Fotografía de archivo donde aparece el presidente de China, Xi Jinping. (Foto: EFE/ROMAN PILIPEY)

El Trans-Pacific Partnership Agreement (TPP) fue una iniciativa para impulsar una asociación comercial entre 12 países, entre los que se encontraba EE. UU. Donald Trump decidió salir del acuerdo, apenas llegó a la presidencia. Los restantes 11 miembros continuaron el proceso y lanzaron el Comprehensive and Progressive Agreement for Trans-Pacific Partnership (CPTPP): Australia, Brunei, Canadá, Chile, Japón, Malaysia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam.

Los países que buscan una más cercana integración comercial, ubicados en la cuenca del Océano Pacífico, intentan concretar el nuevo acuerdo. Varios están en proceso de integrarse, entre ellos, Taiwán.

Y ahora, China, acaba de aplicar para ser miembro. ¿Por qué? ¿Cuál es el real interés que persigue? Es una economía más grande que la suma de estos 11 países. Beijing ha pensado esta jugada para generar problemas a los 11 miembros entre sí, y a todos con EE. UU. y Taiwán.

Las condiciones que pide el CPTPP no convienen a China. Tendría que cumplir con ciertas normativas que no están dispuestos a ceder.

Por primera vez, China explicita la estrategia del conflicto para generar un juego de suma negativa, en tanto la aceptación de su membresía generaría a los actuales miembros altos costos con EE. UU., que serían mayores a los supuestos beneficios comerciales. Mientras, el rechazo de la membresía generaría a los miembros altos costos comerciales y tensiones geopolíticas con la propia China.

El CPTPP es un acuerdo que demanda transparencia y libre movimiento de datos entre fronteras, prohíbe las fusiones de empresas públicas o los subsidios fiscales a empresas monopólicas. China no solo no cumple estos elementales requerimientos, sino que se encuentra en un proceso de involución.

El interés de la China comunista por incorporarse al tratado transpacífico obedece más a buscar bloquear a Taiwán de la integración comercial y diplomática, que a los propios intereses chinos.

Como ha demostrado la reciente tensión entre Francia EE. UU. y Australia, es vital que las democracias liberales encuentren los mecanismos para cooperar ante el estratégico juego de Beijing, que busca dividir a las sociedades abiertas, mediante la concesión arbitraria de privilegios.

Beijing ha comenzado una escalada autoritaria que se refleja en todos los aspectos de su relación con el mundo, y también con actores internos. Desde la represión en el Tíbet, a las sistemáticas violaciones de los derechos humanos en Xinjian, a la captura de Hong Kong y a la violencia que ejerce sobre Taiwán, hay una dinámica represiva que se encuentra en un punto de difícil retorno.

Esta explícita utilización de los mecanismos comerciales para generar un nuevo conflicto, ¿revela la vocación hegemónica del régimen en Asia-Pacífico o podría estar evidenciando una debilidad, incluso cierta desesperación, de la “dinastía Xi”?

La decisión de Xi Jinping de buscar un tercer mandato ha abierto una caja de pandora en el complejo tablero del relacionamiento entre la nomenclatura y la elite económica china. Su decisión de cambiar las reglas del juego refleja un brutal intento de monopolizar el poder. Sin embargo, no sabemos (todavía) cuáles serán los costos de semejante jugada.

* Director ejecutivo del Centro para el Estudio de las Sociedades Abiertas (CESCOS) www.cescos.org

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