Fotografía del "Sabina Bar", un local situado en la ciudad colonial, en Santo Domingo (República Dominicana). (Foto: EFE/Orlando Barría)

Si el poeta Joaquín Sabina hubiera estado en estos días en Santo Domingo, no habría asistido a ninguna de las competiciones de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, que terminaron el pasaso sábado en la capital dominicana.

«Es un hecho porque no programaron ni el fútbol ni los toros y los demás deportes no le importan», aseguró a Efe el dominicano más conocedor de la obra del cantautor de Úbeda, que se firma Freddy Sabina y tiene un bar en honor al cantante.

El «Bar Sabina», situado en la ciudad colonial, le rinde culto al autor de «Y nos dieron las diez». El dueño, Freddy de la Rosa, es un mulato de 49 años, el típico caribeño que baila bien merengue, pero un día pensó que eso no le bastaba para ligarse a las chicas y se acercó a la obra de Joaquín.

Le han dicho que en la competición de tiro deportivo de los juegos regionales los campeones de la modalidad de skeet reflexionaron sobre lo bonito que sería ver a los matones de las capitales latinoamericanas como practicantes de su deporte, una idea ingenua, pero que serviría para demostrar la utilidad de las armas para algo mejor que matar.

«Esa es una figura sabinera. Recuerda la frase ‘que los que matan se mueran de miedo'», reacciona el caribeño, que no se sabe completas todas las canciones de su autor favorito, pero sí algunas de las que Joaquín no recuerda la letra.

«Tienen demasiadas y le resulta imposible recordarlas; algunas de esas yo sí me las sé», explica.

El bar, al lado de uno de los centros culturales más importantes de la capital dominicana, tiene 77 metros cuadrados y en él se han reunido hasta 300 personas a la vez, si se cuenta los apostados en la acera, donde una estatua del cantautor recibe a los clientes sentado en una banca.

La gente se toma fotos con la imagen y, una vez adentro, cantar las canciones es un ritual que se repite cada noche.

«Me sé todas, también las de Silvio y las de Serrat, nuestro padre nos las enseñó», confiesa Liz, de 25 años, quien se abraza a su hermano Santiago, tres años menor y cierra los ojos para imaginarse en un concierto en el que ella canta junto al artista.

Hace 11 años Sabina conoció a Freddy y cuando el compositor visitó Santo Domingo en 2018 lo mencionó como su amigo dominicano, junto a Juan Luis Guerra. Al terminar de cantar, el español intentó aparecer en el bar, más la multitud no lo dejó entrar.

«Vine a tomarme un whisky contigo, Freddy, pero ya ves, no se puede», se disculpó el artista con su primer admirador.

A propósito de los Juegos, Freddy cree que si Joaquín fuera dominicano sería un entendido del béisbol y seguiría a los Tigres de Licey de la liga invernal del país con la misma pasión que en España es hincha del Atlético de Madrid.

«Los Tigres son el equipo del pueblo. Son como el Atlético del béisbol dominicano; Sabina se hubiera enganchado con ellos si hubiera nacido aquí», asegura el gran ‘sabinero’, que de joven mostró cualidades como jardinero central en las ligas infantiles de pelota, mas no perseveró.

Freddy no fue a los Centroamericanos y del Caribe por la verdadera razón por la que, de haber estado en Santo Domingo, Sabina no habría asistido a los estadios: los Juegos no tuvieron publicidad y la mayoría de la gente no se enteró de que en la ciudad se celebraron siete deportes.

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