Alberto Pérez López y Marino Millán Escritores Colombianos acompañados de Julio Largo y El representante estadal de PA Danilo Burgos. (Foto: Cortesía/Jesús Rincón))

Los últimos días de septiembre y los primeros del otoño le han traído a Filadelfia un espléndido regalo: la Feria del Libro, un evento que adornó la ciudad durante el Mes de la Herencia Hispana. Su valor de una parte, es la variedad de su oferta literaria con ensayo, novela, cuento, relato, poesía y toda clase de literatura didáctica; y de la otra, por el invaluable escenario que genera para conectar y crear redes vivas entre escritores, editores, ilustradores, lectores, críticos y público en general; el cual acude con gran avidez a aprovechar esta fuente de cultura, conocimiento, sabiduría y recreación.

Pero las ferias del libro tienen muchos más frutos positivos aparte de divulgar el saber o crear redes. Muchas personas dan fe de que su amor –y luego pasión– por la lectura empezó tras visitar una feria del libro. A menudo padres e hijos encuentran libros que se prometen leer juntos, lo que refuerza vínculos familiares. Es común que aplacemos el deseo de ir a la librería, dadas nuestras muchas ocupaciones; pero cuando llega “la Feria”, el espíritu es distinto y tras visitarla, es frecuente regresar cargados de una buena dotación de libros para irlos degustando en los meses siguientes.

El político argentino Nicolás de Avellaneda solía afirmar: «cuando oigo que un hombre tiene el hábito de la lectura estoy predispuesto a pensar bien de él». Porque la lectura no solo enriquece los conocimientos, sino que eleva el pensamiento y ennoblece el espíritu; afina la inteligencia y nos hace más propensos a aceptar lo diferente; a acoger al extranjero, a ser abiertos y tolerantes. Por eso es un decir común que cuando te regalan un libro no solo te están haciendo un obsequio, sino también un delicado elogio.

Las ferias del libro, además, son un potencial dinamizador de la economía; ya sea por la cantidad de público que atraen, ya porque en ellas se reúnen impresores y distribuidores, a menudo escritores y editores acuerdan nuevas publicaciones, agentes abren nuevos mercados y todo el sector se dinamiza. Algunos predijeron hace muchos años que la llegada del libro virtual haría desaparecer rápidamente al libro impreso; sin embargo, no parece que esto será muy pronto. Muchos lectores fervientes amamos y valoramos el tener un libro físico en las manos, acariciar sus páginas y deshojar uno a uno sus capítulos. Además, solía decir Harriet Beecher que los libros no se hicieron para adornar, y sin embargo no hay nada que se vea tan bonito en el hogar.

Y una palabra de elogio separada merece la»ExpoFe»; porque si una virtud tiene los libros, es que no son solo instrumentos de aprendizaje y tesoros del conocimiento, sino también alimento para el espíritu y puerta de acceso a la trascendencia. En un mundo donde campea el ateísmo y agnosticismo, y Dios es arrinconado sin miramientos, por lo que exponer literatura de contenido religioso y trascendente es de gran coraje. Y no por nada, el mismo San Agustín de Hipona afirmó alguna vez que «cuando rezamos, hablamos con Dios, pero cuando leemos, es Dios quien habla con nosotros».

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