Alex Kaspin, enfermera en Filadelfia. (Foto: Cortesía/Carolyn Presutti)

El número de enfermeros y enfermeras con trastornos de salud mental aumentó sustancialmente durante la pandemia de COVID-19.

“No puedo comprender cómo esta enérgica y altamente educada enfermera de traumas es ahora la paciente”.

Una enfermera que llamaremos “Gi” nos cuenta su historia. Cuando trabajaba en la sala de emergencias de su hospital comunitario en el peor momento de la pandemia de COVID-19, ella empezó a llorar inconsolablemente, sin poder hablar ni funcionar.

Estaba sufriendo un ataque de pánico y después fue hospitalizada en una sala de psiquiatría con un diagnóstico de trastorno por estrés postraumático (PTSD). Ahora ha regresado a su trabajo, pero como enfermera de pacientes terminales.

Gi no es un caso aislado, un estudio del Consejo Nacional de Enfermeros (ICN) reflejó que la cifra de enfermeros que reportaron trastornos mentales desde que comenzó la pandemia aumentó del 60% al 80% en muchos países.

“Los enfermeros están sufriendo”, dijo el director ejecutivo del ICN, quien citó ataques violentos “junto con agotamiento, pena y temor que sufrieron los enfermeros que atendían a pacientes”.

La Fundación Americana de Enfermeros dice que uno de cada tres enfermeros reporta que están “emocionalmente afectados”.

Los enfermeros dicen que los problemas de salud mental tienen causas diferentes. El sector ya estaba sufriendo de una escasez de personal antes del COVID-19 y muchos tenían a su cargo muchos pacientes.

“Clara”, otra enfermera profesional, dice que está en contra de “la tremenda carga de trabajo, de mucho volumen y sin recursos suficientes. Un error puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte, y potencialmente arruinar una carrera.

Alex Kaspin sufrió un trastorno de pánico a consecuencia del exceso de trabajo, el cansancio extremo y de sentirse abrumada. Recientemente abandonó una sala de emergencias en Filadelfia cuando la cantidad de pacientes de COVID-19 llegaron al nivel de la alta tasa de homicidios en la ciudad.

“En ese punto”, dice Kaspin, “todos los sistemas normales se desplomaban”. Su hospital estaba operando en una situación clasificatoria, donde no había suficientes enfermeros para atender a los pacientes en las habitaciones regulares, de modo que la sala de emergencia estaba llena de pacientes ingresados y la sala de espera se convirtió en una sala de emergencias.

Entre el aumento de la violencia en Estados Unidos y el incremento de pacientes de COVID-19, Kaspin sintió que no podía ejercer una atención médica al nivel de su nivel de calidad profesional.

A la tensión se sumaban los pacientes no vacunados contra el COVID-19.

La atormentan los recuerdos de algunos pacientes de COVID-19 menores de 30 años: “Antes que los intubáramos», lo último que decían era quiero vacunarme ahora. Por favor, vacúneme ahora.

Jen Partyka, de Pensilvania, describe a la indecisión a la vacuna como la mayor ignorancia voluntaria que ha observado en sus 27 años como enfermera.

“Están creando una situación que yo no puedo tolerar como administradora de enfermería”, dice Partyka. Ella siempre ha hecho lo mejor para sus pacientes, pero cuando se entera que no están vacunados “están perjudicando a otros voluntariamente”.

Abigail Donley, quien trabajó en una unidad de cuidados intensivos en Manhattan durante los primeros tiempos de la pandemia, dice que los enfermeros fueron al principio percibidos como los héroes del COVID-19.

“Ahora ni siquiera pueden conseguir un aumento de sueldo”, dijo Donley por Skype. “Tampoco una bonificación, o cuidado infantil. Tampoco tienen atención de salud por maternidad”.

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