Daniel Rodríguez, querido padre, abuelo, mentor y defensor incansable de la comunidad, falleció el 13 de julio de 2025 a los 73 años.
Nacido el 5 de enero de 1952 en Naguabo, Puerto Rico, hijo de Justa Figueroa, Daniel se mudó a Filadelfia siendo niño. Asistió a la Timothy Academy y fue miembro activo de la Iglesia Evangélica Bautista, donde comenzaron a formarse sus raíces en la fe y en el servicio.
Daniel dedicó su vida a empoderar y elevar a la comunidad latina en Filadelfia. Enseñó fotografía en Central Loyola y en el Taller Puertorriqueño, compartiendo su amor por la narrativa visual con la juventud. Más adelante, su carrera lo llevó a la Corporación de Desarrollo Comunitario de Hunting Park, donde ayudó a emprendedores locales a lanzar negocios y revitalizar vecindarios. En el Philadelphia Rehab Project, desempeñó un papel clave en la mejora de la vivienda en comunidades desatendidas.
Uno de los capítulos más impactantes de su vida fueron los muchos años que sirvió como asistente legislativo del concejal Ángel Ortiz. En ese rol, Daniel ayudó a diseñar e implementar una amplia gama de iniciativas, desde vivienda y desarrollo económico hasta educación y seguridad pública, que mejoraron directamente la vida de muchísimos residentes de Filadelfia. Su profundo conocimiento de las necesidades comunitarias, combinado con su visión integral de las políticas públicas y su inquebrantable compromiso con los suyos, dejó una huella duradera en los vecindarios más vulnerables de la ciudad.

Más adelante se desempeñó como director de Vivienda en la Asociación Cívica de Norris Square, donde trabajó para ampliar el acceso a vivienda asequible en el corazón de la comunidad latina. Culminó su carrera con un cargo en la Junta del Departamento de Licencias e Inspecciones, donde abogó por prácticas de construcción seguras y equitativas en toda la ciudad.
Más allá de sus contribuciones profesionales, Daniel fue un hombre de múltiples pasiones. Amaba profundamente la salsa y otros géneros musicales de Puerto Rico, tenía talento para la botánica urbana y un ojo privilegiado para la fotografía; un arte que abrazó no solo como forma de expresión, sino como medio para contar historias y conectar con su comunidad. Su pasión por los autos fue la chispa que encendió su interés por la construcción y por la resolución práctica de problemas, un impulso que se reflejó luego en muchos aspectos de su vida. También fue un entusiasta autodidacta de la tecnología, que llegó a dominar el hardware y el software de computadoras, armando sus propios sistemas mucho antes de que eso se volviera común.
Por encima de todo, el rol que Daniel más valoraba fue el de esposo, padre y abuelo. Fue precedido en la muerte por su amada esposa, Nilda, con quien compartió una vida plena de amor, compañerismo y propósito. Le sobreviven sus cuatro hijos —Daniel, Mark, Julián y André— y sus nietos Sincere, Mark, Grace, Jayden y Julián, quienes conservan su herencia con su mismo espíritu, su calidez e integridad.
Su legado vive en los vecindarios que ayudó a transformar, en las personas que guio y en la familia que lo acompañó y lo amó profundamente.






