Esta Navidad vuelvo a traer a la memoria algo que escribí hace tiempo, en una ocasión como esta, para expresarme sobre mis renovadas creencias. Aprovecho esta plataforma para recordarlo y ventilarlo con quienes se han sumado a mi vida en los más recientes años, y no hemos podido conversar sobre mi conversión.

Quiero aprovechar esta época para disipar algunas dudas y opiniones que se han hecho evidentes y otras que no, respecto a si cambié de religión o qué me ha pasado.

En realidad, no cambie de religión, más bien, dejé la religión a cambio de una relación personal con Dios. No es que ahora forme parte de una iglesia o de una secta; simplemente, me congrego, física y, cuando puedo, virtualmente, con gente que, como yo, ha elegido no tener intermediarios para relacionarse con nuestro Padre, con nuestro Creador.

Hace ya 7 años que tomé esta decisión y, poco a poco, voy digiriendo y aplicando lo que él quiere de mí, que, además, es lo que me conviene, pues he aprendido a soltar y dejarlo conducir, Él sabe más que yo…, Es DIOS.

Siempre creí creer en Dios, a pesar de mi formación académica escéptica, que me orientaba a pensar cómo es el hombre quien inventa a Dios y no Dios al hombre. Pero como tampoco me pudieron dar una prueba “científica” absoluta de su no existencia, continúe creyendo que había un ser superior, ese ser superior que también conocí en los grupos de Al-Anón, para familiares y amigos de Alcohólicos.

Mis estudios universitarios en psicología social y en filosofía en México, fueron reforzados con los de Italia en antropología cultural y en diálogo intercultural, en donde me adentré en el estudio de varias religiones y busqué su conocimiento de primera mano. En una especie de turismo religioso, confirmé mucho de lo aprendido respecto a cómo el hombre, según sus necesidades, se va dando, digamos, una “cura religiosa” para satisfacerlas a su conveniencia, y según su cultura, va creando y modificando a su parecer esta relación con lo “divino”; es decir un dios a la medida.

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Viniendo de cuna católica, obviamente, debería de ser la religión de la que más supiera…, (mínimo, los mandamientos y pecados capitales, más las bases doctrinales) y, aunque estudié en escuela de monjas, en realidad no sabía lo suficiente; y lo que sabía, no lo practicaba cabalmente como para poder considerarme, honestamente, lo que popularmente llamamos una “buena cristiana”. Pero, eso sí, aunque evitaba ir a misa si no era para una boda o un funeral, siempre festejé la Navidad y, al igual que para la gran mayoría, era la mejor época del año, donde todos nos sentimos que tenemos el compromiso de ser mejores personas, perdonar, compartir, etc. (Bueno…, muchos en mi país de origen son los que lo toman de pretexto para el destrampe del famoso maratón Guadalupe-Reyes.)

Sin embargo, desde hace años que tenía amigos de los llamados “cristianos evangélicos”, de los cuales me gustaba mucho cómo tenían fe, y lo que reflejaban en sus vidas; como más coherencia, pero, sobre todo, serenidad. Se me antojaba formar parte de ellos, pero les sacaba la vuelta, pues creí que ellos ya no pecaban y, pues, a mí me faltaba mucho por seguir pecando. Tenía una mezcla entre desidia y miedo a perder mi libertad. Tenía la “buena tentación”, pero sabía que era una puerta en la que, una vez habiendo ingresado, ya no se valía echarse para atrás. ¿Cómo decirle a Dios, “quiero todo contigo”, y después decirle, “mejor espérame tantito” ?, ¿“después, cuando tenga más necesidad, puedo volver”? Porque, por el momento le seguía “dando vuelo a la hilacha”; aunque no a la “pachanga”, pues, como madre, ya no lo hacía de por sí, pero sí a le seguía dando “rienda suelta a las mentiras, a la soberbia, al egoísmo, al rencor y, por supuesto, a la culpa.

Pero un día Dios me dijo: “ya es hora, ‘mijita’”, y me dio unos buenos calambres (literalmente), me postró delante de él, y me pidió que le abriese las puertas de mi corazón para dejarlo entrar en mí, y hacer que volviera a nacer. Sí, porque para poder llenar el vaso de nuevo, primero hay que vaciarlo y dejar que te venga la sed. Y en esas, sigo andando, muriendo para poder renacer. Fui una lactante, después un infante y ahora, sin correr, puedo mantenerme de pie, y de rodillas también cuando es necesario. Sigo cometiendo muchos errores, soy una pecadora (pecar es no dar en el blanco), pero digamos que, poco a poco, mi puntería va mejorando, y ahora me arrepiento sinceramente (arrepentirse es dar un giro de 180 gr, e ir al sentido opuesto); por lo tanto, busco reparar y procurar no cometer más faltas. La diferencia es que ya no lo hago sola, eso sería de nuevo soberbia; ahora dependo de Él, y me dejo amar y corregir a su manera y no a la mía. Con la religión pretendía todo a mi conveniencia, a mi medida, cuándo y cómo yo quería.

Creo que la esencia de mi transformación es haber dejado de creer en Dios, para creerle a DIOS.

Él dejó un instructivo para vivir en Su Gracia, la Biblia, en donde aprendo y aprehendo Su palabra y medito en ella. Me gozo en Su verdad y no en la mía. Me abrazo de Sus promesas y dejo que me agarre de la mano. Me aferro a la fe en todo tiempo, decido creerle y compartir su Amor.

No tengo prisa, pues mis ojos dejaron de estar fijados en el aquí y el ahora; pues veo en la perspectiva panorámica de que Dios tiene un plan. Aprendí que la paciencia es realmente la resistencia alegre.

Dios para mí dejó de ser enajenación o locura, y ahora es simple coherencia y sentido común. Sí creo en Dios, en Jesús, que me dejó una herencia, que para poder gozar de ella tengo que conocer Su testamento, Su Palabra.  Me comunico con Él a través de la oración y la música. Siento al Espíritu Santo en mi cuerpo que es mi templo.

¿Cómo saber lo que Él quiere de mí y lo que yo puedo esperar de Él, sí dejó en manos de un sacerdote, guía espiritual o un Pastor, el privilegio que me pertenece a mí por ser Su hija? Entre Él y yo no hay intermediarios. ¿Cómo podría una hija del director general tener que hablar con la secretaria o el asistente particular, cosas que son entre padre e hijo? No necesito citas, ni quien me dé una mano con Él, pues Él es Perfecto, Bueno, Justo y me AMA…, nuestro único intérprete o facilitador, por así decirlo, es el Espíritu Santo, a quien me encomendó para que me dé oídos para escuchar, y me dé entendimiento.

Esta Navidad la vivo como una Navidad “eterna”, porque el Espíritu de esos días me acompaña todo el año. Festejo Su nacimiento y el mío, todos los días. Rumio Su palabra y me dejo querer y con confianza me dejo consolar. Dejo que me abrace y me acurruco en Sus brazos, como lo hacen mis tres hijos en los míos.

La celebración de Su nacimiento se consume en la Pascua que me recuerda una vez más el verdadero significado de la CRUZ. ¡Él pagó por mí! Podremos matarnos entre nosotros, pero no podremos matar nuestros espíritus, ellos son eternos, y está en nuestras manos aceptar el regalo de la salvación a través de creer en Su sacrificio; y de esa decisión personal dependerá el destino final de nuestra alma.

Cristo sigue vivo, reclutando almas, pero el enemigo también.

He dejado de hacer muchas cosas inútiles y que no le agradaban, he empezado a hacer algunas que sí son útiles y sí le agradan. Aunque me tropiezo, me levanto con la seguridad de que esta vez no agarro cualquier liana que me haga atravesar de un territorio incierto a otro. La última vez que me desprendí de una mano humana, me agarré solo de la Suya, y me he alejado de sufrir de codependencias y abusos.

Encontré mi libertad en Su libertad

Pero, principalmente, he dejado de tener miedo a la muerte, Él, mi creador, mi Padre, al darse muerte en la Cruz me dio Vida a mí.

Ahora me gusta la noche y la soledad, tiempo y espacio ideal para sentirlo.

Disfruto la luz, pero sé que la más resplandeciente es opaca junto a Él, y algún día lo comprobaré, como lo ha hecho mi papá, quien me transmitió, antes de partir, que ya estaba llegando.

Mi pedacito de cielo también lo estoy viviendo aquí, rodeada de mi amada familia de sangre y en Cristo. El Amor de Dios también lo he comprobado en hechos tangibles, que me hacen saber que no estoy sola, que tengo mucho amor que dar y recibir, que los míos me son de bendición y les soy de bendición.

Cuando opté por reiniciar una vez más una nueva vida partiendo de cero, y ahora con tres hijos y sin un hombre a mi lado, hice el acto de fe más grande de mi vida. Renuncié a someterme a diferentes tipos de violencias y, con ello, a una posición económica privilegiada, pero me esperaba lo irrenunciable.

Sin lugar a duda, esta nueva etapa no ha sido fácil y ha requerido de todas mis fuerzas, –hasta las que no sabía que tenía–, pero es la temporada más plena de mi vida, rodeada de afectos y de caricias emocionales. Tengo el privilegio de ver crecer a mis hijos y de trabajar haciendo lo que para mí es una misión, sin tener que ausentarme demasiado.

Este no es mi país de origen, pero siento que de aquí soy, que nos pertenecemos, y que mis hijos sabrán ser dignos testimonios de lo que esta nación de naciones está haciendo por nosotros.

Sí pues, entonces, soy cristiana y no he dejado de ser revolucionaria, si eso significa creer en Cristo, creerle a Cristo, aceptar su Amor y sacrificio, conocerlo para reconocerlo, tener sed de Su Palabra, querer agradarlo y compartir esta especie de enamoramiento por Él, y de pasión por Su creación. Reconocí en Jesús al hombre más revolucionario de la Historia, tanto que la partió en dos.

Trato de amar a mi prójimo como a mí misma, de pagar el bien con bien y el mal también con bien. Soy cristiana porque quiero seguir a Cristo, ser Su discípula, reflejar Su Amor, seguir Su ejemplo, pues también se hizo Hombre en el nuevo pacto para darnos un modelo. Soy cristiana porque pretendo la coherencia de creer, decir y actuar en consecuencia. Y poco a poco voy creciendo, muriendo más yo y viviendo más Él en mí.

Feliz cumpleaños, feliz Pascua, Feliz Navidad, Feliz Vida eterna, ¡¡¡hoy y siempre!!!

Perla Lara

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