Protestas del verano del 2020. (Foto: Archivo)

Filadelfia debería de estar muy atenta al avance en la investigación y esclarecimiento de los hechos que llevaron a la muerte de Eddie “Junito” Irizarry a manos de un oficial de la ciudad, quien lo acribilló mientras estaba sentado en su auto, según muestran las grabaciones de video, sin que se pueda detectar en las imágenes en qué manera la víctima constituía una amenaza a la vida de los agentes.

El hecho ha traído nuevamente a la actualidad la “cultura” de la brutalidad policial que permanece en muchos Departamentos de Policía a lo largo y ancho de la nación. De hecho, las preocupantes cifras muestran que la policía ha matado a 726 personas en el país tan solo en lo que va corrido del 2023, según datos de la organización “Campaign Zero”; a pesar de que solo una mínima parte de esas muertes sale a los titulares y llega al escrutinio de la opinión pública, ya que muchas se consideran “justificables”.

Pero los estudios muestran que sigue habiendo un perfilamiento racial especialmente contra los negros, los hispanos y otras minorías no blancas, lo cual hace necesario que se mantenga abierta la discusión sobre este tema, pues la policía es el cuerpo de control más inmediato encargado de la seguridad de la población, y cuando suceden hechos como la muerte de Irizarry, toda la confianza de la comunidad en la institución policial se resquebraja, dejando unos costos muy altos para la paz y la cohesión social.

La brutalidad policial sesgada hunde sus raíces en la época de la esclavitud y en las leyes “Jim Crow”, que regulaban la segregación racial después de la guerra civil. Solo a partir de los años 60, con la consecución de los plenos derechos, –al menos en el papel– para las minorías raciales, se intentó pasar nueva legislación para enseñar la protección de los derechos humanos en los cuerpos policiales. Muchos oficiales de policía desarrollaron una ética del deber admirable y pulcra, pero un porcentaje de oficiales mantiene una visión prejuiciada y una conducta de agresividad desmedida frente a autores de felonías menores cuando estos provienen de comunidades racializadas.

Muchos de los incidentes que han terminado en muertes injustas se iniciaron persiguiendo a infractores bajo el efecto de drogas o alcohol; lo cual se ha usado como atenuante en los juicios contra oficiales.

Si bien es una realidad que hay barrios donde el abuso de sustancias es mayor, (ya sea por sus residentes o por quienes llegan a esos espacios donde impera el abandono) se deben cuestionar el fracaso en las políticas del Gobierno para llevar mejores condiciones a esos barrios donde impera la violencia callejera y el desprecio a la ley.

De hecho, según afirma una nota del New Yorker de julio de 2020, “La crisis en la institución policial es solo la culminación de otros mil fracasos: fracasos en la educación, los servicios sociales, la salud pública, la regulación de las armas, la justicia penal y el desarrollo económico para esas comunidades”.

La moderna discusión sobre la necesidad de intervenir la policía se reinició después de la violenta golpiza que un grupo de oficiales propinó a Rodney King en un vecindario de Los Ángeles en 1991. La declaración de inocencia de los culpables desató una ola de protestas y desordenes que duró varios días y dejó más de 2mil heridos y 55 muertos. La historia se repitió en 2011 con Anthony Lamar, en 2016 con Alton Sterling y en 2020 con George Floyd.

Es decir, que sin duda son necesarios los cursos de reeducación y entrenamiento para los oficiales que patrullan la ciudad; y cambios en las leyes y una aplicación de las mismas sin distingos, también se necesita una acción mucho más agresiva del Gobierno Federal y Estatal para combatir la pobreza, el micro y el macro tráfico, el comercio de armas, la segregación educativa y la falta de estímulos laborales que afecta a las comunidades más pobres, entre ellas, muchos barrios de inmigrantes latinos de primera y segunda generación, que en muchas ocasiones, no pueden organizarse para defender sus derechos, porque están demasiado ocupados en sortear las muchas crisis sistémicas en las que se les va la vida.

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