(Foto: Ilustrativa/Pexels)

Termina el Mes de la Concientización de la Salud Mental, con la alerta de que los problemas de salud mental ya eran un tema de preocupación nacional desde antes de la pandemia. Sus graves consecuencias se evidenciaban en hechos tan dramáticos como las incontables muertes por la crisis de opioides, la violencia intrafamiliar y en las calles, e inclusive su correlación con algunas de las masacres en centros educativos, recreativos, en supermercados, etc.… que han dejado un rastro de muerte y de dolor, que ha enlutado a cientos de familias en todo el país.

La pandemia ha tenido un tremendo impacto negativo sobre la salud mental de muchos. Las razones son claras: el prolongado confinamiento y la limitación para la interacción directa con nuestros semejantes, ha incrementado los niveles de ansiedad en muchas personas. Muchos jóvenes que quizás venían superando con esfuerzo la adicción a diversas sustancias, se han sentido empujados a regresar a ellas.

Por otra parte, miles de trabajadores de la “primera línea” han asumido el peso de tener que trabajar sin importar los riesgos, sin poder confinarse como los demás, dado lo crucial de sus funciones, y disparando en ellos los niveles de estrés. La crisis, además, ha forzado el cierre de muchas empresas, con la consiguiente pérdida de empleos y el inevitable factor de ansiedad que trae aparejado este coletazo.

Los estudios médicos hablan de un aumento en el deterioro de la salud mental. Mientras en 2019 los reportes de desórdenes psicológicos eran de 1 por cada 10 habitantes, en 2020 esta cifra ascendió a 4 por cada 10. A estos síntomas también se suman un mayor consumo de alcohol, deterioro de la salud en personas con condiciones permanentes y mayor incidencia de pensamientos y actos suicidas.

Por todo esto el nuevo gobierno y todas las organizaciones involucradas en el tema de salud física y mental, enfrentan un desafío descomunal, que en realidad compartimos todos, y que nos obliga a trabajar y a desarrollar mayores niveles de empatía, solidaridad social y responsabilidad individual.

Las galopantes muertes de menores en ciudades como Filadelfia, los tiroteos, los ataques de xenofobia y el irrespeto flagrante a las instituciones más sagradas, tal como la bochornosa toma del capitolio en enero, hablan de un deterioro alarmante del sentido social, quizás valga la pena preguntarse, –en el debido respeto a quien no cree en la trascendencia–, si el alejamiento en masa de la sociedad de los valores predicados por la fe y la religión ¿no está dejando sin sostén ni raíz la idea de que somos todos “hijos de un mismo padre y, por tanto, hermanos entre nosotros”?

El gran escritor y humanista G. K. Chesterton escribió alguna vez, con su fina ironía, que “cuando el hombre deja de creer en Dios, enseguida empieza a creer en cualquier cosa”. ¿Es posible que este prolongado ‘invierno’ de la fe que atraviesa la humanidad, nos esté despojando de todo sentido de fraternidad, de responsabilidad grupal, y de la necesidad de cuidarnos los unos a los otros? Es un interrogante al que vale la pena dedicarle unos minutos de reflexión en este tiempo. Como seres integrales que somos, cuidar de nuestra salud espiritual, se refleja en nuestra salud física y mental, y viceversa. Nadie hará por nosotros lo que nosotros no hagamos por nosotros mismos.

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