En esta fotografía de archivo del 4 de octubre de 2017, agentes del FBI examinan el sitio donde ocurrió un tiroteo masivo en Las Vegas. (Foto: AP/Gregory Bull/Archivo)

Más de cinco años después de que su hijo fuera asesinado a balazos en el tiroteo masivo más letal en la historia moderna de Estados Unidos, Richard Berger se sigue preguntando el porqué.

Por qué Stephen Berger fue asesinado un día después de celebrar su 44º cumpleaños. Por qué el hombre armado descargó una lluvia de balas sobre la Franja de Las Vegas en 2017, transformando un festival de música country en un baño de sangre. Por qué el total de muertos de la masacre no conmovió a los gobernantes del país con el fin de que hicieran más para evitar que se repitiera ese tipo de violencia una y otra vez.

¿Por qué?

“Nos dejó un hueco en el corazón», señaló Berger. «Simplemente no entendemos, y no sabemos qué decir”.

Para los Berger, las familias de las otras 59 víctimas en Las Vegas –y los familiares y amigos de un sinnúmero de muertos en tiroteos masivos en todo el país desde entonces–, las preguntas siguen siendo igual de inescrutables ahora que cuando sucedieron los crímenes. Sin embargo, las matanzas continúan.

En el curso de los primeros cuatro meses y seis días de este año, 115 personas han muerto en 22 tiroteos masivos, un promedio de una balacera de este tipo por semana. Eso incluye la masacre del sábado en un centro comercial de Dallas, donde ocho personas fueron baleadas de muerte.

El total supone la cifra más alta de víctimas de tiroteos masivos a estas alturas del año desde por lo menos 2006, según muestra un análisis de datos de The Associated Press, y las muertes ya estaban sucediendo a un ritmo récord antes de que el horror se desplegara en Texas.

Los expertos hacen notar varios factores que contribuyen: un aumento generalizado en todo tipo de violencia con armas de fuego en Estados Unidos en años recientes; la proliferación de estas armas en medio de leyes laxas que las regulan; los efectos de la pandemia de COVID-19, incluido el estrés tras pasar largos meses en cuarentena; un ambiente político incapaz o reticente a modificar el statu quo de forma significativa; y un énfasis mayor en la violencia en la cultura del país.

Este tipo de explicaciones no sólo no brindan consuelo a las familias destrozadas por los asesinatos, sino que tampoco se lo dan a los estadounidenses de todas partes perturbados por el trauma colectivo en cascada de la violencia en masa.

Los asesinatos de este año han ocurrido de distintas maneras, desde disputas familiares y vecinales y tiroteos en escuelas y lugares de trabajo hasta el surgimiento repentino de balazos en espacios públicos. Se han llevado a cabo en zonas rurales y contextos urbanos. A veces la gente conocía a sus asesinos; a veces no.

El FBI considera que estos derramamientos de sangre son homicidios masivos cuando los sucesos involucran a cuatro o más muertes en 24 horas, sin contar al perpetrador. The Associated Press y el periódico USA Today han rastreado y compilado información extensa en torno a estos ataques violentos en asociación con la Universidad del Noreste.

Hasta la fecha, el motivo del agresor de Las Vegas sigue siendo desconocido. Al aparecer, el apostador de alto riesgo estaba enojado por el trato que le estaban dando los casinos a pesar de su estatus de jugador empedernido, pero el FBI nunca ha revelado el motivo definitivo de la matanza, que puso fin a más vidas que cualquier otro asesinato masivo en décadas.

Otros sucesos que han contribuido al redoble constante de muertes en 2023 son: el espeluznante asesinato-suicidio en Utah que derivó en el fallecimiento de cinco niños, sus padres y abuela pocos días después del Año Nuevo; el tiroteo letal que segó la vida de seis personas, incluidos tres niños de 9 años, en una escuela primaria en Nashville; asesinatos masivos consecutivos en California, en un salón de baile y una granja de hongos, y la balacera en un centro comercial en Allen, Texas, el sábado, donde, según las autoridades, un hombre armado se bajó de un auto y de inmediato empezó a dispararle a la gente.

Y aunque estos sucesos trágicos reciben mucha atención en los noticieros y entre el público, representan sólo una fracción diminuta de las muertes totales por armas de fuego en Estados Unidos.

Son mucho más frecuentes los tiroteos mortales que involucran a menos de cuatro personas y las muertes por violencia doméstica. Y también están los suicidios, que constituyen más de la mitad de los 14.000 fallecimientos por armas de fuego en lo que va del año, según Gun Violence Archive (Archivo de Violencia con Armas de Fuego), un grupo sin fines de lucro que monitorea reportes de los noticieros y policiales para compilar información.

De todas formas, los asesinatos masivos despiertan el miedo más profundo entre la mayoría de la gente.

“Las personas de todo el país envían a sus hijos a la escuela, y les preocupa que, si mandan a su hijo a la escuela, ¿van a ser baleados?”, señaló Daniel Webster, profesor del Centro Johns Hopkins para Soluciones a la Violencia con Armas de Fuego.

El hecho es que, aunque son menos comunes que otras muertes por arma de fuego, los asesinatos masivos siguen ocurriendo: 20 años después de Columbine, 10 años después de Sandy Hook, cinco años después de Las Vegas, y menos de un año después de las masacres en un supermercado de Búfalo, Nueva York, y una escuela primaria en Uvalde, Texas.

Lo cual nos lleva de nuevo a la misma pregunta inquietante: ¿por qué?

A quienes estudian este tipo de violencia también les desconcierta el ritmo sostenido de la brutalidad.

“Tenemos muchos ejemplos de cosas que parecen estar en un punto crítico en este país”, dijo Katherine Schweit, ex ejecutiva del FBI que creó el protocolo de la agencia en caso de un hombre armado activo tras la masacre de Sandy Hook. “Cuando me pidieron desarrollar esto en 2013, jamás imaginé qué 10 años después seguiría trabajando en lo mismo”.

A los investigadores les llevará años –si es que es siquiera posible– identificar los factores del incremento drástico en la violencia con armas de fuego. Los activistas aseguran que hay medidas que podrían evitar este tipo de crímenes –reformas a las leyes en materia de estas armas y prohibición de algunas armas, entre ellas–, pero destacan que en el Capitolio hay poco interés por implementarlas.

“Creo que Estados Unidos tiene una relación con las armas como ningún otro país del mundo”, señaló Kelly Drane, directora de investigación en el Centro Jurídico Giffords para Prevenir la Violencia con Armas de Fuego. “Estos sucesos son consecuencia de nuestra incapacidad para implementar medidas preventivas”.

El presidente Joe Biden, ferviente defensor de un control de armas más estricto, está frustrado con la reticencia del Congreso para aprobar una prohibición de algunos fusiles semiautomáticos frente al poderoso grupo de cabilderos de las armas, encabezado por la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés). La NRA no respondió a una solicitud en línea para que diera sus comentarios.

Los legisladores sí aprobaron la que, para ellos, representó un hito: una propuesta de ley para controlar la violencia con armas de fuego que endurece las revisiones de antecedentes para los compradores de armas más jóvenes, impide que los que hayan cometido delitos de violencia doméstica adquieran armas de fuego, y ayuda a los estados a utilizar leyes de prevención de violencia con estas armas que le permitan a la policía pedir a las cortes retirárselas a la gente que dé señales de que podría tornarse violenta. Biden promulgó la propuesta de ley el año pasado.

Esa ley y otras medidas han servido de poco para disminuir el ritmo de la violencia o para aliviar el dolor de la nación, que se ha visto exacerbado aún más por la pandemia, el cambio climático y el ajuste de cuentas racial tras el asesinato del afroestadounidense George Floyd a manos de la policía.

“Estas tragedias se han sumado una tras otra, lo que las hace algo casi insoportable”, señaló Roxanne Cohen Silver, profesora de psicología de la Universidad de California, campus de Irvine, que estudia cómo hacerle frente a sucesos traumáticos en la vida.

Los asesinatos masivos, señaló Silver, “son una tragedia más que se suma a todos estos retos psicológicos y emocionales”.

El padre de Stephen Berger, Richard, tiene 80 años actualmente. Dedica sus días a sus nietos, uno de los cuales es portero de futbol y le recuerda a Steve, apasionado del basquetbol. Su familia otorga becas deportivas anuales en la secundaria de Stephen.

Berger observa a los adolescentes acercarse a la siguiente fase de sus jóvenes vidas, llenas de promesas y energía. Pero su propio hijo está muerto, y cinco años después él aún se sigue preguntando:

¿Por qué? 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí