(KHN illustration/Getty Images)

A mediados de marzo, Karla Monterroso voló a su casa en Alameda, California, después de una excursión al Parque Nacional Zion de Utah. Cuatro días después, comenzó a tener una tos seca y fuerte. Sentía los pulmones pegajosos.

La fiebre durante esas semanas por momentos subía tanto (100,4, 101,2, 101,7, 102,3) que, en la peor de las noches, tenía que estar bajo una ducha de agua helada, para intentar bajarla.

“Esa noche había escrito en un diario cartas a todas las personas cercanas, lo que quería que supieran si me moría”, recordó.

Al mes, surgieron nuevos síntomas: dolores de cabeza y calambres punzantes en las piernas y el abdomen que le hicieron pensar que podía estar en riesgo de tener coágulos de sangre y accidentes cerebrovasculares, complicaciones que habían informado otros pacientes con COVID-19 en sus 30 años.

Aún así, no estaba segura de si debía ir al hospital.

“Como mujeres de color, te cuestionan mucho tus emociones y la realidad de tu estado físico. Te dicen que exageras”, dijo Monterroso, quien es latina. “Así que tenía ese extraño sentimiento de ‘no quiero usar los recursos para nada’”.

Fueron necesarios cuatro amigos para convencerla de que tenia que llamar al 911.

Lo que pasó en la sala de emergencias del Hospital Alameda confirmó sus peores temores.

Monterroso dijo que durante casi toda su visita, los proveedores de salud ignoraron sus síntomas y preocupaciones. ¿La presión arterial está baja? Esa es una lectura falsa. ¿Sus niveles cíclicos de oxígeno? La máquina está mal. ¿Los dolores punzantes en la pierna? Probablemente solo sea un quiste.

“El médico entró y dijo: ‘No creo que esté pasando mucho aquí. Creo que podemos enviarte a casa’”, recordó Monterroso.

Su experiencia, razona, son parte de por qué las personas de color se ven afectadas de manera desproporcionada por el coronavirus. No es simplemente porque es más probable que tengan trabajos de primera línea que los exponen más, y las condiciones subyacentes que empeoran COVID-19.

“Eso es parte de ello, pero la otra parte es la falta de valor que la gente le da a nuestras vidas”, escribió Monterroso en Twitter detallando su experiencia.

Investigaciones muestran cómo el prejuicio inconsciente de los médicos afecta la atención que reciben las personas. Los pacientes latinos (que pueden ser de cualquier raza) y los afroamericanos suelen ser menos propensos a recibir analgésicos o a ser referidos para atención avanzada que los pacientes blancos no hispanos con las mismas quejas o síntomas. Y es más probable que las mujeres mueran en el parto por causas prevenibles.

Ese día de mayo, en el hospital, Monterroso se sentía mareada y tenía problemas para comunicarse, por lo que estaban con ella en el teléfono para ayudarla una amiga y la prima de su amiga, que es enfermera especializada en cardiología. Las dos mujeres comenzaron a hacer preguntas: ¿Qué pasa con la frecuencia cardíaca acelerada de Karla? ¿Sus bajos niveles de oxígeno? ¿Por qué sus labios están azules?

El médico salió de la habitación. Se negó a atender a Monterroso mientras sus amigas estaban al teléfono, dijo, y cuando regresó, de lo único que quería hablar era del tono de Monterroso y el tono de sus amigos.

“La implicación era que éramos insubordinadas”, dijo Monterroso.

Monterroso le dijo al médico que no quería hablar sobre su tono. Quería hablar sobre su atención médica. Estaba preocupada por posibles coágulos de sangre en su pierna y pidió una tomografía computada.

“Bueno, ya sabes, la tomografía computarizada es radiación justo al lado del tejido mamario. ¿Quieres tener cáncer de mama?”, Monterroso recuerda que le dijo el médico. “Solo me siento cómodo ordenándote esa prueba si dices que no tienes problema en tener cáncer de seno”.

Monterroso pensó para sí misma: “Trágatelo, Karla. Necesitas estar bien”. Entonces le dijo al médico: “Estoy bien con el cáncer de mama”.

Nunca ordenó la prueba.

Monterroso pidió otro médico, un abogado del hospital. Le dijeron que no. Comenzó a preocuparse por su seguridad. Quería irse. Sus amigos estaban llamando a todos los profesionales médicos que conocían para confirmar que no estaba siendo bien atendida. Vinieron a recogerla y la llevaron a la Universidad de California-San Francisco. El equipo le hizo un electrocardiograma, una radiografía de tórax y una tomografía computada.

“Una de las enfermeras entró y dijo: ‘Me enteré de tu terrible experiencia. Solo quiero que sepas que te creo. Y no te vamos a dejar ir hasta que sepamos que estás segura”, dijo Monterroso. “Comencé a llorar. Porque eso es todo lo que quieres: que te crean. Es realmente difícil que te cuestionen de esa manera”.

Alameda Health System, que opera el Hospital Alameda, se negó a comentar sobre los detalles del caso de Monterroso, pero dijo en un comunicado que está “profundamente comprometido con la equidad en el acceso a la atención médica” y que “brinda atención culturalmente sensible para todos”. ” Después que Monterroso presentó una queja ante el hospital, la gerencia la invitó a hablar con su personal y residentes, pero se negó.

Monterroso cree que su experiencia es un ejemplo de por qué a las personas de color les va tan mal con la pandemia.

“Porque cuando vamos a buscar atención, si nos defendemos, podemos ser tratados como insubordinados”, dijo. “Y si no nos defendemos, podemos ser tratados como invisibles”.

Sesgo inconsciente en la atención médica

Los expertos dicen que esto sucede de forma rutinaria y sin importar las intenciones o la raza del médico. Por ejemplo, el médico de Monterroso no era blanco.

Investigaciones muestran que todos los médicos, todos los seres humanos, tienen prejuicios de los que no son conscientes, explicó el doctor René Salazar, decano asistente de diversidad en la Escuela de Medicina de la Universidad de Texas-Austin.

“¿Interrogo a un hombre blanco con traje que llega luciendo como un profesional cuando pide analgésicos de la misma manera que a un hombre negro?”, se preguntó Salazar, señalando uno de sus posibles sesgos.

El prejuicio inconsciente suele aparecer en entornos de alto estrés, como las salas de emergencia, donde los médicos se encuentran bajo una tremenda presión y tienen que tomar decisiones rápidas y de gran importancia. Si se agrega una pandemia mortal, en la que la ciencia cambia día a día, las cosas pueden complicarse.

“Hay tanta incertidumbre”, dijo. “Cuando existe esta incertidumbre, siempre hay un nivel de oportunidad para que el sesgo se abra paso y tenga un impacto”.

Salazar solía enseñar en UCSF, donde ayudó a desarrollar una formación sobre prejuicios inconscientes para estudiantes de medicina y farmacia. Aunque docenas de escuelas de medicina están retomando la capacitación, dijo, no se realiza con tanta frecuencia en los hospitales. Incluso cuando se aborda un encuentro negativo como el de Monterroso, la intervención suele ser débil.

Un auto estacionado en Oakland, California, durante la primera semana de manifestaciones de Black Lives Matters, en 2020.(APRIL DEMBOSKY)

“¿Cómo le digo a mi médico, ‘Bueno, el paciente cree que eres racista’?”, apuntó Salazar. “Es una conversación difícil: debo tener cuidado, no quiero decir la palabra sobre la raza porque voy a presionar algunos botones complejos. Así que comienza a complicarse mucho”.

Un enfoque basado en datos

El doctor Ronald Copeland dijo que recuerda que los médicos también se resistían a estas conversaciones cuando eran estudiantes. Las sugerencias para talleres sobre sensibilidad cultural o prejuicios inconscientes recibían una reacción violenta.

“Era visto casi como un castigo. Es como, ‘Usted es un mal médico, por lo que su castigo es que tiene que ir a capacitarse’, explicó Copeland, quien es jefe de equidad, inclusión y diversidad en el sistema de salud de Kaiser Permanente. (KHN es un programa editorialmente independiente de KFF, que no está afiliado a Kaiser Permanente).

Ahora, el enfoque de Kaiser Permanente se basa en datos de encuestas a pacientes que preguntan si la persona se sintió respetada, si la comunicación fue buena y si quedó satisfecha con la experiencia.

Luego se desglosan estos datos por demografía, para ver si un médico puede obtener buenas calificaciones en respeto y empatía de los pacientes blancos no hispanos, pero no de los pacientes de raza negra.

“Si ves un patrón que evoluciona alrededor de un grupo determinado y es un patrón persistente, entonces eso te dice que hay algo que proviene de una cultura, de una etnia, de un género, algo que el grupo tiene en común, que no estás abordando, dijo Copeland. “Entonces comienza el verdadero trabajo”.

Cuando a los médicos se les presentan los datos de sus pacientes y la ciencia sobre el sesgo inconsciente, es menos probable que se resistan o nieguen, agregó. En su sistema de salud, han reformulado el objetivo de la capacitación en torno a brindar una atención de mejor calidad y obtener mejores resultados para los pacientes, por lo que los médicos quieren hacerlo.

“La gente no se inmuta”, dijo. “Están ansiosos por aprender más al respecto, especialmente sobre cómo mitigarlo”.

Todavía se siente mal

Han pasado casi seis meses desde que Monterroso se enfermó por primera vez y todavía no se siente bien.

Su frecuencia cardíaca sigue aumentando y los médicos le dijeron que podría necesitar una cirugía de vesícula para tratar los cálculos biliares que desarrolló como resultado de la deshidratación relacionada con COVID. Recientemente decidió dejar el Área de la Bahía y mudarse a Los Ángeles para poder estar más cerca de su familia durante su larga recuperación.

Rechazó la invitación del Hospital Alameda para hablar con su personal sobre su experiencias porque concluyó que no era su responsabilidad arreglar el sistema. Pero sí quiere que el sistema de salud más amplio asuma la responsabilidad del sesgo sistémico en hospitales y clínicas.

Reconoce que el Hospital Alameda es público y no tiene el tipo de recursos que tienen Kaiser Permanente y UCSF. Una auditoría reciente advirtió que el Sistema de Salud de Alameda estaba al borde de la insolvencia. Pero Monterroso es la directora ejecutiva de Code2040, una organización sin fines de lucro sobre equidad racial en el sector tecnológico e incluso para ella, dijo, se necesitó un ejército de apoyo para que la escucharan.

“El 90% de las personas que van a pasar por ese hospital no van a tener los recursos que yo tengo para enfrentarlos”, dijo. “Y si no digo lo que está sucediendo, entonces personas con muchos menos recursos van tener esta experiencia y se van a morir”.

Esta historia es parte de una asociación que incluye a KQEDNPR y KHN.

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