Para comprender profundamente los sistemas políticos como el fascismo y la democracia, es esencial recurrir a la epistemología, la ontología y el pensamiento crítico. La epistemología nos permite cuestionar cómo se construye el conocimiento político, qué fuentes son válidas y cómo se justifican las creencias. La ontología nos ayuda a entender la naturaleza del poder, del Estado y de las instituciones políticas. El pensamiento crítico, por su parte, es fundamental para analizar discursos, identificar sesgos y tomar decisiones informadas como ciudadanos. Estas herramientas filosóficas fortalecen la comprensión y defensa de sistemas democráticos y permiten reconocer los peligros de regímenes autoritarios.

La violencia política que está minando nuestras democracias

La violencia política que se ha ido extendiendo en muchas naciones de América está dejando profundas cicatrices en nuestras democracias. Ya no es un fenómeno distante; se ha convertido en un elemento trágico y recurrente en nuestros escenarios políticos. Cada acto de violencia envía un mensaje escalofriante: que el miedo y el odio pueden sustituir al diálogo, y que las balas pueden silenciar las voces que deberían proteger las urnas. La democracia no puede florecer allí donde la violencia se convierte en una herramienta política, y estamos siendo testigos del alto costo que esto impone a sociedades que luchan por mantenerse libres y abiertas.

Colombia ofrece un doloroso ejemplo de esta tragedia. El reciente asesinato del candidato Miguel Uribe no es un hecho aislado, sino parte de una larga historia de violencia contra los líderes políticos en ese país. Para hacer esta pérdida aún más desgarradora, su madre también fue asesinada cuando él tenía apenas cuatro años. Una familia marcada dos veces por las mismas fuerzas violentas demuestra cuán profundas y generacionales pueden ser las heridas del terror político. Esto no es solo el silenciamiento de un candidato: es la interrupción de un legado, de un sueño y de una promesa democrática.

Lamentablemente, la violencia política no comienza con un arma; comienza con las palabras. En toda América, incluyendo Estados Unidos, la retórica política se ha vuelto cada vez más tóxica. El odio se ha filtrado en el lenguaje de nuestros líderes, normalizando el desprecio, la difamación y la división. Cuando el discurso público está impregnado de ira y deshumanización, alimenta un clima en el que la violencia se justifica, se normaliza.

En los tiempos que corren se hace preponderante no solo desear la paz, sino educar para la paz. La democracia no es perfecta, pero es lo mejor que como sociedades hemos conquistado, y debemos defenderla.

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