
El asesinato de Charlie Kirk ha sacudido los cimientos del debate público en Estados Unidos. Más allá de las posturas ideológicas que cada uno pueda tener frente a su figura, lo ocurrido representa una amenaza directa a uno de los pilares fundamentales de cualquier democracia: la libertad de expresión.
El gobernador de Utah, Spencer Cox, pronunció un discurso a tratos conmovedor, a tratos indígnate cuanto revelador, tras el asesinato del activista ultraconservador, ocurrido durante un evento universitario en la Universidad del Valle de Utah el 10 de septiembre de 2025.
Cox, calificó el asesinato de Charlie Kirk como un “crimen político” y expresó su profunda tristeza por el hecho. En su discurso, hizo un llamado urgente a la reconciliación nacional, advirtiendo que la polarización extrema está destruyendo el tejido social del país, al tiempo que prometió hacer justicia para el responsable del asesinato y mencionó que el Estado contempla la pena de muerte. También destacó que Kirk era más que una figura pública: era un padre y esposo comprometido con el diálogo y la libertad de expresión. El gobernador cerró con una reflexión sobre la necesidad de sanar como nación para evitar más tragedias como esta.
Aunque este fue el resumen del mensaje que difundieron la mayoría de los medios en EE. UU., independientemente de sus preferencias ideológicas, en medios internacionales resonó otra de sus declaraciones, que revela una vez más la retórica antinmigrante: “Oré para que el responsable fuera alguien que había venido de afuera, de otro estado, que fuera un extranjero, pero mi oración no fue escuchada, fue uno de nosotros”, al referirse a la revelación de que Tyler Robinson, un joven de 22 años residente de Utah, estudiante universitario sin antecedentes penales, de familia mormona, conservadora; con padres registrados como republicanos, era el presunto responsable de una especie de magnicidio en la nueva era digital.
Tyler, apareció en corte por videollamada con chaleco anti-suicidio, y todo parece indicar que fue quien disparó a Charlie Kirk, una figura clave del conservadurismo estadounidense contemporáneo. Fundador de Turning Point U.S.A., se dedicó a promover la “diversidad ideológica” en universidades, donde consideraba que predominaba una visión progresista. Para sus seguidores, era un defensor valiente de la libertad de expresión y de los jóvenes conservadores marginados. Para sus detractores, su estilo provocador y sus declaraciones polémicas lo hacían divisivo y ofensivo.
Esa libertad de expresión que defendía se ha visto cuestionada por despidos a todos los niveles de personas que han sido acusadas de ser poco sensibles, por salirse del coro MAGA, que, en una especie de beatificación popular, condena a todo aquel que cuestione lo que pregonaba Kirk.
En una especie de dicotomía, aunque presumía de su fe en Cristo, no siempre su discurso contemplaba la Palabra de Dios impresa en la Biblia, en especial cuando señala el amor hacia el extranjero, ya que Kirk decía estar en contra hasta de la migración legal.
Sobre el control de armas (que en EE. UU. hay más que el número de habitantes) dijo:
“Creo que vale la pena pagar el precio, por desgracia, de algunas muertes por arma de fuego cada año para que podamos tener la Segunda Enmienda y proteger nuestros otros derechos otorgados por Dios”. Lastimosamente él fue uno de los pagos del último precio.
Sostenía que: “El privilegio blanco no existe. Es un concepto racista inventado por la izquierda”, pero en tiempos donde lucir como hispano autoriza que te detengan, esa negación de diluye.
Sobre el Papa Francisco dijo: “No puedo superar la idea de que este marxista que se autoproclama cabeza de su iglesia sea una representación de Cristo”, sin embargo, la condena de su asesinato ha sido contundente desde el catolicismo.
Su legado es ambivalente: por un lado, inspiró a una generación de jóvenes ultraconservadores; por otro, profundizó las divisiones en una sociedad ya polarizada. Su impacto dependerá de cómo se recuerden sus ideas y acciones en el futuro. Pero lo más inquietante hoy es que algunos celebren su muerte, mientras otros intentan silenciar a quienes, pese a su fallecimiento, siguen rechazando valores que nunca compartieron con él.
Su legado es ambivalente: por un lado, inspiró a una generación de jóvenes conservadores; por otro, profundizó las divisiones en una sociedad ya polarizada. Su impacto dependerá de cómo se recuerden sus ideas y acciones en el futuro, pero lo que preocupa ahora, es que haya quien celebre su muerte, y también quien acalle a quien no porque ha muerto haya cambiado su rechazo ante valores que no compartía con él.
En una sociedad libre, el derecho a expresar ideas, incluso las más incómodas, debe estar protegido. Silenciar a alguien por pensar diferente no solo es un acto de violencia, sino que es una señal de que el diálogo ha sido reemplazado por la intolerancia.
La libertad de expresión no es un privilegio reservado para quienes piensan como nosotros. Es un derecho universal, que debe proteger tanto al activista conservador como al progresista, al religioso como al ateo, al inmigrante como al nativo. Defenderla no significa estar de acuerdo con todo lo que se dice, sino reconocer que el pensamiento libre es la base de una sociedad civilizada. Hoy más que nunca, debemos reafirmar nuestro compromiso con el diálogo, el respeto y la libertad de pensar diferente.
Desde Impacto, creemos que este momento exige reflexión. ¿Estamos dispuestos a defender la libertad de expresión incluso cuando no estamos de acuerdo con lo que se dice? ¿O hemos llegado al punto en que la disidencia se castiga con el exilio o con la muerte?
Las reacciones ante las reacciones han sido preocupantes. Se han reportado despidos, censura en medios y propuestas legislativas que podrían limitar aún más la libertad de expresión. En nombre de la seguridad, corremos el riesgo de erosionar el derecho a disentir. Y eso, en cualquier democracia, es peligroso, sin embargo, ¿se es libre para elegir ser esclavo… hasta dónde se atraviesa el límite? Tenemos mucho que reflexionar y evolucionar.





