Los devastadores tornados que golpearon en los últimos días el centro de los Estados Unidos, han dejado ojos desorbitados de incredulidad. La destrucción y los daños causados en Arkansas, Illinois, Kentucky, Missouri, Mississippi y Tennessee ya han sido calificados por algunos expertos como los peores que haya visto el país, y uno de los megatornados que devastó Kentucky recorriendo más de 360 kilómetros, ya ha sido reconocido como el más largo en la historia de los Estados Unidos.

Es visible que la virulencia creciente de los fenómenos naturales como tornados, tormentas, ciclones, huracanes, incendios, y hasta las elevadas temperaturas en invierno, está íntimamente ligada a la crisis del clima y al calentamiento global. Pero a estos fenómenos –que por lo vistosos y tenerlos en casa acaparan titulares noticiosos de cada vez más medios–, hay que sumarles aquellos menos visibles y permanentes, y que no son menos letales, como son la contaminación creciente de las fuentes de agua, las sequias, el aumento del nivel del mar, el envenenamiento del aire que respiramos, la desertificación y la desaparición lenta pero inexorable de especies animales y vegetales a lo ancho del planeta.

El mundo siguió con interés e inquietud las últimas deliberaciones sobre el clima de la recién concluida Cumbre de Glasgow; en ella los líderes de casi 200 países debatieron sobre las urgentes medidas que se necesitan para detener la crisis climática, y algunos bloques se fijaron metas para caminar en esa dirección; como Europa, que ha establecido el 2035 como la fecha límite para no producir más vehículos a combustión; o el 2050 como el límite para alcanzar la “neutralidad climática”; es decir, el momento en que el impacto del hombre sobre el clima esté por debajo de la capacidad de la naturaleza para regenerarse.

Pero lo cierto es que todas estas cumbres, encuentros y deliberaciones dejan una larga sombra de duda y sospecha sobre su efectividad. ¿Por qué?, porque se sabe que muchos de los presentes hacen promesas ampulosas que luego no cumplen; quizás simplemente porque el momento político de sus países no les deja margen de maniobra, o porque hubo un cambio de gobierno y para el partido contrario no es prioridad el ambiente; o porque reconvertir sus industrias a producción limpia les es demasiado costoso en el momento presente; o porque sospechan que otras potencias se apoderan del mercado mundial con competencia desleal y trabajo esclavista, y un largo etcétera.

La línea de fondo es que todos estamos en este único barco llamado planeta tierra, y es imposible para ningún país o grupo humano salvarse individualmente. La necesidad de trabajar armónicamente entre gobiernos, instituciones supranacionales, organizaciones sin ánimo de lucro, círculos de activismo, y asociaciones conservacionistas, es un imperativo social, moral y político.

Pero después, aún queda la responsabilidad individual de cada uno de nosotros para seguir mejorando nuestros propios indicadores; es decir, practicar y enseñar el reciclaje a los jóvenes – incluyendo la ropa-; disminuir sustancialmente nuestro consumo de productos altamente contaminantes; rebajar el uso de vehículos a combustibles fósiles, privilegiar la bicicleta, los medios públicos y los transportes eléctricos; así como involucrarnos en la protección de las especies animales. Son muchas las iniciativas que están a nuestro alcance para contribuir al que quizás sea el mayor desafío del nuevo año y los por venir. El proteger nuestra casa común de una catástrofe ambiental irreversible, nos convoca a todos.

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