Jalen Hurts, de los Eagles de Filadelfia, habla en una conferencia de prensa el jueves 2 de febrero de 2023 (Foto: AP/Matt Slocum)

Febrero es la fecha en que nuestra nación recuerda y festeja los logros y aportes que las personas negras han hecho a esta nación durante sus ya cinco siglos de historia. Este reconocimiento se empezó a configurar en cuanto se conocieron mejor las heroicas batallas de figuras como, Frederick Douglas, Harriet Tubman, Sojourner Truth, Booker T. Washington, Rosa Parks, Medgar Evers, Mary White Ovington, y muchos otros, hasta llegar a la emblemática figura de Martin Luther King, cuya inmolación posiblemente aceleró la declaración de este memorial en 1969.

Es un deber de coherencia recordar en fechas específicas a hombres y mujeres que sirvieron de luz e inspiración para millones de otros individuos que, aun permaneciendo en el anonimato o alcanzando logros menos vistosos, han sentido su vida dignificada por las ideas, los progresos o los ampliados derechos que otros les procuraron. Pero también es un deber señalar aquellos espacios y grietas que todavía permiten ver que, en temas de igualdad de derechos, con los negros y con las otras minorías racializadas, aún queda mucho trecho por recorrer.

James Meredith, el primer estudiante negro que quebró la segregación racial en la Universidad de Misisipí en 1962, habla a un público en una librería de Jackson, Misisipí (Foto: AP/Rogelio V. Solis)

En las últimas décadas, a medida que más estudiantes negros han alcanzado doctorados en temas de sociología, antropología, literatura e historiografía de los pueblos negros, la visión sobre la herencia afro ha pasado por varias facetas; una ha sido la de reconocer y enmendar ciertas injusticias de la historia, como el capítulo de las matemáticas negras que ayudaron a la NASA a llevar al hombre a la luna, o los pilotos del Tuskegee Airmen, escuadrón de aviadores negros que fueron honrados con medallas y distinciones durante la Segunda Guerra Mundial.

Otra ha sido la de maximizar los logros de aquellos afrodescendientes subsaharianos en campos en los cuales parecen ser especialmente dotados y talentosos; como son la música, las artes escénicas y los deportes; y no es que esté mal reconocer las fortalezas particulares de una u otra etnia.

Pero lo que algunos estudiosos modernos reclaman es una relectura total de la historia de los Estados Unidos que narre sin tapujos el trabajo, el sudor de sangre y las heridas que dejó la experiencia de la esclavitud; reconocer que por siglos existió una voluntad de exclusión y marginación de los negros, bajo el estereotipo de ser menos cultos, inteligentes, hábiles o atractivos que los blancos. Sin embargo, su innegable fortaleza física, su capacidad para trabajar en condiciones extremas, sumadas al sometimiento forzoso, fueron determinantes para la construcción de las magnas obras industriales y civiles que en los siglos siguientes se convertirían en los grandes íconos del orgullo nacional.

Es decir, que, a pesar de los muchos avances obtenidos por las luchas de los activistas negros en el siglo XX; y de los blancos que los apoyaron, _una parte de los entretelones de este proceso se pueden leer en la monumental novela de Ken Follet “El Umbral de la Eternidad”_, es innegable que todavía hay muchas trampas y barreras invisibles que separan a los negros del progreso general y ayudan a mantenerlos en zonas de marginación donde el imperio de drogas, violencia y ruptura familiar se sobreponen al imperio de la ley.

En su novela “Luz de agosto”, William Faulkner narra la ruda agresión contra el vagabundo negro Joe Christmas, a quien cercenan de su masculinidad; un drama que se repitió en muchos otros y que alimentó lo que algunos sociólogos llamaron después “el desolado sentimiento común” de los negros del sur de EE. UU.

Sin dudarlo, hay muchos descendientes del África Negra, que en este país pueden contar una historia diferente, de superación, de realización profesional y humana, de dignificación de sus vidas; pero muchos otros aún sufren de este sentimiento de abandono, de ser desdeñados por una sociedad clasista y competitiva; y ante su lamento, a veces silencioso, a veces ruidoso y violento, ninguno de nosotros debería quedarse indiferente.

Es curioso que por ejemplo, que mientras una gran proporción de los jugadores profesionales de los deportes mas sobresalientes en Estados Unidos, son negros, los que se pueden permitir la entrada a los estadios son en mayores proporciones blancos. La fanaticada, miembros de las minorías, suele tener que celebrar afuera de los grandes escenarios.

El llamado pues, es para trabajar por una sociedad más integrada y equitativa, capaz de reconocerse en su patrimonio común de dolores, de heridas históricas, y también de logros y conquistas, vale para todos nosotros; blancos, negros, latinos o afrolatinos, indígenas y todas las minorías que luchan por ganarse un espacio en el mosaico de esta extraordinaria porción de humanidad que se llama a sí misma Estados Unidos de América.

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