Fotografía cedida por el Centro de Asuntos Rurales de Nebraska (CFRA) donde aparece un grupo de jóvenes durante un recorrido por una granja en Columbus (Nebraska) organizado por Justino Borja (i) y asistido por Frank Tworek (d). EFE/CFRA /SOLO USO EDITORIAL /NO VENTAS

Denver (CO). – Conocen el campo como pocos y tienen la experiencia traída en sus países de origen, pero los latinos que desean convertirse en granjeros en los Estados Unidos afrontan difíciles retos, pero ahora cuentan con la ayuda de un curso para lograr su sueño.

Aunque suene extraño, el primer reto con el que se enfrentan aquellos que quieren trabajar la tierra es el idioma, clave para para encontrar los terrenos, tener información actualizada del Departamento de Agricultura federal (USDA) y hablar con las agencias correspondientes.

Por suerte para ellos, Lucía Schulz y Eunice Ramírez, del Centro de Asuntos Rurales de Nebraska (CFRA), comenzaron este mes a dictar clases en línea sobre cómo abrir una granja propia, enfocándose especialmente en inmigrantes de América Latina que ya trabajaron en el campo en sus países y que buscan transferir esa experiencia y habilidades a Estados Unidos.

SALIENDO DE LA GRAN RECESIÓN

Cuando comenzó a azotar la pandemia en marzo de 2020, la presencia de latinos en el campo aún se estaba recuperando del golpe sufrido por la recesión económica de 2007 a 2011, cuando se cerraron del 37 % al 44 % de las granjas a cargo de hispanos.

Y esa recuperación se ve dificultada no solamente por los efectos de la covid-19, dijo Schulz, sino porque los latinos aún no han aprendido dos lecciones claves: dejar de hacer las cosas por sí solos y trabajar sin un plan.

«No está bien comenzar un negocio sin un plan de negocios. Es imposible, porque uno no puede ver los pasos a seguir para que el negocio tenga éxito», afirmó.

Para revertir esa situación, Schulz y Ramírez crearon en Facebook el grupo Agricultores Latinos de Nebraska, que ellas coordinan y en donde comparten recursos e información, así como oportunidades de encuentro entre agricultores hispanoparlantes.

Allí se explica que comprar el terreno es sólo el inicio del proceso, ya que a eso le debe agregar maquinaria, insumos, personal y, un factor usualmente olvidado por los granjeros novatos, la supervisión del negocio.

Las clases, que han llegado a un millar de latinos desde que el proyecto se lanzó en septiembre pasado, tienen de 10 a 15 personas por clase con hasta 10 sesiones por semana, en las que se imparte inglés, computación y plan de negocio, entre otras materias.

Fotografía cedida por el Centro de Asuntos Rurales de Nebraska (CFRA) donde aparece un grupo de agricultores latinos principiantes mientras posan en un campo en las afueras de Lexington (Nebraska) después de haber participado en la presentación de un agente de la Farm Service Agency (FSA) sobre sus servicios y cómo pueden beneficiarse de la ayuda de la misma. EFE/CFRA /SOLO USO EDITORIAL /NO VENTAS

NUEVOS TIEMPOS

Además, todo el contexto de la preparación para dedicarse al campo cambió por la pandemia, como sucedió en todos los aspectos de la vida a nivel global.

Pero en el caso específico de los trabajadores agrícolas, la covid-19 resaltó la falta de acceso a internet y uso de plataformas para reuniones virtuales.

Ramírez dijo que «saltar a una reunión en Zoom o hacer una búsqueda en Google», tareas repetitivas y hasta sencillas para muchos, resulta «uno de los grandes desafíos» para los potenciales granjeros latinos que aún insisten, a pesar del coronavirus, en encuentros en persona y que luchan «por aprender lo básico de cómo navegar con Google».

Pero aquellos que se animan a «dar los primeros pasos» (tomar una clase, asistir a una conferencia, hablar con granjeros establecidos) ven sus esfuerzos ampliamente recompensados. La razón, dijo Schulz, es una de las grandes cualidades de los latinos: la resiliencia.

Eso es lo que demostró José Rosales (un seudónimo, por pedido de CFRA), un inmigrante mexicano que inició hace cuatro años su camino para tener una granja propia.

Al no poder ni siquiera conversar directamente con aquellos que vendían terrenos por su falta de inglés, Rosales se enroló en clases de inglés como segundo idioma.

Luego, cuando tuvo que explicar para qué quería estudiar inglés, Rosales dijo que era para comprar una tierra para su futura granja y, para su gran asombro, se enteró que el instructor de la clase tenía un terreno que él no usaba.

Fotografía cedida por el Centro de Asuntos Rurales de Nebraska (CFRA) donde aparece Hilda Moreno (d) dando explicaciones a unas personas durante un recorrido por una granja en Fremont (Nebraska). EFE/CFRA /SOLO USO EDITORIAL /NO VENTAS

Esa causalidad le permitió a Rosales y su familia llegar a un acuerdo, y comenzar a cultivar tomates, cilantro y cebollas.

Aún más, al ver la dedicación de Rosales, el instructor y su hijo (ya adulto) iniciaron un programa de educación para futuros granjeros latinos, enseñándoles los elementos básicos del trabajo del campo en Nebraska.

«Y gracias a su trabajo, Rosales afirma que este año cumplirá su meta de tener su propio terreno y piensa expandir sus operaciones para incluir ganado», dijo Schulz, quien en su niñez creció en el campo, donde experimentó la discriminación y los malos tratos a los que eran sometidos los trabajadores «de color», considerados como «analfabetos» por los granjeros blancos.

Por su parte, Ramírez explicó que en la mayoría de los casos los latinos prefieren operaciones pequeñas y «avanzar de a poco, pero consistentemente», tanto en la implementación de las mejores prácticas como granjeros como en el desarrollo de sus conocimientos y habilidades para transferir lo que ya sabían de sus países a un nuevo contexto.

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