(Foto: Ilustrativa/Pexels)

Me ha tocado hacer dos viajes a República Dominicana por asuntos médicos. Lo que pasamos con el servicio de sillas de ruedas fue pésimo, tanto en Miami como en Santo Domingo. ¿Adónde se ha ido el respeto por los enfermos? Parece que, como casi todo, ese servicio se lo llevó la maldita pandemia.

Viajar como antes del desgraciado pajarito, que aún nos tiene medio locos, es un sueño y nada más. Por problemas en una rodilla, me pasé años usando sillas de ruedas. En esa época, el servicio daba gusto. Te trataban con respeto, de verdad se te daba preferencia, te recogían en el avión al salir y te llevaban hasta tu carro al llegar al destino.

Llego al aeropuerto de Miami y, a pesar de pedir el servicio, tengo que caminar hasta donde supuestamente te lo dan. Una mujer bien desagradable te dice que no sabe cuándo traerán la silla. Hay mucha gente esperando. O sea, que usted pierde el avión o se va arrastrando su pierna. Al cansarnos de esperar, decidimos caminar, sin poder.

Llegamos a Santo Domingo y sí nos esperan afuera con una silla. Aquí el asunto sigue siendo el servicio, algo que mi país natal no puede permitirse, ya que vive del turismo. El que iba a atendernos nos dijo: “a nosotros no nos pagan, vivimos de la propina, por favor ayúdenme”.

Lo miré y no le dije nada, ya que no sería agradable con alguien que está tirando por el piso el trabajo de Frank Rainieri y su equipo, que han puesto el nombre de la República Dominicana en alto, al punto de que en Europa reconocen a este país por las vacaciones en Punta Cana. Aunque sean en Bávaro, y sin conocer la “real” Punta Cana. Si entras a la exclusiva, hermosa y respetuosa del medio ambiente, la de las playas blancas como la nieve, donde una camarera se subió a una mata de cocos para buscarme agua, entonces entenderás que has perdido tiempo.

Cuando llegamos a buscar las maletas, me dice que, por favor, lo deje ocuparse a él y así le daba más propina. Le dije que sí. Y tan pronto llegó a el auto de mi primo, dijo que se iba, porque no tenía que subir las maletas. Le di la mitad de lo que tenía en la mano. Me peleó y le contesté: “no terminaste tu trabajo como maletero, y así no se trata a un posible turista. Soy dominicana, y mi tierra me duele”.

Moraleja: hay que educar a cada persona que podría tener una experiencia como la mía, y hay que pagar a quienes trabajan. República Dominicana tiene que cambiar. Ya son demasiados años de abusos por parte de apagones, policías, maleteros y hasta de quienes llevan a los enfermos en sillas de ruedas.

www.NancyAlvarez.com

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