Washington DC, 21 de enero 2016 crédito Perla Lara

Los medios de información han cubierto la fuente de inmigración, tal vez más que nunca. Recientemente el diario de New York Times retoma la historia de la población en Grand Island, Nebraska, donde más del 60 por ciento de los estudiantes de las escuelas públicas no son blancos, y en conjunto sus familias hablan 55 idiomas.

Los estudiantes son los hijos de trabajadores nacidos en el extranjero que huyeron a este pueblo de 51.000 habitantes en las décadas de 1990 y 2000 para trabajar en las plantas empacadoras de carne, donde hablar inglés era menos necesario que tener una disposición a trabajar extenuantemente.

Llegaron a Nebraska de todos los rincones del globo: mexicanos, guatemaltecos y hondureños que cruzaron el Río Bravo flotando en cámaras de neumáticos, en busca de una mejor vida; como así también refugiados que escaparon de la hambruna en Sudán del Sur y de la guerra en Irak para encontrar un lugar seguro; al lugar también llegaron salvadoreños y camboyanos’

Estados Unidos desde su origen es un país de inmigrantes, es una nación de naciones, y millones de inmigrantes ha echado raíces duraderas por todo el país desde la década de 1970.

Cuando se cumplía 30 años la reforma migratoria de 1986, que abrió las puertas a la ciudadanía a millones de indocumentados, la campaña presidencial de Donald Trump amenazaba con la deportación de millones de inmigrantes, que a cuatro años de la presión que ejerció la administración actual para cerrar las fronteras y poner a “Estados Unidos primero”, espera llegar a su fin a partir del 20 de enero.

El tiro por la culata

A pesar de que el país está teniendo uno de los declives más considerables de inmigración desde la década de 1920, va en un curso irreversible hacia una diversidad aún más amplia, y a volverse más dependiente de los inmigrantes y sus hijos.

Desde el momento en que el presidente asumió el cargo, emitió un torrente de órdenes que redujeron la admisión de refugiados, limitaron la elegibilidad para obtener asilo, dificultaron más la aprobación de la residencia permanente o la ciudadanía. A su vez, se intensificó el escrutinio a los solicitantes de visas para trabajadores altamente calificados y buscaron limitar la duración de la estadía de los estudiantes internacionales.

Las políticas de esta administración redujeron de manera drástica la cifra de migrantes arrestados y luego liberados en el país, de casi 500.000 en el año fiscal 2019 a 15.000 en el año fiscal 2020. Trump redujo la inmigración a EE. UU. a su nivel más bajo desde 1970.

El presidente electo Joe Biden ha prometido dar marcha atrás a muchas de las medidas.

El presidente electo se comprometió a reincorporar la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, conocida como DACA.

Este programa de la era de Obama les permitía permanecer en Estados Unidos a los adultos jóvenes que habían llegado de niños principalmente de manera ilegal, y continuaba la aceptación de un mayor número de refugiados y gente en busca de asilo.

Biden también ha señalado que introducirá una legislación para ofrecer un camino a la ciudadanía para las personas que no han podido regularizar su situación migratoria.

No obstante, la inmigración sigue siendo un foco de tensión para los estadounidenses, pues hay millones que han apoyado las medidas drásticas de Trump, y lograr la aprobación de cualquier reforma migratoria significativa en el Congreso será difícil mientras los republicanos mantengan el control del Senado.

El legado de Trump en materia de inmigración no se puede deshacer de la noche a la mañana. Aunque se puedan anular algunas órdenes ejecutivas y memorandos que ayudaron a cerrar la frontera con rapidez, cientos de cambios técnicos pero significativos para el sistema migratorio tardarán mucho más tiempo en revocarse. Lo que tranquiliza un poco a los que ahora temen perder sus privilegios y su predominio numérico, y vivieron la ola más grande de inmigración desde la década de 1890, cuando una gran cantidad de gente del sur y el este de Europa llegó a través de la isla Ellis.

En 1920, los nacidos en el extranjero representaban el 13,2 por ciento de la población. Una reacción negativa en contra de los japoneses, los europeos del sur y los judíos, entre otros, dio como resultado la adopción en 1924 de límites de gente nacida en el país, los cuales pusieron fin a una gran afluencia que había comenzado a finales del siglo XIX.

Rostros de colores en números

La inmigración no volvió a aumentar de manera constante sino hasta la década de 1970, después de que la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1965 eliminó los límites y creó un sistema basado en relaciones familiares y categorías laborales.

En la década de 1980, la población de personas nacidas en el extranjero creció 5,6 millones, a 8,8 millones en los noventa y a 11,3 millones en la década de 2000.

En 1992, tan solo 50 hispanos se inscribieron en las escuelas de Grand Island. Para 2001, eran 1600 de 7600 estudiantes, aproximadamente. Ahora, los latinos representan más de la mitad de los 10.000 estudiantes en el distrito.

En los años setenta, comenzó una ola de arribos a Estados Unidos que se fortaleció en la década de 1980 y alcanzó lo más alto a inicios de los 2000. Han llegado millones de latinoamericanos. También ha habido un crecimiento espectacular en la cantidad de asiáticos, quienes superaron a los hispanos nacidos en el extranjero entre 2010 y 2019.

Para cuando Trump asumió el cargo, la ola contemporánea de inmigración había alcanzado una población nacida en el extranjero de 44,5 millones, un 13,7 por ciento de la población total, la cantidad más alta desde 1910. Dentro de esa cifra, unos 11 millones de inmigrantes estaban en el país de manera irregular.

De 2017 a 2019, la migración neta promedio se redujo un 45 por ciento de un promedio de 953.000 durante los siete años anteriores, pues llegaron menos inmigrantes y se fueron más, de acuerdo con un análisis del Centro para Estudios de Inmigración sobre los datos del censo.

Para el cierre de 2020, habrá un declive todavía más precipitado después de las restricciones al visado que impuso el presidente en medio de la pandemia del coronavirus.

Si omitimos las guerras y la Gran Depresión, nunca habíamos visto un nivel de inmigración tan bajo como el que estamos viendo en este momento.

En los nueve años que terminaron en 2019, el número de inmigrantes de origen asiático creció 2,8 millones, más que de cualquier otra región del mundo. Los crecimientos más importantes fueron de los indios y los chinos, la cantidad de mexicanos cayó 779.000.

Pero los hijos de inmigrantes que ya están aquí seguirán haciendo más diverso a Estados Unidos: se espera que el censo de 2020 muestre que más de la mitad de la gente menor de 18 años son personas de color.

La salida de la fuerza laboral de la generación nacida en la posguerra en medio del desplome de la tasa de natalidad está acelerando la tendencia e intensificando la necesidad de nueva mano de obra inmigrante para pagar las cuentas del Seguro Social y Medicare de los estadounidenses que se están jubilando. Esa diversidad ya se ve reflejada en los peldaños más altos de la fuerza laboral.

En el 2015, entre los trabajadores menores de 50 años con los mejores salarios, casi una tercera parte no era blanca, principalmente latinos o asiáticos de origen inmigrante, según una investigación de Alba, que predice que esa cifra seguirá creciendo.

En 2018 casi un 30 por ciento de todos los estudiantes inscritos en universidades y colegios de educación superior provenían de familias inmigrantes, una cifra superior al 20 por ciento de 2000.

Es mejor que nos vayamos entendiendo unos a otros, por que la diversidad y la disputada inclusión avanzan irreversiblemente.

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