Clara Granda-Cameron. (Foto: RRSS)

En una Charla de Impacto, la editora jefa de Impacto Media, Perla Lara, conversó con una profesional colombiana que está dejando huella en el cuidado a pacientes con cáncer en Filadelfia. La trayectoria de esta enfermera oncológica es un testimonio de vocación, perseverancia y compromiso con la comunidad latina.

Con más de 30 años de experiencia, la Dra. Clara Granda-Cameron ha enfocado en el manejo de síntomas en pacientes con cáncer, especialmente en poblaciones vulnerables. Actualmente está dedicada a educar la nueva generación de enfermeras. Ella es también investigadora; recientemente recibió un premio del Instituto Nacional de Cancerología para financiar su campo de investigación mejorando el cuidado de pacientes latinas con cáncer de seno. La colombiana también ha publicado sus investigaciones en revistas académicas.

Graduada en enfermería en Bogota, más tarde descubriría que su misión era  cuidar a pacientes con cáncer. Como no existían programas de maestría especializados en enfermería oncológica en Colombia, decidió buscar oportunidades en el extranjero.

La Universidad de Pensilvania la acogió en su programa de maestría, donde fortaleció su formación profesional. Luego de completar sus estudios, regresó a Colombia y trabajó varios años en su área, hasta que finalmente decidió volver a Filadelfia, una ciudad que describe como el lugar perfecto: “No es tan grande ni tan pequeña, y tiene una comunidad latina numerosa con la que se puede compartir y colaborar”.

Actualmente combina su trabajo clínico con la docencia en la Universidad de Jefferson, donde forma a nuevas generaciones de enfermeras. También se ha especializado en cuidados paliativos, una rama de la enfermería dedicada al manejo integral de los síntomas y al apoyo a los pacientes durante tratamiento contra el cáncer.

El poder de la conexión cultural

Su labor con pacientes latinos ha estado marcada por la empatía y la cercanía cultural. Para ella, la conexión con los pacientes hispanos es inmediata: “Se sienten aliviados al poder hablar con alguien que los entiende, que comparte su idioma y cultura, y puede explicarles su diagnóstico y tratamiento en sus propias palabras”.

Muchos de sus pacientes no dominan el inglés y temen hacer preguntas o expresar sus inquietudes. Poder comunicarse en su lengua materna transforma la experiencia del cuidado. Además, en su práctica ha atendido a pacientes indígenas provenientes de Centroamérica, con creencias espirituales profundamente arraigadas. Comprender y respetar estas tradiciones, asegura, es clave para brindar un tratamiento integral y humanizado.

La familia como eje del cuidado

Uno de los aspectos que más destaca es la importancia de la familia en la cultura latina. “No es raro que un paciente llegue acompañado por seis o siete familiares”, comenta entre risas. Aunque esto puede sorprender en la cultura estadounidense, ella insiste en que incluir a la familia en el proceso es fundamental.

“Comprender que para nosotros la familia es parte esencial del cuidado ayuda al paciente a sentirse aceptado y bienvenido, junto con sus seres queridos. Escuchar sus preocupaciones y respetar sus creencias fortalece la relación terapéutica y mejora la atención”, afirma.

Retos y oportunidades de ser inmigrante

Migrar a Estados Unidos no ha estado exento de desafíos. Adaptarse a un sistema educativo distinto, a otro idioma y a una cultura profesional más avanzada en ciertos aspectos ha requerido un esfuerzo constante.

“Competimos con colegas que nacieron y se formaron aquí, con dominio total del idioma. El trabajo es el doble. Hay que sobresalir y demostrar constantemente las capacidades que uno tiene”, reconoce. Sin embargo, considera que este camino también ha sido una oportunidad para crecer y aportar una mirada distinta: “He traído mi perspectiva latinoamericana, que enriquece la enfermería en Estados Unidos”.

Aunque no ha sido frecuente, admite haber enfrentado episodios de discriminación por su acento o por ser una persona de color. Recuerda especialmente a un paciente en cuidados paliativos que al principio fue reticente; pero con perseverancia, atención constante y calidez, logró ganarse su confianza. “Al final entendió que realmente me interesaba su bienestar y la relación cambió por completo”, relata.

Educación y prevención: pilares de la salud

Convencida de que la prevención es la herramienta más poderosa contra el cáncer, lamenta que los recursos públicos se enfoquen más en el tratamiento que en la detección temprana. Su labor educativa se centra en promover hábitos saludables –como no fumar, evitar el consumo excesivo de alcohol y mantener una alimentación balanceada– y en fomentar la realización de exámenes preventivos, como mamografías o colonoscopias.

Cuando ofrece charlas a comunidades hispanas, insiste en la importancia de estar atentos a cualquier cambio en el cuerpo y consultarlo con un profesional de la salud. “No hay preguntas tontas. Un detalle pequeño puede ser clave para un diagnóstico temprano”, afirma.

Para Clara, el acompañamiento emocional es tan importante como el tratamiento médico. Algunos pacientes deciden continuar con quimioterapia o radioterapia; otros optan por no hacerlo, priorizando su calidad de vida. “Nuestro deber es apoyarlos en cualquier decisión y acompañarlos en todo el proceso, desde el diagnóstico hasta el final, si no hay recuperación”, explica.

Por eso considera indispensable el trabajo interdisciplinario: médicos, enfermeras, psicólogos, nutricionistas y trabajadores sociales, todos unidos para brindar atención integral a los pacientes y sus familias.

Para la doctora en enfermería, que construye puentes entre culturas, demostrar empatía, conocimiento y sensibilidad cultural, pueden transformar la atención en salud y marcar una diferencia profunda en la vida de quienes enfrentan una experiencia tan dolorosa y traumática como el cáncer.

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