Estados Unidos ha sido conocido durante mucho tiempo como la tierra de las oportunidades, un lugar donde cualquier persona que esté dispuesta a trabajar duro puede crear una vida segura, estable y próspera para ella y sus seres queridos. A pesar de la realidad y los altibajos económicos a lo largo de los años, es una narrativa cultural generalmente aceptada, que el «sueño americano» está disponible y esperando a aquellos con suficiente tesón y compromiso. De hecho, es aceptada con tanta convicción, que algunas personas consideran la pobreza y las dificultades, son resultado de no trabajar suficientemente duro.

Sin embargo, las estadísticas lo contradicen. Los datos de la Oficina del Censo de los EE. UU., recopilados en 2017, muestran que los latinos son menos del 18% de la población, pero son más del 26% de la población del país que vive en pobreza. Es decir que tienen más del doble de probabilidades de vivir en pobreza que los estadounidenses blancos, que tienen una tasa de menos del 10%.

Los inmigrantes no ciudadanos y las personas con bajo nivel educativo también experimentan pobreza económica en tasas más altas que otros grupos. Las deficiencias educativas explican una gran parte de la disparidad de ingresos de los latinos en comparación con los blancos: solo el 16% de la población latina ha obtenido una licenciatura, muy por debajo de la población general (32%) y más abajo que otros grupos minoritarios.

A nivel estatal, Pensilvania tiene una de las tasas más altas de desigualdad de ingresos. En 2018, USA Today realizó un estudio junto con una firma de investigación y análisis de terceros, además de evaluar los datos de la Oficina del Censo, y descubrió que los latinos en Pensilvania representan el 30% de los que viven en la pobreza en todo el estado; un porcentaje más alto que la tasa nacional.

Los latinos no han sufrido históricamente de tasas de desempleo tan superiores al resto de la población antes de la pandemia como ahora. A nivel nacional tenían una tasa de desempleo de solo el 4%, sin embargo, factores como no dominar el inglés, el bajo nivel educativo, las altas tasas de madres solteras, las tasas desproporcionadamente altas de encarcelamiento, entre otros, impactan el potencial de ingresos, lo que obliga a muchos hogares latinos a sobrevivir con salarios insostenibles.

La crisis del COVID-19 solo ha empeorado la situación, al provocar tasas de desempleo mucho más altas, ya que los latinos están muy presentes en los sectores más afectados por la cuarentena, como las industrias de servicios y hotelería. El grupo nacional de defensa UnidosUS (anteriormente NCLR), informó este septiembre, que el desempleo de los latinos se disparó a casi el 19% durante los primeros meses de la pandemia, y ahora se mantiene en un 10%.

La desigualdad de ingresos no es causada por rasgos heredados de individuos o familias. Es causada por una falta sistemática de acceso equitativo a oportunidades de progreso, tales como sistemas educativos de baja calidad y otras barreras a la movilidad económica. Una mejoría sustancial vendrá cuando haya una inversión pública concertada en ellas, y la clave para esa transformación comienza a nivel de gobierno. La política pública da forma a los sistemas que sirven a las personas, en función de cómo se construyen las estructuras institucionales, y se asignan los recursos financieros; se darán resultados positivos, positivos o negativos.

Aunque las tendencias históricas parecen sombrías, hay esperanza y un camino a seguir. Los datos de la Oficina del Censo también muestran que entre 2018 y 2019, las tasas de pobreza disminuyeron para los latinos en EE. UU. Y cada ciclo electoral es una nueva oportunidad para que la gente seleccione un liderazgo político que realmente traiga inversiones y soluciones a estos desafíos arraigados. Una de las formas en que las comunidades latinas pueden comenzar a tomar las soluciones en sus propias manos, es aumentando la participación cívica, con el registro de votantes y su participación en cada ciclo electoral.

En las presidenciales la participación de votantes latinos aún no supera el 50% de los que son elegibles para votar, y en las elecciones estatales y locales, la participación disminuye aún más. En algunos casos, los líderes elegidos para cargos políticos locales obtuvieron su escaño con un margen de solo unos pocos miles de votos. Con tasas más altas de registro y participación, los latinos tendrían en sus manos el comenzar a moldear su propio destino, abordando el desequilibrio estructural de ciertos poderes e instituciones sociales, que son fundamentales para el progreso equitativo de todos.

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