanas. Eran comunidades vikingas, que llegaron a la isla canadiense, Terranova, en un lugar llamado “L’Anse Aux Meadows” y consiste en ocho edificios de madera cubiertos de hierbas y lodo, considerado hoy día como patrimonio de la humanidad.

Desmitificada la idea de que Colón fue el descubridor de América, podemos decir que los Clovis y pre-Clovis fueron los verdaderos descubridores del “perdido paraíso terrenal”. Por lo cual, es muy justificable que celebremos el día de nuestras culturas indígenas, que son descendientes directos de los pueblos Clovis y pre-Clovis y no el día de Colon, que, a estas alturas de la historia, aún ningún historiador puede asegurar su origen de nacimiento.

No estoy negando el valor histórico de la figura de Cristóbal Colón. El hito histórico de Colón no fue el descubrimiento de América, sino el que abrió las venas de América a la avaricia de la conquista y la barbarie que vivieron los pueblos originarios con la cruz y la espada de la invasión española. América fue invadida, colonizada, asesinada y diezmada por las turbas conquistadoras. Decenas de millones de indígenas asesinados se retuercen en sus sepulcros por la ignominia de que hombres como Francisco Pizarro y Hernán Cortés, sean recordados como paladines de la civilización, cuando en realidad fueron asesinos de comunidades indígenas, y saqueadores del oro americano. Detrás del brillo de la espada de la conquista está el horror, las violaciones y vejaciones de mujeres, la desaparición sangrienta de comunidades enteras, y está el engaño descarado de promesas de eternidad y salvación celestial. No fueron pocos los líderes indígenas a quienes antes de su ejecución se les ofreció el bautismo para que fueran al cielo, y estos conociendo la desmesurada crueldad de los conquistadores, rechazaban el bautismo porque no querían pasar la eternidad con semejante barbarie. Según algunos estudios históricos se estima que al arribo de Colón a la Española (1492) habían unos 300 mil indígenas, para 1506 la cruz y la espada de Colón redujo esa población a 60 mil, y para 1548 solo quedaban solo algunos cientos de indígenas. Esta reducción de población en solo 56 años no puede celebrarse. No solo fue una masacre, fue un genocidio.

Lo menos que podemos hacer a 529 años de esa

gesta genocida es hacer justicia histórica y celebrar la herencia indígena que aun canta y gime en las regiones andinas; que aún vibra en los nombres de Boriken, Kiskeya, Cuba, Haití, Xamayca, México, Guatemala, Perú, etc. Mataron a muchos indígenas, pero ese ADN ahora camina y baila por las encendidas calles de América afirmando que somos de una raza cósmica, como decía el mexicano José Vasconcelos. ¡Viva la herencia hispana! ¡Viva la herencia indígena! ¡Vivan los pueblos originarios!

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