Lorena Castellano-Brown (Foto: Cortesía)

Las historias de amor y desamor llenan los estantes de bibliotecas y librerías, así como las salas de cine, y seguirá siendo así. No hay nada nuevo bajo el sol. Sin embargo, y más allá de nuestras ambiciones de ser escritores o guionistas, escribir tiene el poder de sanar el desamor y muchos lo hemos utilizado en beneficio de nuestra propia sanación.

No les hablaré de los estudios científicos ni de lo que los psicólogos opinan sobre el tema ―mucho se puede encontrar en Internet―, sino de mi propia experiencia, cuando el desamor tocó a mi puerta ―ya que estamos terminando el mes del amor, pongámosle un toque romántico―.

Les haré el cuento muy breve ―algún día tendré el valor de contar todos los detalles en una novela― pasaditos los treinta años, conocí a un muchacho que parecía ser el príncipe azul. Me hizo las promesas que todas las mujeres esperamos escuchar, y se las creí. Era guapo y jugaba el rol de hombre divorciado, triste y necesitado de amor. Y yo quise dárselo. Pero resulta que el príncipe azul se destiñó y, obviamente, me dejó con el corazón en pedacitos.

En medio de las lágrimas ―hubiera llenado varios baldes si las recogía―, empecé a escribir atraída por la posibilidad de participar en un concurso de escritura. Y pasé muchas madrugadas escribiendo, en vez de llorar y no dormir pensando en lo que estaba mal en mí para que él no me quisiera.

Escribí para dos concursos de cuentos, uno para niños y otro para adultos. Mis ideas brotaron en mi cerebro, recorrieron mis brazos hasta llegar a mis dedos y llenaron hojas en blanco. Historias bellas, divertidas y con mensajes al estilo de fábulas, para las mentes más tiernas, y también de soledad, vacío y algunas muertes, para las adultas y atraídas a la realidad que muchos experimentan. Sí, fue como limpiarme. Saqué tristeza, dolor, rabia a través de mis cuentos de soledad, pero también fui capaz de crear dulzura, aventuras y diversión a través de mis personajes alados, enseñando también sobre las aves de mi país.

Como se imaginarán, este trabajo de sanación a través de la escritura no tuvo éxito editorial en lo inmediato. Estaba aprendido a escribir ficción y tuve que asumirlo. Pero aquellos textos no se quedaron guardados en un cajón. Me determiné a aprender lo que necesitaba para convertirme en una escritora y pulir mis historias. En un par de años logré la meta ―aún sigo aprendiendo, porque nunca se termina de aprender― y en 2018 publiqué mi primer cuento infantil.

Escribir fue mi medicina para el desamor.

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