Un inodoro, dos inodoros, ¡cambia tus hábitos!

A lo largo de los años, nuestra sociedad ha desarrollado malos hábitos medioambientales, y necesitamos empezar a tratar los inodoros y el agua que usan como algo que debemos manejar con cuidado.

Cada día entramos en esos pequeños cubículos en casa o en otros más grandes en lugares públicos, que llamamos baños. Esperamos encontrar recipientes de porcelana blanca en los que desechamos el exceso de residuos de nuestros cuerpos, usando mucha agua limpia, y eso sin contar el agua que usamos en las máquinas lavadoras.

Con los años, a medida que mis rodillas se debilitaron y mi cuerpo se hizo más pesado, me resultaba mucho más difícil sentarme o levantarme de un asiento de inodoro muy bajo. Mis compas lo llamaban un “low rider” para usuarios viejos.

Al cambiarme de departamento en Magdalena, México, donde vivo, descubrí que mi nuevo departamento “Mi Ranchito”, tenía un asiento de inodoro muy bajo. Quise cambiarlo pronto, pero no tenía el dinero.

Crecí en tierra de agricultores en Las Ánimas, Colorado. Vivíamos en una colonia de casas de adobe junto con otros parientes y amigos cercanos y queridos. No había agua corriente para bañarse ni inodoro.

Alrededor de 1949, nuestra familia se mudó al pueblo, a una linda casita en la calle 2ª número 124, con dos habitaciones para 12 hijos y dos padres, y sin plomería interior. Pero sí teníamos una letrina de madera que movíamos cada año a un nuevo hoyo cavado en el suelo. No teníamos papel higiénico empaquetado, sino que usábamos periódicos y revistas de Sears, J.C. Penney y Montgomery Ward para asearnos.

No fue sino hasta 3 o 4 años después, ya viviendo en el pueblo, que finalmente tuvimos plomería interior con un inodoro y una bañera. En pleno invierno, uno no quiere pasar ni un segundo extra en una letrina sin luz ni aislamiento térmico.

En algunos países asiáticos, cuando viajé en el pasado, era difícil encontrar un inodoro como los nuestros. Lo que había era un agujero en el piso, con marcas que indicaban dónde colocar los pies, y luego había que ñangotarse sobre el agujero. Esto resulta muy incómodo para muchos de nosotros, que queremos resolver nuestros asuntos rápido y salir.

Las costumbres culturales relacionadas con los baños son muy interesantes. Y aún hoy, en Estados Unidos, no pensamos mucho en las mujeres al construir baños en lugares públicos. Así que comencé a buscar un inodoro más alto en las listas de ventas de Tucson. Uno nuevo podría salir muy caro.

Encontré a un hombre a 100 millas al norte de donde vivo, que estaba regalando un inodoro más alto que el mío. Después de mi cita con el doctor, fui a tratar de cargarlo en mi camioneta; pero era demasiado pesado. Así que fui a un campamento de personas sin hogar cerca del parque y conseguí que dos jóvenes fuertes me ayudaran a cargar el inodoro. Eran dos caballeros muy amables que disfrutaron del aire acondicionado de mi camioneta.

Pude haber pasado todo el día conversando y compartiendo con estos dos tipos educados y avispados.

Les pagué 12 dólares a cada uno y luego gasté otros 68 comprando un mega balde familiar de pollo de Popeyes para su combo del parque, que eran 8 personas. Todavía espero volver a visitarlos, llevarles más comida y tener un buen rato de charla con ellos.

Recuerdo que a los 13 años me uní a una cuadrilla de esquiladores de ovejas del área del Río Grande, en Texas, que iba hacia Colorado. Trabajé el verano en las Dakotas, donde nunca encontrábamos plomería interior, a menos que paráramos en una gasolinera. Los pocos baños que tomé ese verano fueron solo en ríos y lagos.

Éramos una cuadrilla de 8 hombres y dos mujeres, la esposa del jefe de cuadrilla y su hija. Esquilar ovejas es un trabajo duro, exigente y muy sucio, debido a la lanolina de la lana y a las condiciones en que se trabaja.

Durante el verano hubo algunos conflictos. En una ocasión, un domingo, un trabajador mayor, borracho, quiso cortarme el cabello; me negué, y él me persiguió, disparándome mientras yo corría zigzagueando entre las 2,000 ovejas del rebaño.

De algún modo, sobreviví ese verano. Como imaginarán, no había teléfonos celulares, y no creo que haya llamado a casa desde una cabina telefónica ni una sola vez. Fue una experiencia increíble para un chico de 13 años. Obviamente, me alegré de volver a nuestra casa con su humilde pero eficaz plomería interior.

En cada granja nos daban una oveja vieja para cocinarla y comérnosla. Era bueno tener tanta carne en la dieta y mucho café negro con mucha azúcar. Al final del verano, ya no me aguantaba el olor de las ovejas vivas, de las asadas, ni los balidos de los corderos en la noche. De hecho, creo que no volví a comer oveja ni cordero al menos por los siguientes 10 años.

Hoy en día, nuestra plomería interior está ligada a nuestro acceso al agua. He vivido en países donde sufrimos apagones, cortes parciales de electricidad, y en ocasiones, falta total de agua por hasta dos semanas.

Los ríos aquí en Magdalena, México, llevan más de cinco años secos, y temo que la escasez de agua, aquí y en muchas partes del mundo, nos va a afectar a todos.

Tenemos que prestar atención a la crisis climática y cambiar nuestros hábitos, quizás bañándonos solo una vez por semana, y aprender a hacerlo más rápidamente. También debemos dejar de desperdiciar agua en jardines, piscinas privadas y campos de golf. Deberíamos considerar que toda la agricultura esté organizada con riego por goteo. Hoy en día hay diseños de inodoros que usan mucha menos agua.

Aunque pronto disfrutaré de mi asiento de inodoro más alto, también debo insistir en la necesidad de conservar el agua.

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