(Foto: Ilustrativa/Pexels)

Con la rápida digitalización del mundo y de la sociedad que arrancó en la última década del Siglo XX, muchos aspectos de la vida sufrieron una transformación profunda. Entre las más notables, las finanzas, las comunicaciones, la robotización de la industria, el marketing, la conectividad interpersonal, el cine, el entretenimiento y, en manera particular, la educación.

En efecto, con la popularización del acceso a internet y la masificación de las computadoras portátiles, las grandes bibliotecas quedaron al alcance de un clic para cualquier persona, y poco a poco las aulas educativas se llenaron de pantallas y ordenadores. Parecía que el futuro de la educación había encontrado su camino a la excelencia y las aulas virtuales se multiplicaron.

Estos cambios trajeron muchas mejorías evidentes, como la democratización de la información, que ha permitido que estudiantes de países pobres y lejanos puedan tener acceso a información de primera, a cursos a menudo gratuitos en instituciones de prestigio mundial, algo inimaginable en otros tiempos.

Estamos viviendo la llamada “cuarta revolución digital”, que está capturando la atención de la opinión pública y generando debate, elogios, críticas y muchos interrogantes: la Inteligencia Artificial.

Los futuristas han recibido con entusiasmo el lanzamiento del Chat GPT en noviembre pasado, al que poco a poco se han sumado aplicaciones y programas como AI Dolly, MidJourney, AI Bing, Stable Diffusion y otras más. La rapidez y la naturalidad con que estas aplicaciones responden a preguntas, imitan voces, rediseñan imágenes y resuelven problemas está siendo aprovechada por estudiantes y empleados a lo ancho de la red mundial para aumentar su eficiencia y su productividad.

Al mismo tiempo, muchos expresan reservas frente a estos avances, principalmente por el temor de que la llegada de la IA sea precursora de una nueva oleada de automatización de muchos empleos, que, al pasar a ser hechos por computadoras, generarán el despido automático de los miles de humanos que antes hacían esas tareas.

El mismo Elon Musk y otros han salido a pedir una moratoria de la IA para dar tiempo a que los gobiernos la puedan reglamentar, al tratarse de una herramienta cuyo mal uso podría tener consecuencias catastróficas. También Bill Gates ha expresado temor ante el riesgo de que una tecnología como esta pueda caer en las manos equivocadas.

Otras voces se están alzando para advertir sobre los daños por el uso indiscriminado y excesivo de los recursos informáticos en la educación. Este año Suecia sorprendió al mundo al anunciar que va a eliminar miles de pantallas de sus escuelas y va a iniciar un agresivo plan de regreso de los libros físicos. En España, la sociedad de pediatras de Zaragoza ha hecho pública su alarma por el creciente número de infantes de 2 y 3 años que llegan a consulta por retardo en el desarrollo del lenguaje, mal que atribuyen a la sobreexposición de estos bebés a las pantallas ya desde la cuna.

Tal vez sea exagerado el temor de que la IA en algún momento pueda adquirir “conciencia” y rebelarse contra los humanos, como sucede en algunas películas y novelas de ciencia y ficción. En realidad, la IA, aunque a veces produzca respuestas que perturban a algunos, no pasa de ser un racimo de algoritmos que se alimenta del gran océano de información de la red.

Hay que saber usar la tecnología a nuestro beneficio, usarla y resistirnos a que nos use; para ello debemos de educarnos continuamente, y aprovechar todos los recursos digitales y virtuales a nuestro alcance, pero con mesura; especialmente con los infantes y estudiantes. Las pantallas nunca podrán reemplazar el gran caudal de conocimiento y cultura que se adquiere con los libros y las experiencias reales e interpersonales.

Los padres no pueden delegar a las pantallas y celulares el cuidado de los niños. El tiempo para compartir con sus hijos, para ayudarles en sus deberes; y transmitirles de viva voz y experiencia los principios y valores fundamentos de una sociedad sana, no tiene precio. Esta es una tarea que nunca podrá ser cumplida por ninguna Inteligencia Artificial.

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