El aroma de la deliciosa comida nicaragüense escapó de la cocina, llenó el comedor y escapó por el pasillo. Varias mujeres refugiadas bromearon mientras supervisaban que se preparara la comida en nuestra cocina. Los hombres estaban sentados en el patio grande amurallado, fumaban cigarrillos, puros mientras leían ávidamente el periódico de Guatemala buscando las noticias más recientes acerca de las condiciones políticas de Nicaragua mientras la guerra de 1979, entre Anastasio Somoza y los Sandinistas, parecía llegar a su fin sangriento.

Una guerra que nos había conectado a todos en Nicaragua y ahora estábamos viviendo juntos en el hogar de los Rose-Avila de Guatemala o mejor dicho, el campamento de refugiados.

Yo fui el director del “Cuerpo de Paz de Nicaragua “desde noviembre de 1978 hasta mediados de junio del 79.  No estuve en la Guerra por la Independencia de Estados Unidos en 1776 y pensé que sería de lo más educativo e interesante ver una guerra en la delantera. Mi esposa Carolyn me había convencido de que tenía mucho qué ofrecer a un país en agitación social y que esta experiencia cambiaría nuestras vidas, y nos cambió.

Nunca esperamos ver a tantas personas morir, tantas mujeres violadas, tanto señalamiento mal informado, que llevaría a la muerte de tantas personas y en un tiempo cuando el liderazgo racional de los Estados Unidos y nuestra embajada hubieran sido muy útiles.

Durante muchas noches nuestro sueño en Managua sería sobresaltado por un ruido y la tierra temblaba por las bombas tan solo a 12 millas. En el radio de onda corta uno podía escuchar a RADIO SANDINO y también escuchar a los comandantes militares de Somoza mientras rodeaban a las personas y en algunas ocasiones uno podía escuchar las órdenes y sonidos y gritos mientras algunos eran ejecutados.

Aquéllos con dinero estaban enviando a sus esposas, hijos, abuelos y cada dólar que podían en aviones a muchos lugares del mundo, pero Miami seguía siendo el destino más deseado. Mientras que la clase media baja y los pobres no tenían manera de escapar.

Había TOQUE DE QUEDA desde el amanecer hasta el anochecer y uno podía ser tiroteado si lo desafiaba. Los comestibles en las tiendas eran tan escasos como la salud mental.

Fuimos sacados de Nicaragua y enviados a Guatemala porque queríamos permanecer cerca de Nicaragua, esperando que cuando la guerra terminara pudiéramos regresar. 

Había muertos en las calles en toda Nicaragua y los empleados del “Cuerpo de Paz” y sus familias estaban buscando ayuda para escapar del país. Varios hombres del personal habían ido a las zonas de mayor conflicto con banderas blancas para rescatar a los voluntarios que quedaron atrapados en el fuego cruzado entre ambos grupos militares.

Carolyn y yo empezamos a trabajar con la Cruz Roja de Guatemala para ayudar con los alimentos y provisiones médicas que eran enviadas a diario a Mangua. Le dimos a la Cruz Roja una lista de nuestros amigos que querían irse, y a los que les prometimos que les daríamos albergue.

Al final, tuvimos 35 miembros de nuestra “familia” viviendo con nosotros en una casa de tres dormitorios, un cuarto para la servidumbre y un baño y medio. El patio era el baño más frecuentado por los hombres y los niños pequeños. La mayoría de estos refugiados se quedaban por aproximadamente 90 días.

No tuvimos ayuda ni de la embajada ni del Cuerpo de Paz. Tuvimos una donación de cien libras de costales de frijoles y arroz de un hombre de negocios muy conservador que solía ser el gerente de “DANNYS PANCAKES”.

En tiempo de crisis uno se da cuenta de que puede adaptarse y si se les da la oportunidad a muchas personas, pueden realizar actos de generosidad sorprendentes. Sabíamos el riesgo que estábamos tomando política y socialmente al aceptar a tantos refugiados. La vida no era cara en esos días y queríamos a ayudar al mayor número de personas. En un sentido estábamos resguardados con poquito dinero, pero lo suficiente para alimentarnos.

Extendimos nuestra hospitalidad y vivimos como una gran familia. Carolyn, una verdadera feminista, usó sus talentos para educar a las mujeres y con frecuencia los hombres la criticaban, porque hablaba mucho y dejaba de ayudar a las tareas caseras.

Algunos dicen que estamos en una guerra contra este virus, y lo estamos, y como en cualquier guerra se van a perder muchas vidas inocentes, mientras que otros arriesgan su vida para salvar a otros. Y habrá muchos sacrificios.

Mientras vemos las decisiones imprudentes tomadas por algunos funcionarios electos, varias personas siguen realizando actos de generosidad increíbles, como después de un huracán, tornado o inundación. Sin embargo, en esta guerra en la que estamos, no está claramente definido lo que se debe o no hacer, y nadie puede decir si en realidad va a terminar bien. Pero lo que sabemos es que podemos ayudarnos unos a otros y a nuestras comunidades para hacer lo que es mejor para todos y, claro, escuchar a los científicos.

Este virus está atacando a todos y ha encontrado caminos fáciles en poblaciones conglomeradas tales como en los asilos, nuestras cárceles y prisiones y en la industria empacadora de carne. Negros y latinos han sido los grupos más grandes de morir y solamente son sobrepasados por los envejecientes.

Nuestro reto es continuar educando a nuestras comunidades y practicar todas las instrucciones que nos den los científicos y expertos médicos. Y debemos continuar ayudándonos financieramente y mantener la esperanza inculcada en nuestros corazones y en nuestras acciones.

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