(Foto: Cortesía de Festival de Cine Latino de Filadelfia)

La “ciudad del amor fraterno” saluda el mes de junio celebrando y abriéndole las puertas a la cultura latina. Durante la primera semana del mes, sus salas y teatros acogen el Décimo Festival de Cine Latino de Filadelfia. Un momento para descubrir, conocer, disfrutar y repensar la cultura, el arte, el pasado y el presente del subcontinente latinoamericano, y de la numerosa diáspora que desde allí ha venido a los Estados Unidos en busca de un futuro diferente.

Aunque en algunos sectores de la cultura anglo-irlandesa y del norte de Europa que fue el molde principal de la nación norteamericana aún pueda existir quien mira con un cierto desdén los productos culturales hispanos y latinos, la riqueza cultural de estos pueblos es tan amplia cuan vasto es su territorio y cuan diversas son sus etnias, pueblos; y sus expresiones culturales, que gozan de ciudadanía internacional y de aceptación mundial desde hace mucho tiempo.

Una de esas expresiones es el cine. Latinoamérica ha tenido una producción constante de películas que, si bien son generadas a menudo con presupuestos limitados y apoyos oficiales, no por ello dejan de sorprendernos, a veces por su simpleza e inocencia, a veces por su inmensa carga de creatividad y humanidad, a veces por las estremecedoras historias que reviven el horror de las dictaduras, la soledad de los pueblos olvidados o la sevicia de males modernos como el comercio de drogas y personas; pero al final, historias que sorprenden, que cautivan, que conmueven.

(Foto: Cortesía de Festival de Cine Latino de Filadelfia)

La “mayoría de edad” del cine latino se ha visto refrendada por el triunfo, incluso en el cine “main-stream”, de directores excepcionales, como los mexicanos Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro y Alejandro González Iñarritu, todos ellos galardonados con el premio Oscar en la máxima categoría; o por cintas como “Roma”, que se han llevado el Oscar a la mejor película extranjera, o la producción colombo-española “El olvido que seremos”, que acaba de alzarse con el premio Goya, y muchas otras que cada año compiten por un Oscar en distintas categorías.

Solía decir Sir Alfred Hitchcock que “una buena película es como un fragmento de vida al que se le recortan los momentos aburridos”; mientras Federico Fellini afirmaba que “una buena película es como un buen vino: dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria”. Quizás la cultura de emociones fuertes que domina hoy nos ha anestesiado parcialmente el gusto por el cine alternativo, limitando nuestra capacidad para gozar del humor sencillo, el arte fotográfico, la delicadeza musical, la familiaridad y la ternura de aquellas historias que nos enamoran no por la fastuosidad de sus escenarios o el vértigo de su narrativa, sino por la profundidad de su contenido.

Por eso, la oportunidad que nos brinda este año el Festival Latino de acercarnos a una muestra amplia y rica de la producción fílmica y documental latina, y de los creadores hispanos de los Estados Unidos, no debe ser desaprovechada. La vida es muy breve para ignorar esos minutos que nos reflejan, llenos de  magia y de sosiego que nos regalan los poetas de la gran pantalla.

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