Según Patricia Campos Olazábal, rectora de la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo (USAT), de Chiclayo, el arroz con pato era el plato favorito del obispo Prevost. (Foto: RRSS)

En un mundo marcado por crisis de fe, migraciones masivas y profundas desigualdades sociales, la elección del nuevo papa ha traído un inesperado rayo de esperanza para el norte del Perú. Y especialmente para Chiclayo, ciudad que el pontífice ha adoptado como suya. “Él ha dicho con claridad: ‘yo soy de Chiclayo’”, cuenta Carmen Aurazo Watson, una ciudadana orgullosa de sus raíces lambayecanas.

“Cuando se anunció que el papa era Robert Prevost y que había sido obispo de Chiclayo, la ciudad entera estalló en emoción”, relata Carmen, residente de la ciudad, en una conversación para la sección de Charlas de Impacto.

Aunque confiesa no haber seguido de cerca los detalles del proceso en el Vaticano, Carmen describe cómo la noticia llegó como un vendaval de júbilo. “La gente en la catedral ya tenía banderolas. Cuando se confirmó que era Prevost, comenzaron a cantar, a gritar. Chiclayo no cabía en sí. Desde ese día, la ciudad es otra”, afirma.

Carmen Aurazo,en Colegio emblemático Nicolás La Torre.

Si bien Prevost, quien este 8 de mayo cumplió dos meses de papado, no figuraba entre los favoritos en las quinielas vaticanas en parte por su nacionalidad estadounidense–, su elección ha sido recibida con entusiasmo en muchos países por su origen multiétnico.

Imagen de la Diócesis de Chiclayo que muestra al obispo Robert, futuro papa, cabalgando en las montañas de Incahuasi, cerca de Chiclayo. (Foto: Diócesis de Chiclayo)

A lo largo de los años, el nuevo papa fue dejando una huella imborrable en cada rincón donde hizo su trabajo pastoral. Su hermano lo ha dicho claramente: “nunca volvió a ser el mismo” después de su primer viaje al Perú, siendo todavía muy joven.

La conexión del pontífice con el Perú comenzó, según cuenta Carmen, con un gesto tan sencillo como simbólico: su tía le regaló un chullo, el tradicional gorro andino. A partir de ese objeto, se despertó su interés por el país andino. “Él ya traía consigo una profunda fe católica, propia de muchas familias norteamericanas comprometidas con el servicio comunitario. Pero al llegar a Perú y experimentar la calidez humana en medio de tanta desigualdad, encontró allí su segunda patria”, relata Carmen.

Robert Prevost, predica durante la celebración del Corpus Christi en un el estadio de Chiclayo, Perú, el viernes 19 de junio de 2015. (Foto: AP/LP/Julio Reano)

Prevost fue enviado inicialmente a Chulucanas, en la región de Piura, una de las zonas más pobres y desfavorecidas del país. “Allí no tenían carro; visitaban las comunidades a lomo de caballo y de mula; y así, el padre se convirtió en uno más, por su humildad, su cercanía y su afecto”, recuerda Carmen. “En un país donde la diferencia de desarrollo entre Lima y el resto del territorio es grandísima, el compromiso de Prevost con las comunidades más olvidadas fue muy visible y muy inspirador”.

La familia Villanueva Reyes, de Chiclayo, muestra orgullosa su fotografía con el obispo Francis, futuro papa León XIV. (Foto: EFE)

Un obispo con los pies en la tierra

Las imágenes que se viralizaron tras su nombramiento reflejan ese espíritu: el entonces obispo aparece cantando villancicos, caminando entre el barro, montando en burro. No son poses para la prensa. Son retratos de un sacerdote profundamente involucrado en la vida de su comunidad.

“Él no solo acompañaba. Trabajaba en la formación de jóvenes, en la promoción de vocaciones, en el fortalecimiento de la vida parroquial”, destaca Carmen. Desde Trujillo hasta el Callao, pasando por diversos pueblos del interior de Lambayeque, Prevost cumplió con sus tareas pastorales sin buscar protagonismo, pero generando un impacto muy duradero.

El obispo Prevost participa en las celebraciones del 60.º aniversario de la Diócesis de Chiclayo, el 10 de agosto de 2024. (Foto: RRSS)

Chiclayo fue su último destino en Perú, ciudad donde vivió entre 2015 y 2023. Allí recibió el reconocimiento como visitante honorario y el cariño incondicional de sus fieles. “Aquí dejó una huella imborrable. Y cuando dijo públicamente: ‘yo soy de la diócesis de Chiclayo’, la ciudad se volcó en alegría”, recuerda Carmen emocionada.

Nacido en Estados Unidos, Francis Prevost se nacionalizó peruano en 2015 y dedicó más de 20 años a la misión en el país andino. (Foto: RRSS)

El alma del norte peruano

Chiclayo es una ciudad intermedia, de poco más de 600.000 habitantes, pero con una identidad fuerte y hospitalaria. “Es pequeña, tranquila, se puede caminar a todos lados. Tiene mercado, mar y gente cálida. Es una ciudad accesible en todo sentido”, describe Carmen.

También es una ciudad rica en cultura gastronómica. Y ese fue otro lazo que unió al ahora papa con la región. “Él mencionó que extrañaba la comida. Habla con entusiasmo de platos del norte del Perú y de Chiclayo en particular”, señala Carmen, quien destaca la variedad y abundancia de alimentos locales, como las más de 200 especies de papa –amarilla, blanca, morada– y frutas típicas de la región, como la lúcuma y la chirimoya, junto con otras ampliamente consumidas como la piña, el plátano, la uva y el arándano. Entre los productos más emblemáticos, destaca la chicha morada, bebida típica elaborada con maíz morado, conocida por sus propiedades antioxidantes.

“Los turistas que vienen acá se sorprenden de poder comer tanto con tan poco dinero. Pero lo que más los marca es la calidez de la gente”, agrega. Esa misma calidez, opina, fue la que enamoró a Prevost y lo convirtió no solo en visitante, sino en “uno más de nosotros”.

Para Carmen, el impacto de la elección papal trasciende lo religioso. “Aquí no solo celebramos que el papa haya vivido en Chiclayo. Celebramos que haya comprendido y valorado nuestra manera de vivir, de compartir, de ser solidarios incluso en la escasez”.

Carmen, quien vivió más de tres décadas en Brasil con su esposo limeño, ofrece una mirada amplia sobre los desafíos espirituales y sociales de la región, y sobre cómo la figura del nuevo papa podría representar un punto de inflexión. “Es un papa migrante, multicultural, profundamente humano”, afirma.

Prevost, de ascendencia francesa, española y caribeña (con raíces en Haití y República Dominicana), domina varios idiomas, entre ellos el español, que habla con fluidez. “Eso le permitió integrarse de verdad con la gente. Cuando llegó al Perú en los años 80, no venía como extranjero, sino como alguien dispuesto a caminar al lado del pueblo”, recuerda Carmen.

El Obispo Prevost visita una zona inundada de Chiclayo durante un momento de fuertes lluvias que azotaron la ciudad. (Foto: RRSS)

Un pastor en tiempos de guerra

La llegada de Prevost a Perú coincidió con una de las etapas más convulsas de la historia reciente: el surgimiento de Sendero Luminoso y una guerra interna que sacudió al país durante más de una década. “Fue una época durísima. El Perú estaba golpeado, había miedo, pobreza, muerte. La gente se aferró a la fe como tabla de salvación”, relata Carmen. Fue en ese contexto que el ahora Papa empezó su misión pastoral, encontrando en el sufrimiento del pueblo un espacio para sembrar cercanía y consuelo.

En paralelo, la región vivía los efectos de políticas económicas restrictivas y el empobrecimiento creciente de las clases trabajadoras. Hacia los años 90 y 2000, la migración internacional comenzó a crecer de manera alarmante. “Más de tres millones de peruanos salieron del país. La gente ya no encontraba respuestas, y la Iglesia también comenzó a perder presencia ante la cantidad necesidades cada vez más urgentes”, explica.

Esa realidad social, considera Carmen, marcó profundamente al futuro papa. “Él entendió que no bastaba con predicar. Había que comprometerse, hablar de justicia, acompañar e involucrar a los jóvenes. Por eso su llamado actual es a construir una Iglesia para el servicio, una Iglesia que luche por la dignidad humana”.

Carmen subraya que el papa ha expresado con frecuencia su preocupación por los jóvenes. “Hoy hay una crisis de identidad, de amor, de sentido. Y él quiere que los jóvenes vuelvan a creer, que encuentren en la Iglesia no solo un refugio espiritual, sino también un espacio para participar, para actuar, para transformar”.

Conocedor de América Latina y del dolor de sus pueblos, Prevost también vivió y trabajó en Argentina, Paraguay, Colombia y el suroeste de Brasil, países que, junto con México, concentran la mayor cantidad de católicos del mundo. “Pero también allí la Iglesia está perdiendo terreno frente a otras religiones. Y es porque muchas veces la gente no encuentra respuestas en la institución”, lamenta Carmen.

Un legado que transforma ciudades

El impacto de la elección de Prevost ya se siente en Chiclayo. Más allá del orgullo simbólico, la ciudad experimenta un renacer. “Hay una ruta turística llamada ‘la Ruta del Papa’ . Los restaurantes ofrecen los platos que él prefería. Han llegado turistas, periodistas, y las autoridades están movilizándose para mejorar la infraestructura urbana”, detalla Carmen.

Migrantes de zonas andinas como Cajamarca, Chota y Cutervo llegan en oleadas, y la ciudad crece rápidamente, con desafíos en servicios básicos como agua y luz. “Pero también crece el entusiasmo. Se habla de proyectos para mejorar el acceso a sitios arqueológicos como el Señor de Sipán o el Bosque de Pómac. Chiclayo quiere mostrarse al mundo”, afirma.

Carmen, cree que esa combinación de raíces e identidades define también al nuevo Papa. “Él no es solo norteamericano. Es universal. Y por eso tiene esa apertura. Puede conectar con los pobres, con los migrantes, con los jóvenes desencantados. Es un papa que conoce el dolor latinoamericano, que ha vivido en carne propia la desigualdad y también la esperanza”.

Para Chiclayo, su elección no solo representa una oportunidad espiritual, sino también un impulso para recuperar visibilidad, autoestima y desarrollo. “Invitamos a todos a venir. Chiclayo no es una ciudad cara, ni exigente. Pero tiene lo más importante: un pueblo fraterno, hospitalario, dispuesto a compartir lo mejor de sí. Y ahora, tiene también un papa”, asegura con una sonrisa.

Con la mirada puesta en el futuro, Carmen sueña con que ese espíritu comunitario, tan propio del norte del Perú, se refleje también en el liderazgo global del nuevo Papa. “Él conoció de cerca la pobreza, pero también la generosidad sin medida. Eso lo marcó, y ahora, desde Roma, puede compartir esa experiencia con el mundo entero”.

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